martes, 25 de diciembre de 2007

qué país, qué gente

Cuando terminaba la mañana del día 24, en el bar habitual del polígono sólo estábamos tres o cuatro desgraciaos, todos de mi empresa, a modo de guardia de corps de las camareras del lugar. Constituíamos sin duda la retaguardia etílica de los vigías de Occidente, mientras todos los demás conducían seguramente en cerrada formación camino de sus casas, hacia esas últimas compras que te arrancan hasta el forro de la cartera, o más probablemente andaban negociando el aguinaldo con la bis mientras la legítima se creía (o no) que estaban cumplimentando las dos primeras opciones. Entró en el bar el hermano de una de las camareras, metalúrgico de pro, encallecidas manos y adusto gesto, el cuál, tras breves instantes de cháchara y langostino, no encontró manera de resistirse a los ruegos insistentes de su Asun rubia de bote y extrajo del cofre de su vehículo, do deduje que habitualmente mora, un laúd con su funda y todo y púa de Cajamadrid, para arrancarse de inmediato por unos peces en el río que, la verdad, interpretaba como los ángeles. De no sé dónde apareció la encargada rascando con ganas una botella de anís del Mono, mis jefes y otros voluntarios venidos de la nada entonaron el villancico a voz en berrido, otra botella rascó en las manos de la propia Asun, que contemplaba su obra con el orgullo que sólo produce sentirse responsable del trabajo bien hecho, y hasta yo descubrí una pandereta agotada sobre la barra y me marqué con ella el ritmo base y algún adorno de cuando entonces. Nos mirábamos incrédulos los unos a los otros y debo afirmar que aquello sonó bien por momentos. Terminó la cosa y ya lo dejamos, acaso algo avergonzados, pero a mí me quedó en la retina la mirada, absolutamente asombrada y sospechosamente húmeda, de la otra camarera, una rumana llamada Mirela, que lleva años de emigrante sin disfrutar de su familia.

Me sentí oblicuamente orgullosos de mi país y de mi gente. Creo que puedo asegurar que sólo en España puede darse algo como esto. O no, pero a mí así me lo pareció.

Nota: para quien pueda interesar, la noche fue dos o tres veces buena, según se mire.

lunes, 24 de diciembre de 2007

yo confieso

Hoy os voy a confesar algo que casi nadie sabe de mí. Conste que no es tanto porque me haya infectado del virus espíritu navideño como porque llevo un buen rato dándole al caletre y no se me ha ocurrido más que esto. Y de chiripa, porque ya casi, casi, ni me acordaba. Igual que aquél que afirmaba "confieso que he vivido" puedo decir, y digo, que el al lado firmante grabó, en su momento, un disco DE VILLANCICOS. Ahí va. ¡Ya lo he dicho! Y casi no me ha dolido.

Bien es cierto que eran los tiempos de mi infancia algo tardía, allá por mis doce años, cuando aún el invierno se sufría en pantorrillas y muslos por culpa de aquellos malditos pantalones cortos con los que nuestras madres pretendían alargar su propia juventud facilitándole, de paso aunque sin saberlo, vía libre a aquella maldita costumbre del padre Juan de acariciarte las piernas mientras parecía confesarte, que uno no sabía si contarle un pecado de los gordos o largarse corriendo antes de que siguiera más p'arriba. Fue con la escolanía del colegio calasancio de San Antón, en Madrid, y no guardo un sólo ejemplar del resultado vinílico de aquella aventura, ay del chiquirritín que hacia Belén va una burra.

Mis familiares menos allegados se han extrañado siempre, años más tarde, de que un ateo confeso por la gracia de dios tuviera tan acendrados conocimientos del acervo popular en cuanto a cánticos navideños se refiere, sobre todo cuando lo comprobaban en veladas interminables en casa de la hermana de la mujer de un hermano donde, indefectiblemente, una anciana noventañera y pese a ello inagotable entonaba con mejor voluntad que acierto la retahíla completa (hasta repartía cuartillas ciclostiladas con los textos) a la que me unía entusiasmado y tonante al calorcillo de la reciente ingesta de los restos de alguna añada de buena fama. Incluso adeste fidelis caía, ya en los licores, y los murmullos de asombro alcanzaban sus más altas cotas.

Bien. Pues ante vosotros me desnudo y aclaro aquel malentendido que tantas lenguas desatara. Era mi pasado disquero que volvía del más allá, de la época reseñada de los pantalones cortos y las espléndidas notas repletas de matrículas de honor, época que acabó en el mismo instante en que aprendí a masturbarme y comprobamos, un banco entero de mi clase en el que me incluía, que ningún rayo divino justiciero acabó con nosotros el día en que, dit y fet, decidimos hacernos una paja al unísono mientras oíamos misa en la capilla grande. Pese a que el empirismo no ha sido nunca la mejor vía de acceso a ciencia y conocimiento, desde entonces llevo pantalones largos.

Nota: en la foto no estoy, no me busquéis. En mi escolanía no había chicas, por desgracia.

domingo, 23 de diciembre de 2007

la víspera (y II)

Mañana es el gran día. Y hoy, por tanto, es la víspera. Siempre ha caracterizado las vísperas cierta inestabilidad, una difusa sensación de anticipación que a veces no te permite vivir el día en plenitud porque tus sentimientos andan ya más que en hoy en el mañana y eso garantiza de paso algunos momentos paranoicos. Estoy en ello.

Os preguntaréis si es que acaso me ha reconquistado el espíritu navideño, a una persona que se ha mostrado siempre tan recalcitrante e impermeable al asunto como éste que lo es. Pues no. Algo tiene que ver, pero de lejos. Esta misma tarde, por ejemplo, me espera jornada cocinera ya que me toca, como es ya preceptivo, preparar mi tan justamente alabado cardo en salsa de almendras para la cena de Nochebuena y la comida de Navidad, que nunca parece que tengan bastante. Es lo que pasa cuando un detalle se convierte en costumbre, que la costumbre tiende a devenir tradición, y la tradición insoslayable en una sociedad tan conservadora. Así que me va a tocar preparar cardo como para un regimiento, de modo que me iré a hacerlo a casa de mi madre que con estas movidas residenciales ando yo un tanto escaso de menaje. Por cierto, y sabéis que suelo huir de la autocita, que el año pasado posteé la receta y aquí reproduzco la entrada por si algún curioso desea aventurarse en un plato gustoso y resultón, tradicional de mis tierras aragonesas y aledaños.

Pero es otra víspera la que me tiene en vilo, ansioso y descolocado, porque mañana abrazaré de nuevo a la chica de mis sueños, acariciaré su cara, la sostendré en vilo y seremos el hazmereir o la envidia de toda la T4. Que los días de distancia pesan como no os podéis imaginar y ya va siendo hora de rodear y acunar contra el pecho algo más sólido que el aire de la noche o el vacío del teclado frente a la pantalla del ordenador. Además, parece también singularmente probable que la Nochebuena acabe haciendo de verdad honor a su nombre y se demuestre gozosamente que, como aseguran los principios teóricos de la sociedad industrial, nada es mejor a mano si lo puedes hacer a máquina. Lo que tampoco resulta, en absoluto, desdeñable.

la víspera (I)

Aunque no lo podáis creer, no nos ha tocado la lotería, ni a mí, ni a ninguno de los lectores que tanta fe mostraban en sus sietes y otros. Aunque os resulte inaudito, ni siquiera lo he o me lo han preguntado, así que tampoco ha sido el día de la salud (mientras haya salud...). La vida sigue, las cosas pasan y lo cotidiano sigue imponiendo su fuerza y su rigor espartaquistas, con la mano dura de lo que no admite ensoñaciones.

De la mañana del 22 me quedará para siempre el recuerdo de la casa de Zaragoza, en mi niñez ya inquieta, porque era justo el primer día de las vacaciones y acunaba mi despertar súbitamente tardío, al calorcito de las mantas aquellas tan pesadas, la lejana cantinela que desgranaba la radio desde la cocina, niños de San Ildefonso a pleno pulmún cantando la pedrea, veinticincomil...pesetaaaaaas. Ese es mi recuerdo secreto e imborrable, de cuando nada esperaba de aquella ceremonia porque ignoraba su profundo significado concitador de esperanzas y porque todavía no había tele que te contara el pormenor de la gorda llorosa que va a comprarle una casa a cada hijo y tapar algunos agujeros, que oyéndola parece que este país sea de gruyère.

Eran vísperas de días de vino y rosas confusos, desordenados, de vacaciones ajenas a la castrense organización de los otros, días en los que empezabas a apreciar el significado de la libertad nada más levantarte. Vaya desde aquí mi homenaje al bombo que tanto ruido hacía cuando daba vueltas, y a los pobladores residentes todavía vivos de aquella España franquista en la que tan bien vivían los familiares de Rato, o de Mayor Oreja, que no recuerdo al autor de tan solemne parida. Se pueden tener buenos recuerdos de casi todo, creo yo. Hasta de mis estancias en la trena guardo momentos agradables en el caletre, y no creo que ello tenga nada que ver con la realidad opresiva de aquél régimen despótico y tirano creado a imagen de la estúpida soberbia de los traidores a una democracia legal rendidos en brazos de la misma Iglesia retrógrada que sigue ahora, todavía, maniobrando para prolongar su agonía.

Levanto mi copa por ese bombo y por ellos, por los supervivientes.

sábado, 22 de diciembre de 2007

les he visto

Casi se me corta la respiración. Estaban juntos, en grupos dentro de la manada, transgrediendo a base de humo la norma general, por una vez, vestidos con su uniforme de cada día. Son el futuro. Dan miedo.

Los podéis ver en la mañana de cualquier día, orgullosos todos de haberse conocido a sí mismos y a esos otros en los que se re-conocen. Ellos visten trajes caros en gris clarito, gris marengo, gris a rayas o gama de azules como máximo. Zapato negro que de Sebago no baja. Camisa a medida con la tetilla izquierda bendecida por unas siglas bordadas cuya máxima cota se alcanza con el guión del apellido compuesto. A B-F es el non plus ultra, si esconde un Álvaro Bertrand-Farlasca detrás, por poner un ejemplo. Las corbatas de un color vivo, brillantes, con el marchamo de lo recién comprado, casi siempre lisas, aportan el plus que sustituye a la imaginación, sospecho que más bien a la de sus mamis o parejas con cierto futuro ya programado. Hablan fuerte, casi siempre de lo que han hecho o harán, y llevan el pelo también de uniforme aunque se admite ligeramente largo por la nuca siempre que se rice graciosamente. Ellas, sin embargo, visten más décontractées, con mayor gama de color, siempre sin exagerar, aunque bajo el imperativo categórico del marchamo de Serrano y resaltando como sin querer lo que mejor venda de cuanto recibieron de casa. En unas, los ojos, en otras, las caderas, en otras el pelo y, en las más definidas, un rotundo culo de gimnasio bien marcado.

Están en los bajos laterales de la Torre Picasso. Trabajan en Erntst & Young o empresas similares. Son los cachorros que dirigirán la Tierra. Y a mí me dan escalofríos sólo de pensarlo.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

la semana vacía

Miro esta semana, que está transcurriendo más lenta que el caballo del malo, como se decía en mi barrio, y me da vértigo. Es una jodida semana inutil y gastosa, en la que no encuentras a nadie en su sitio, en la que todo el mundo, contactos, amigos, conocidos y amiguetes se ocupa y preocupa de satisfacer desde el bolsillo, cada vez más menguado, la interminable lista de pedidos, compras, encargos y búsquedas, por no hablar de esas nefastas comidas y cenas por cualquier sinrazón o motivo, en la que todavía, con la que está cayendo, siguen floreciendo bobadas como la del amigo invisible, según me cuentan. Los tipos raros como un servidor miran todo esto de través, porque aunque no lo protagonices en tu devenir diario, te roza, te contamina y te impide el normal desarrollo de cualquier gestión.

Pero, lo que caracteriza por demás esta vacua semana es, sin lugar a dudas, la espera. Acaso por ella se hacen los días tan largos, que el que espera desespera decía mi abuelo mientras nos hacía rabiar alargando el plazo que todos sabíamos inmediato, pero del que disponía a su antojo, el muy cabronazo, antes de darnos la propina anual en billetes crujientes y nuevecitos de 25 pesetas amasados gracias a su amistad con el cajero de la Caja de Ahorros de Pamplona, que ya se llamará ahora kutxa o algo asín. Era el hombre, siempre lo fué, poquita cosa, prolijo y modoso, siempre con traje, camisa y corbata, y recuerdo que calzaba unos zapatitos diminutos, no más del 36 le calculo ahora, brillantes a cegar porque el hombre, viudo de hace tiempo, pasaba horas puliéndolos antes de irse a la cama.

La espera a la que me refería era la espera de la lotería. Convencidos ya de que trabajando nadie se gana decentemente la vida, hartos de los trucos que no funcionan, de los atajos que resultan todavía más largos, de trampas y apaños para alcanzar fin de mes, buena parte de los mortales españoles ha confiado su suerte y la de su familia al embrujo de la lotería de Navidad, esa insana costumbre gracias a la cual muchos llegan a estas fechas con la lengua fuera y los bolsillos del revés de puro tentar al destino. Porque todos saben que, para que te toque algo decente, que acabe con las mil trampas acumuladas y salde deudas y dé para una casa propia, suprema ensoñación del españolito medio, hay que gastárselo, y este mes por ello ya no lo salva ni la paga extra. Así que en esas estamos, prietas las filas, esperando la decepción cierta pero con ese atisbo de esperanza que duerme como un bendito en el fondo más profundo del alma de cada uno.

Por cierto..., ¿no os sobrará uno acabado en trece?

lunes, 17 de diciembre de 2007

de regalo

Leo en el blog de Santiago Miró, respecto a los regalos de Navidad, que hoy, en 2007, un 46 por ciento de los trabajadores prefieren recibir dinero de la empresa o una tarjeta regalo antes que el tradicional lote de producto. Con todo, un 37 por ciento sigue fiel a la cesta y un 16 por ciento se muestra indiferente. Los más proclives a asistir a la cena de Navidad corporativa son los empleados de entre 18 y 25 años, mientras que los de más edad son los que más recurren a excusas para no acudir, con porcentajes que van aumentando con los años. En su página, mi amigo Santi desgrana, Negro sobre Blanco, los avatares y vicisitudes de un periodista / trompetista en paro, aunque yo creo que más bien aborda con cruel sinceridad y cierto trasfondo de amargura la inevitable soledad de las personas que han pretendido ser fieles siempre a sus principios, la microhistoria de aventuras y desventuras de ese género de tipos que nunca han sabido, ni querido, medrar, dar coba, trepar a costa de otros, de esos desgraciaos que consideran que basta con hacer el trabajo por el que te pagan, con hacerlo bien, o lo mejor posible, con dedicarle atención preferente en horas laborables, cumplir los plazos de entrega y luego vivir la vida como uno quiere y desea, sin quedarse colgado del brazo del jefe o jefecillo de turno hasta las mil y monas, riendo sus gracias y pagando, dios sabe de dónde, sus infinitas copas y sus escasas ganas de irse pa casa.

A mí no me extraña que cada año haya más gente que prefiera el parné al turrón de lacasa, la pasta flora a una pata de navidul que olvidaron poner al fresco a curarse. Todavía recuerdo, de cuando en alguna empresa me regalaban algo, haber descubierto en la profundidad olvidada de un anaquel de la cocina, años después, algún frasco estrafalario de judiones del Bierzo venido en mala compañía dentro de una de esas cestas que era mejor no recibir. Pero recuerdo, sobre todo, la cara de desilusión que se le quedaba a la gente al recibir aquellas chuminadas de baja estofa, aquel quiero y no puedo sin elegancia ninguna con que obsequiaban a la plebe mandamases que entre ellos no se apeaban del Cinco Jotas. Y recuerdo aquellas caras porque eran como la mía cuando, de pequeño, aparecía la mañana de Reyes, entre zapatos y poco más, una nota manuscrita que decía: Vale por un jersey en las rebajas con la letra de mi madre.

Eso sí, por lo menos en mi caso la nota la firmaba Gaspar.

domingo, 16 de diciembre de 2007

lo veo o no lo veo

Hay cierta tendencia a contemplar con mirada acrítica los carteles del pasado. Parece como si evocar los supuestamente felices tiempos de la niñez le apagaran a uno las luces que habitualmente le alumbran, sean éstas las que sean, y por eso no es difícil sorprender a quienes acuden a las exposiciones retrospectivas con la mirada ensoñada, la palabra premiosa, el paso comedido y una cara de idiota digna de alguno de los anuncios que contempla con embeleso. No me hurto al ejemplo, que ya hablaba en la anterior entrada de mi visita a una exposición de éstas, y sospecho que mi apariencia externa no difería demasiado del que ahora me permito criticar.

Hasta que, a pesar de la anestesia general mencionada, mi mirada vaga y emocionada cayó sobre el anuncio de chocolates que ilustra este post. ¡Coño! Se me dispararon de golpe los profundos resortes del periodista que duerme en mis entrañas al contemplar este cartel, y volvieron a sus órbitas los ojos de mirar la actualidad, más avezados y menos generosos que los que llevaba puestos, más críticos, léase crueles, y menos bienpensantes, por supuesto, y volví a mirar una y otra vez el anuncio, hasta llegar a hacer la foto.

Esa mirada aviesa del tipo de la gabardina..., la misma gabardina..., ese gesto de jugar a lo escondido con los niños y niñas que le rodean..., esa extraña dialéctica exhibicionista que se desarrolla a la vista del espectador..., esa excesiva alegría del nene... Lo que mis ojos ven en este anuncio es un claro mensaje subliminal que, ahora mismo, sospecho que nadie aceptaría a las puertas del colegio de sus hijos.

¿Estoy loco? ¿Contaminado? ¿Véis vosotros lo que yo veo, o es mi mirada la que falla y me tengo que poner gafas de amianto?

sábado, 15 de diciembre de 2007

...y no estar loco

He estado en una exposición que presentan en la Sala de exposiciones del Complejo El Águila, que han titulado cámara panorámica 120 grados. Ofrece una visión del desarrollo y el comercio de Madrid a través de la publicidad, y estará abierta hasta el 8 de enero. La muestra es un pequeño compendio, sobre todo, de cartelería de época al que se han añadido grabaciones en vídeo de anuncios antiguos. Está presentada de forma cuidadosa y es realmente enternecedora.

Coincidió con que escuché días antes un debate en el ojo crítico de Radio Nacional acerca de si la publicidad es, o puede ser, o no, arte. Debate estéril do los haya, porque, al menos para mí, el arte es arte bajo la forma que se presente, y pare usted de contar. Quiero decir que encuentro más arte en un hermoso anuncio de Vulcanizados Madrid, de los años cincuenta, con su pureza de líneas art-dècó, que en un lienzo rojo atravesado por una línea blanca que presenta, carísimo, una sala de arte de las que están de moda. Qué le voy a hacer. Espetaba algún purista de esos que se ganan la vida de tertulia en tertulia, doctorando con voz pausada y apariencia sesuda sobre lo divino, lo humano y la inmortalidad del cangrejo, aseveraba el buen hombre, decía, que el mero hecho de haber sido objeto de encargo mercantil hacía inviable considerar arte cualquier forma de publicidad. La carcajada que solté en la soledad de mi coche, de vuelta a casa, hizo que el de la furgoneta de al lado en el atasco me mirara como si acabara de asesinar a Kennedy. Debe ser que el arte oficial no se hace por dinero, o por encargo de algún avispado marchante, se me ocurrió. Ahora va a resultar que el arte que nadie discute no está contaminado por el mercantilismo...

Bueno, pero yo quería hablaros de otra cosa, justo de lo que hace referencia el título, que se me ocurrió mientras contemplaba la citada exposición. Y ésta es sólo, (quizá en otro momento la glosemos entre todos, pero baste un apunte apresurado), la idea de que hace falta ser sólido, tener la mente fuerte y la vivacidad alerta, para pasar, en el transcurso de una vida (nacer en el año 20, por ejemplo, y tener ahora 87 años), de la radio galena a la TDT, de las primeras luces eléctricas (sugerido por varios espléndidos anuncios de bombillas) a las casas domóticas, de los teléfonos de manivela o centralita a los móviles de última generación, de lavar a los hijos en una jofaina puesta en la cocina, calentando el agua en una enorme marmita, al jacuzzi, de las estufas de carbón vegetal, de las salamandras, al calor irradiado o del periódico vespertino a los telediarios y del lápiz al ordenador con blue tooth, en el breve plazo en que transcurre una vida..., y no estar loco.

¿No os parece? ¿No os admira?

jueves, 13 de diciembre de 2007

navidad rima con insolidaridad

Llevan semanas entre nosotros y ya me están sobrando. Son las navidades, es la Navidad, una época que yo considero el genuino monumento a la insolidaridad y a la indiferencia. En pocas palabras, unas fiestas en las que si no tienes dinero, si no estás con tus hijos, si eres mahometano o agnóstico, si tu familia te ha vuelto la espalda, si nadie te regala una cesta o un jamón, si estás en el paro, si eres un viejo abandonado o solitario, si no tienes para regalar nada, si estás en la cárcel, en el hospital o en el manicomio, si no puedes ni jugar a la lotería para que no te toque, si estás fuera de tu país, si eres un bandarra o puta de las de cobrar para vivir, si estás en cama o con el pie en el estribo, si te ha abandonado el amor, si..., es decir, si perteneces a más del sesenta por ciento de la población española, simplemente vas y te jodes.

Te jodes doblemente, encima, porque te meten por los ojos quieras o no quieras sus luces de colores, sus paquetes, sus compras, su musiquilla insoportable, sus alegres sonrisas infantiles, su familia feliz, sus cascabeles, sus risotadas alcoholizadas y su alegría impostada, su éxtasis místico y sus paraísos del consumo, su publicidad blandengue, sus reiteradas películas mil veces entrevistas y sus costumbres acartonadas.

A mí, la verdad es que ni me deprimen ni me importan. Sólo me quejo de lo difícil que me resulta extraerme de esta infección interesada y generalizada para seguir cavilando a mi manera y soportando la vida pese a ir perdiendo por goleada.

Hoy, en 2007, una infección más contagiosa que nunca a pesar de que los bolsillos están vacíos demasiado a menudo porque los precios de todo, hasta de lo más normal, se han disparado exponencialmente mientras un gobierno que se dice socialista asiste impasible a esta pertinaz pérdida del valor adquisitivo porque los sueldos ni se mueven, o mira para otro lado por no responder de cómo España se convierte en el paraíso del empresario y el mangante mientras la gente va a la cárcel por conducir de prisa o no pagar una pensión porque no le llega, que debe ser algo muy progresista.

Sólo se me ocurre proponeros que hagáis como yo, con un par. Este mes, no os gastéis un puto duro de más, incluso gastad aún menos que nunca. Resistencia pasiva. Que les den.

martes, 11 de diciembre de 2007

los ordenadores son conservadores

Parece una afirmación escandalosa, casi blasfema. Un ordenador, la prez de la tecnología punta, el máximo de la evolución mineral, esa máquina llamada a sustituir mañana al hombre como mano de obra, como organizador del trabajo, como estilete de la excelencia, paradigma de la calidad, útil de trabajo, secretaria perfecta y hasta caballerete de compañía si me apuráis un poco, ese ordenador tan imprescindible ya como otrora lo fueran lápiz, papel y pluma, va y resulta ser un conservador de tomo y lomo al que podríamos tildar incluso de reaccionario.

A estas alturas, si no os estáis preguntando por qué afirmo sin vergüenza tal cosa es porque como escribidor no me como una rosca. ¿De qué va este tío, que no respeta ni lo más sagrado?

Pues así me manifiesto porque el fino olfato que me caracteriza (que tan bien conocéis) y que no suele engañarme así lo ha denunciado tras años de cuidadoso seguimiento del producto en cuestión. Yo, que era un bitanalfabeto hasta no hace dos décadas, comencé a observar sus comportamientos en circunstancias dispares desde que fuimos presentados, espiando sin recato sus reacciones ante los cambios que se producían en su funcionamiento. Si no modificabas nada, todo perfecto, pero cada nuevo programa instalado, cada solicitud de alguna operación diferente a la habitual, cada vez que le cambiabas el paso, en definitiva, venía seguido de desajustes, comportamientos erráticos y flagrante disfuncionalidad hasta alcanzar la pertinaz negativa a funcionar según prometen los manuales (en macarrónico español, traducido por algún enemigo de este rico idioma), que debiera hacerlo.

No digo nada si le cambias de casa, de barrio o hasta de ciudad. Ahí, su naturaleza conservadora se manifiesta en plenitud hasta la exasperación, sobre todo en cuanto a conexiones con la red se refiere, llegando al absurdo de felicitarse la jodía máquina por un enganche perfecto con la web del que no pueden sacar partido los programas que debieran hacerlo. Y él, tan pancho, afirmando sin rubor que la cobertura es excelente. A los ordenadores, incluso si afirman ser portátiles, lo mejor es no moverlos, creo yo, sobre todo para evitar su venganza, que se toman fría mientras se fuman un desktop.

Lo siento. No se me ha ocurrido nada mejor para justificar mi pertinaz inasistencia a nuestra acostumbrada cita. Pero..., ¿a que tengo algo de razón?

viernes, 7 de diciembre de 2007

más de Villena, que lo prometido es deuda

Es cierto que mi amigo Santiago Trancón era uno de los finalistas del ya famoso premio Viaje del Parnaso, y no es menos cierto que buena parte de la información que he utilizado en el anterior post sobre Villena me la remitió él. Pero, como dicen los abogados, no es menos cierto que su versión de los hechos la he contrastado con notas de agencia, resúmenes de prensa y consultando las bases del propio concurso, que podéis mirar pulsando aquí, ni que el ganador de la pasada edición de dicho cuantioso premio (en el que Villena fue jurado), Felipe Benítez Reyes, era a su vez por norma jurado en esta edición, ni que la obra está publicada en parte bajo el título La prosa del Mundo, porque está escrito en prosa aunque haya ganado luego con él un premio de poesía que exigía un mínimo de 500 versos a quien deseara participar.

Como podéis comprobar, así pues, de las bases que describen las condiciones de participación en el premio, que son las tres primeras, nuestro personaje incumple las tres, aunque no es menos cierto que la octava proclama que el Jurado tendrá plena capacidad para interpretar las Bases del Premio. ¿Será esto una interpretación libre, o un auténtico solo de pito?

Tampoco es menos cierto que el propio poeta, una semana antes del fallo del premio, afirmó en una entrevista a Europa Press que estaba finalizando un libro titulado La prosa del mundo, pese a que la fecha de entrega de originales para el concurso había finalizado el pasado 30 de mayo, aunque también sea cierto que en esa entrevista precisó, con sorprendente cautela, que se trataba de poemas en prosa.

Como para muestra vale un botón, reproduzco aquí alguno de los textos de la discordia, para que juzguéis vosotros mismos si llamarlo poesía no es ir un poco lejos, sobre todo cuando se trata de un concurso que debe ser igual para todos: el culo perfecto del muchacho rumano (de Constanza) con el que me monté el rollo entonces para no estar solo, porque es desolador y depauperante estar solo, su delicadeza de púgil liviano, su esguinzado amor a las chicas trayéndomelo a mi (sic) ofrecido. (p.48. "El fusilamiento de Torrijos"). A mi escueto entender, alguien debiera decirlo, fuera de los círculos donde unos pocos lo saben: Las religiones monoteístas han hecho un enorme daño a las Historia humana, y de ahí quizá su éxito. Sólo las explican los enterados y doctos en ellas. (p.38. "Dogma").

Creo que me vuelvo a contemplar el mar.


Me despierto temprano y me incorporo porque entra a raudales el sol por la ventana. El monótono pero siempre estimulante rumor de las olas alcanza a colarse por las rendijas de una ventana entreabierta, ¡en diciembre!, mientas la piel desnuda de mi compañera de cama toma orientes dorados y hasta mi pituitaria llega ese aroma a gloria del pan recién tostado y de un café que justo acaba de salir.

En estas condiciones, decidme, ¿a quién coño le apetece escribir en el blog?

martes, 4 de diciembre de 2007

Villena, tramposo

Hace muchos, muchos años, escribí una novela, pero no se lo conté a nadie. Sólo mis amigos sabían de mi aventura interior, demostrar que podía escribirla en una semana. Lo hice, aunque no era muy buena, pero resultaba legible y divertida, cuando menos. Por cierto, en el último traslado ha aparecido el manuscrito, y me ha encantado verlo, con sus casi cincuenta renglones por folio en diminuta letruja escrita a lápiz. Bueno, os diréis, ¿y esto a qué viene? Lo traigo porque la presenté, pobre de mí, al premio de Novela Negra de Gijón, y parece que alcanzó la final, aunque en ese tiempo yo ya me había coscado de la mecánica habitual de estas ferias. De modo que, cuando un íntimo me preguntaba qué había hecho con el manuscrito, siempre le contestaba: nada, presentarla al premio que va a ganar Andreu Martín. Que fue, por cierto, el que lo ganó, casualmente, en aquella lejana edición.

Luis Antonio de Villena, que el año pasado fue jurado del premio Viaje del Parnaso, va y se presenta este año. Y, curiosamente, va y lo gana. No es tontería, que son tres kilos de los antiguos del ala, como para hacer cantar a varios ciegos. En el jurado, nada menos que Ángel González y Caballero Bonald. Lo que pasa es que, de las ocho bases del concurso, premiar a Villena incumple unas cinco o seis, sin exagerar. Se ve que el premio le deslumbró, le supo muy goloso. Se ha comportado de una manera muy poco digna. Este hecho supone sin duda "una mancha" en el currículo del poeta.

Su actitud es impresentable, dijo José Manuel Caballero Bonald, ha dejado de tener credibilidad. Así aprenderá a ser decente, añadió.

Perdón. Me he equivocado. Estas frases eran del propio Villena y del poeta jerezano especialista en jurados, y estaban dirigidos al ínclito poeta alicantino Antonio Gracia (Premio de Poesía 2004 Fundación Loewe), que fue desposeído por el jurado (en el que estaban Caballero Bonald y el propio Luis Antonio) por tramposo, según afirmó en un alarde de honestidad el amigo Villena. ¿Que por qué fue desposeído de su premio el señor Gracia? Porque el poemario premiado, Devastaciones, sueños, había recibido ya otro galardón, incumpliendo así ¡UNA!, una tan sólo, de las bases del prístino concurso, para escándalo del honesto jurado cuyas rasgadas vestiduras se me han escapado ahí arriba.

(En próxima entrada demostraré los incumplimientos de bases aquí manifestados. Gracias, Santiago).

pidamos lo imposible


Me acaba de llegar por emilio y no resisto las ganas de colgarlo de inmediato. Parece que es cierto aquello de que las ideas son como los hilos de globos que flotan sobre nuestras cabezas, de modo que estiras una mano y te bajas un globo-idea, ese de color rojo con topos morados que seguro no quiere nadie. Pero, a veces, va otra mano y se extiende y pilla y se baja el mismo, u otro igualico-igualico que el que tu habías seleccionado buceando con la imaginación en el inmenso mar de globos de colores que sobrevuelan al niño juguetón que todos llevamos dentro (bueno, casi todos, porque el de Aznar no se lo encuentra ni volviéndose del revés). Andaba yo queriendo ponerle al cartel de don blandito un texto extraído de debajo del pavés de la revolución frustrante de mayo del 68, ese que decía: seamos realistas, pidamos lo imposible. Me encontraba ya en los aledaños del diseño, al borde de una larga sesión de Photoshop, cuando va y me alcanza este emilio que os comento, con la imagen ya tratada y todo, así que me la envaino, os la cuelgo y ya está. A ver si así me queda tiempo para contaros una historieta muy jugosa protagonizada por Luis Antonio de Villena y 18.000 del ala.

con paso cansino

Así. Con paso cansino, agotada de su larga y tediosa vida, harta de haber servido tan sólo para una misma cosa tantos años, hastiada de la rutina diaria, ahora sí, ahora no, asqueada de su falta de comunicación con otras de su especie, aburrida de su propia mediocridad, congelada a puros madrugones de escarcha, requemada del inmisericorde sol de ferragosto, vieja, gastada... Lenta, pero al fin decidida, transita la farola su postrera senda, arrastrando tras su cuerpo oxidado los restos de lo que otrora fuera un cableado cobre brillante y ahora son jirones de aquella lozanía que ya ni recuerda, cuando un locuaz político caído en el olvido inauguró su sitio, el tramo que ha sido su único horizonte de por siempre, atalaya desde donde tanta vida vio pasar, junto a la que tantos amores, desamores, furias y prisas desfilaron a toda caña sin reparar siquiera en ella, pobre aunque tiesa farola de carretera, amagada en la linde, frontera nocturna de ninguna parte. Puesto ya el pie en el estribo, con las ansias de la muerte, se encamina por fin hacia su morada definitiva, después de haber sido derribada, maltratada y, lo que más dolió, sustituída por otra nueva generación más alta, más brillante, más morigerada en el gasto e incluso ligeramente más fálica. Nada queda tras ella, y las encinas y los matojos de la Casa de Campo se cierran de nuevo tras su paso, ocultando en el misterio del olvido la senda de las luminarias abandonadas, el camino que conduce al absurdo cementerio de las farolas.

domingo, 2 de diciembre de 2007

libertad y símbolos

Asistimos con cierta impavidez no exenta de culpa, a la total mixtificación de los conceptos. La bellísima palabra libertad ha perdido plenamente su sentido, sucia entre las babas de algunos profesionales de la peor de las políticas. Ya con Milton Friedman (a quien demasiados llamaban Freeman) comenzó el apogeo de la prostitución del término, cuando los monetaristas y neoliberales defendieron sin pudor el darwinismo social, rastrera teoría según la cual la especie humana se selecciona a sí misma a través de las mismas leyes que caracterizaron la evolución de las especies, es decir, lisa y llanamente, que los pobres pueden extinguirse para que los mejores, los ricos, se reproduzcan y sucedan mejorando de paso a la sociedad que explotan.

Ahora, a tipejos como ese Alcaraz le rebosa tan bello concepto y él, precisamente uno de los más genuinos representantes de lo más añejo de las teorías facciosas, se cree con el derecho de esgrimir la "libertad de expresión" para defender su supuesto derecho a afirmar con publicidad cualquier barbaridad sobre cualquiera sin someterse en cambio al reinado de las leyes. Igual que ese blandito señor NO al que también se le llena la boca día sí y día también con un concepto tan sagrado como mal utilizado.

Decía Tierno, en su momento, que libertad sin igualdad era palabra vacía y presta a ser utilizada bastardamente por cualquiera, y no le faltaba razón. La revolución francesa añadía a la pareja mencionada el complementario concepto de fraternidad, ahora rotundamente sustituído por el de solidaridad, y yo me atrevería a recomendar a cuantos no nos consideramos oportunistas ni ilusionistas del lenguaje que jamás utilicemos la palabra libertad sin sus dos genuinos apellidos, que deben formar parte inseparable del primero si queremos respetar y darle su auténtica dimensión a tan hermoso, como decía al principio, concepto.

Lo mismo sucede con los símbolos, tan tranquilos ellos en su esencia, que cualquiera se los apropia y genera esperpentos infumables, ganándose de paso unos euros. Pobre tío Ernesto, al servicio de cualquier fascismo encubierto.