viernes, 26 de septiembre de 2008

millonario

Mientras escribía la entrada de ayer dedicada a la contemplación de una planta, caí en la cuenta de que la que describía era una práctica bastante similar a la de escribir un blog. Las dos tienen en común la profunda soledad del agente, la íntima satisfacción que le producen empero (similar en ambos casos, os lo puedo asegurar), la exclusividad de la perspectiva, siempre personal e intransferible y también, si me apuráis, la serenidad que aportan al actor como valor añadido. Esas que enumero me parecen las semejanzas apreciables en cuanto a los sentimientos del protagonista, que soy yo en este caso aunque podría ser cualquiera, pero encuentro más paralelismos no tan subjetivos: en los dos casos se ignora si la respuesta (lo que ahora llaman feed-back y antes tan solo retorno) del objeto paciente va a ser favorable, desfavorable o, lo que es aún peor, indiferente, independiente del mimo, la atención, el cuidado y el cariño que tu ofrezcas en el intercambio. (Sí, cuanto más lo pienso, más se semejan ambos procesos, aunque deseo pensar que este de escribir es mucho más creativo que el de la mera contemplación).

También se semejan, creo, en los efectos que las dos acciones obtienen, que es algo parecido a lo anterior, pero no es lo mismo. La planta, agradecida, crece y engorda a ojos vistas. Es su manera de gratificar mis desvelos y de coquetear cuando la miro. Hasta me está dando (se está dando solita, no os vayáis a creer) un hijo que ya puja debajo de sus hojas más antiguas. Y vosotros, visitantes y lectores, lo hacéis disfrutando de lo que os cuento, intuyo, y añadiendo vuestros comentarios para el enriquecimiento general cuando os apetece, siempre bien recibidos aunque a mi entender escasos.

A veces, después de terminar una entrada, me siento enormemente satisfecho. No pasa casi nunca, pero sucede de ciento en viento. Son esas entradas que relees una y otra vez buscándoles la última vuelta y limando sus imperfecciones, para que cuando aprietas la tecla de publicar experimentes la íntima satisfacción de las cosas bien hechas. Me ha ocurrido con las dos últimas, la de las galletas y la del aloe, y hacía ya tiempo que no me pasaba. Bueno, pues debo deciros que, habitualmente, son esas precisamente las que menos respuestas vuestras reciben. Sospecho que la paradoja anida entre nosotros, de lo que no me quejo aunque no deje de constatarlo en vuestra presencia, que sigue siendo tan masiva a pesar de mis temporales defecciones sabáticas que una página en inglés, de esas que encuentras buceando, ha valorado este blog, mi blog, vuestro blog, en más de siete mil dólares USA como podréis constatar en la viñeta que pego a continuación. Mira por donde, vosotros me estáis haciendo millonario. Digo vosotros porque no imagino otro valor cuantificable por los americanos que no sea el número de visitantes de una página o al menos ignoro otra fórmula de cálculo de valor aplicable y pienso que vosotros, vuestra continuidad, vuestra reiterada presencia, sois lo más mensurable que hay por aquí.

Pues gracias, gente. Tendré que invitaros a algo.


My blog is worth $7,339.02.
How much is your blog worth?

jueves, 25 de septiembre de 2008

mirando cómo crece una planta

A menudo no encuentro nada que me guste más que mirar crecer mi aloe. No es ninguna metáfora ni esta frase esconde cualquier otra figura literaria. Sencillamente, me siento en la terraza, de espaldas al mar, y miro cómo crece la planta. Acaso espero que me reconozca, algún signo de vida más inteligente o perceptible que esa desaforada forma que tiene de ensanchar y engordar. El sábado pasado, para demostrar lo que me parecía intuir, separé la maceta de la pared más de un centímetro y medio. Para que hubiese testigos llamé a mi mitad entera y ante ella, solemnemente, introduje un dedo en el hueco que quedaba entre la proa puntiaguda de uno de los brazos de la planta y el muro, demostrando que lo más ancho de mi dedo corazón cabía perfectamente en el hueco. Hoy, tan solo cinco días después, la uña de este animal vegetal roza la cal. ¿Os imagináis?

La bestia vino a casa dentro de una bolsa de plástico de Carrefour, al lado de una hermana de savia y un montón de tierra enriquecida con estiércol. Me las regaló una amistad reciente, un empresario de aquí que destina las mañanas de los domingos, desde el alba, a cuidar con esmero y parca compañía una especie de vergel botánico que miman a beneficio de inventario. En su compañía y la del propietario del paraíso desayunamos luego unas tostadas a la leña con su ajo y su arenque que me supieron a gloria con el segundo café de la mañana después de desbrozar un cañaveral, regar concienzudamente, echar de comer a las gallinas sólo lo justo para que no pongan y se multipliquen, saludar el rostro impávido de un camaleón que localizaron en mi honor y amagar patadas a un perrillo peor que un dolor de muelas obcecado con el olor de mis sandalias. Después de mi inmersión en este vergel y ampliados mis escasos conocimientos sobre las ancestrales maneras de cultivar en arena propias de la mayetería, me volví por donde había venido con la bolsa de regalo en una mano y la decisión de cultivar el aloe vera en ristre. Planté los esquejes en una jardinera de la terraza con más voluntad que maña, los regué y esperé a que fructificaran, cosa que hicieron con singular descoordinación y dispar fortuna. Como los hijos, haces lo mismo con ambos y cada uno sale por donde le peta, así que una de las hermanas languideció y la palmó mientras la otra se ponía a crecer como una desesperada. Tal vez fuera necesario que pasara lo uno para obtener lo otro, vete a saber. Yo, a la perdedora la enterré a pedazos junto a la otra por si al pudrirse la daba de comer. Va a resultar ahora que tengo un aloe caníbal.

Filosofías aparte, en éstas ando yo ahora, haciendo lo que se supone debería ser la obsesión de todo buen político. Ver y escuchar cómo crece la hierba.

Nota.- Observad en la ilustración la sombra de la tecnología y la uña en la pared.

lunes, 22 de septiembre de 2008

el punto de choff

De niño desayunaba un tazón de colacao con galletas María. No es mi fuerte la memoria en abstracto, es decir que no tengo una buena memoria general, pero hay pequeñas cosas de mi pasado que recuerdo con nítida precisión como aquellos desayunos en la cocina de la casa (pomposamente chalé) de dos pisos con jardín en la que transcurrió mi infancia en Zaragoza, edificio que, junto con algunos más distribuidos por la que entonces me parecía extensísima y procelosa selva (la cocina vieja, la gruta, los almacenes, el gallinero...) era el último por la derecha de una calle Sainz de Varanda que a la sazón no tenía salida.

En la cocina de aquella casa, que calentaba mi madre a duras penas con leña y carbón nada más levantarse, sobre una mesa cubierta de plástico a cuadros azules y blancos, fue donde desarrollé de niño mi teoría del punto de choff mientras mojaba las galletas en el humeante brebaje como si fuera aquel negrito del África tropical, observando cómo cada galleta sumergida por un tiempo n en un líquido a temperatura variable y extraída a continuación para llevarla a la boca tarda x segundos en alcanzar su punto de choff, siendo éste el instante en que la parte reblandecida de la galleta se precipita por su propio peso (y por si esto fuera poco, por la acción de la gravedad, como bien me aclararía en el batallón disciplinario de Plasencia, años más tarde, el sargento Pistolas), al instante en que se precipita, decía y cae sobre el líquido que contiene el tazón, eso si hay suerte de la buena, salpicando alegremente el entorno más próximo y produciendo un sonido característico, bautizado aquí con su onomatopeya choff, precursor en el mejor de los casos de una buena colleja.

Aunque no sea el empirismo el mejor camino para alcanzar la ciencia, sí promueve cierto conocimiento de la realidad, sobre todo si se repite el gesto lo suficiente. De manera que, fruto maduro de la reiteración y la contemplación, pude establecer ya a tan tierna edad un postulado: cada galleta alcanza el punto de choff cuando buenamente quiere, al que se fueron añadiendo con el transcurrir del tiempo una paradoja: la magnitud de la colleja es directamente proporcional al espacio recorrido por la galleta cuando alcanza su punto de choff, una extensión al teorema: a mayor n menor x, un principio inalterable: toda galleta sumergida en un líquido se reblandece indefectiblemente hasta alcanzar su punto de choff, por lo que es mejor no llevarla a la boca e incluso un corolario que, hoy por hoy, me parece lo más cercano a la sabiduría que conozco: si comes galletas, no salpiques.

Creo que con mis dos entradas anteriores he estado a punto de alcanzar ante vosotros mi propio punto de choff y de salpicaros, porque en realidad se trataba sólo de dos disquisiciones gratuitas y voluntariamente distorsionadas con las que pretendía contar que uno puede argumentar con el mismo fervor una cosa y su contrario (cual si fuera abogado), y demostrar también que cada opción, la de acudir al concurso y la de no hacerlo, tienen en su base idéntico argumento de fondo construido alrededor de una única referencia, el YO.

Posiblemente no haya estado fino, por lo que ante vosotros me disculpo, y hasta puede que me merezca alguna colleja que aceptaré con resignación.

sábado, 20 de septiembre de 2008

razones para NO presentarse a un concurso

Claro que, si lo piensas bien, ¿por qué me voy a tener que presentar? En primer lugar, los criterios de los demás blogueros, salvo algunos que conozco, no me merecen demasiada confianza. No por nada, sino porque tampoco hay muchos cuyos contenidos y formas me llamen la atención, como seguro les debe suceder a ellos con esta malablanca... Si tengo en cuenta el país en el que vivimos, seguro que no faltarán los que se asocien, se agrupen formando esos lobbys tan de moda, medren y utilicen de forma torticera el amiguismo o incluso atraviesen la frontera de las presiones y las amenazas, que habrá quien se inscriba con el exclusivo fin de torpedear candidaturas y bucear entre ellas para descalificarlas y ponerlas verdes. ¿Qué necesidad tengo yo de someterme a este calvario? Además, según la mecánica del concursito de marras, son los votos de los competidores los que realizan la preselección y con ellos arrojan a los pies del jurado cinco finalistas para que éste les dé la puntilla.

Y ahí llegamos a otra. ¿qué respeto pueden merecer los criterios de un jurado? ¿En qué se basan, acaso en sus conceptos de lo bueno y lo malo, siempre discutibles, en el maniqueísmo que nos invade y atropella, en criterios meramente estéticos o solamente cuantitativos o exclusivamente utilitarios o peor aún ideológicos? ¿De qué cultura nacen esos criterios? ¿De qué educación? Me apuesto corderos contra pajaritos a que miran con simpatía a los más jóvenes, que cumplir pocos pasa por ser la panacea o que son del Atléti o de esos colgados de los términos anglófilos que rebosan la Red o lo mismo hasta clandestinos adoradores de Reverte...

No lo tengo nada claro, no. Estaba yo tan tranquilo en mi rincón y a ver si ahora voy a tener que escribir para gustarles, cambiar mis registros o seguir las modas. Porque, ya que te presentas, lo haces para ganar, digo yo. ¿O no? Pero..., ¿y si no ganas? ¿Y si cualquier cualquiera considera que lo tuyo es de aluvión, que no destaca ni por deleznable o simplemente siquiera lo mira? Y si lo mira pero no lo valora ¡Oh, qué terrible idea me persigue!, ¿qué pasa si ni resultas seleccionado? ¡Qué bochorno, papi! Ser uno más, del montón, un mindundi de la red, una anchoa entre mil...

A mí con esas, no. Si quieren divertirse, que se compren un fedeguico, pero de mí no se ríen por el papo. Que no, hombre, que no. Que no está hecha la miel para la boca del asno. ¿Sabéis lo que os digo? Que lo mismo no me presento.

¡Qqqqqqqqqqqque se jodan!

viernes, 19 de septiembre de 2008

razones para presentarse a un concurso

Van ya tres años con éste en que los chicos de 20Minutos proponen por estas fechas el concurso de Mejor blog en español, o algo así. El año pasado decidí presentarme pero lo hice, como hago casi todo, a destiempo y ocurrió que o bien mi candidatura llegó tarde o los inscriptores pasaron de mi cara, el caso es que me quedé allí con la flor como un gilipollas que cantaría Brassens visto por Krahe, don Javier. Que yo confiese que lo hago todo a destiempo está lejos de ser modestia y se acerca más a un arrebato desmedido de autoestima, ya que para mí tengo por sabido y asaz reconocido que es frecuente en mi biografía que se me vayan al limbo proyectos bestiales, ideas comerciales espectaculares y planteamientos originales simplemente porque me adelanto en varios lustros a su horario cósmico real. Es lo que nos pasa a los que cavilamos de manera independiente, que se nos va la olla en imaginar y resultamos mucho menos duchos a la hora de concretar si el entorno al que nos dirigimos está ya preparado para recibir estos arrebatos de originalidad y visión lejana. Al menos esto es lo que me gusta creer porque lo prefiero a reconocerme zafio y torpe, espero que lo entendáis y me lo sepáis disculpar.

De modo que actualmente, hoy mismo sin ir más lejos, me he puesto a valorar los pros y los contras considerables en tan trascendental decisión y como esto es un blog personal, creo yo, pues no tengo inconveniente alguno en hacerlo a la vista del visitante con menos pudor de el que haya tenido nunca la abuelita Susana Estrada. No se os ocultará que a favor de la inscripción de malablanca... figura en primer tiempo la soberbia ya demostrada antes, puesto que estoy tan convencido de las bondades de mi prosa y de su interés universal que ha de bastar con mostrarlo a la intemperie para que me lluevan los votos por oleadas y, tras ser obviamente seleccionado, arrebatar con tales méritos al jurado experto. No se me caen los anillos al colegir de ello una victoria fácil por goleada, que le daría la vertiente práctica a mi ya reconocida valía. Otra razón a favor ha de ser sin duda el mesianismo que con poca vergüenza confieso puesto que sería altamente odioso privar a las gentes en general de lo que hasta ahora habéis disfrutado tan solo 60.000 de vosotros. Otra, aunque pudiera parecer una reiteración de la primera, es que junto las palabras tan estupendamente bien que a menudo esconden o parecen diluir el fondo de lo que digo, a ojos inexpertos, claro, con lo que bien pueden comulgar conmigo gentes de cualquier postura existencial simplemente emborrachados, o acaso adormecidos, por mi manejo un poco tramposo y ventajista, lo reconozco, de los trucos del lenguaje. Eso por no mencionar salvo de pasada el exquisito rigor de mis comentarios, la belleza intrínseca de los montajes gráficos que los ilustran, la saturación de ideas originales de sus tan abundantes contenidos o al menos de ideas propias en un mundo sobrado de ocurrencias y hasta incluso, si me obligáis a reconocerlo, la propia imagen de este autor cuya mirada analítica no ensombrece sino resalta la cierta nobleza de rasgos que se percibe al contemplar con atención su rostro, no lo llaméis jeta, os lo pido por favor.

Estos mandamientos a favor se resumen en uno solo que los concreta y compendia, como en el caso de casi todos los que se inscriben: EGO

jueves, 18 de septiembre de 2008

al desnudo

Otra de las cosas buenas que tiene Internet es que se convierte cada vez más en el espejo de todas las miserias de que adolece el ser humano, fundamentalmente debido a la extraña credibilidad que recibe precisamente un medio en que la mentira es lugar común y por culpa también de esa auténtica serpiente de verano que es el anonimato en la red. Cualquiera con dos dedos de frente y los mínimos conocimientos sabe que en la red se camina como los caracoles, dejando tras de sí la baba que garantiza que el que quiera y sepa puede seguir tus pasos con solo proponérselo. Pero da igual. En el país de tirar la piedra y esconder la mano Internet ha sido recibida y está siendo cada vez más usada como la panacea universal. Los muchos cobardes que en este sitio son se escudan en ese supuesto anonimato para largar las mayores ofensas e injurias sobre cualquiera que les apetezca y para torpedear iniciativas, escupir al cielo o hacer gala pública de rijosidades que escandalizarían a un camionero. Mucha gente tiene demasiado tiempo y lo utiliza en darse coba a los bajos instintos, masturbarse con la desgracia ajena o para levantar auténticos monumentos al mal gusto y a la moral de las almejas. Así han nacido los llamados trolls (por aquí se pasa más de uno), antes reventadores y los insidiosos profesionales que publican sin parar opiniones en todos los foros y campos abiertos, cada uno exudando más envidia y menos criterio que el anterior, entre otras figuras ya clásicas de la ventana cotilla en que se ha convertido la pantalla del ordenador. En este link podréis encontrar a una fulanita que aprovecha sus cinco minutos de gloria para subastar al mejor postor su supuesta virginidad (imagino que le habrá borrado el sello del matadero, que decía el viejo chiste). Es conocida la historia de un fulano que pretendía vender a su mujer por seis mil euros, la vendí porque era mía que diría el tango, por no hablar de hechos como la costumbre de colgar de la red grabaciones de palizas y de concursos de matar animales con ventaja, cuando no de asesinar y quemar mendigos o las no menos reiteradas de subastar en e-Bay un riñón, un ojo o la propia vida o retocar con Photoshop fotografías de famosos para atribuirles cualquier barbaridad u opción sexual que se les pase por la cabeza.

Lo bueno que tiene Internet, si te fijas bien, es que en su espejo deformante se puede ver también que hay casi mil millones de personas en el mundo que están, ahora mismo, retorciéndose de hambre y a punto de morir por ello mientras estos innumerables descerebrados hacen patética gala de las porquerías que anidan en su cerebro. Lo cual habla a su manera de la naturaleza del género humano. Menos mal que hoy me he levantado optimista...

Nota.- En la ilustración pueden apreciarse las virtudes del Photoshop para la propaganda política (antes y después de pasar por el retoque).

lunes, 15 de septiembre de 2008

revival

Cuando me creía que ya la cosa estaba dominada vuelve a comenzar como si nada hubiera pasado. Profundizo. Me informo, deshabilito, descargo, retoco y vuelta a empezar. Troya ataca ahora con amagos más débiles pero su constancia es de libro. Insisto. Retrocedo para tomar impulso. Me cargo el Explorer. Lo dejo reducido a la nada, ya no es el preferido de mi máquina. Que se joda, por dejarse tan fácil como una jenny fumada. Toqueteo el registro, incluso. Busco motores, autoruns y tal, mato dlls como un poseso, extermino archivos, que caen como moscas, pero ahora mismo puede ya decirse que tampoco volviendo a traición ha podido conmigo. Menos mal que mi chica me lo recordó. ¿De dónde eres tu? Preguntó, sabiendo la respuesta. Aragonés, le dije. Pues eso, contestó ella.

No es extraño que las cosas vuelvan a uno. Las mal cerradas e incluso algunas que ya no recordabas, y últimamente me pasa. De repente, me aparece una respuesta en el facebook de un amiguete tan lejano que hacen falta prismáticos para recordarle. Ahora es el dueño de un periódico nacional y sigue jugando, lo que me encanta y enternece. También de golpe, como pasan estas cosas, vuelve del pasado un proyecto monumental del que anduve enamoriscado y que di por perdido hace casi un año. Regresa como si tal cosa, haciendo bueno el decíamos ayer de Unamuno, y hasta es posible que me exija respuestas.

También reaparece mi Zaragoza vía móvil, en varias ocasiones, ahora que se acaba de terminar la pesadilla Mundial, vegeta el Real malamente en Segunda y amenazan las fiestas con su imán a todo gas. Me hablan del Plata redivivo y me emociona pensar que el Tubo sea de nuevo con su retorcido atractivo de fritanga exterior y malos pasos. La última vez estaba en obras y me pareció condenado a desaparecer.

Me llega a lectura una novela recién parida, con olor amniótico impregnadas sus páginas por la que desfilan de nuevo (vuelven) personajes que en mano de su autor amigo reencuentro y disfruto. Oiréis hablar de ella, porque es y va a ser un tiro, pero esperaré a que salga para recomendarla. Ya voy por la segunda lectura y me llegó ayer, imaginaos lo que me estaré divirtiendo.

Reaparecen así, en fases concretas. Parecería que su concentración quisiera indicar algo. Cosas, personas, recuerdos, vivencias, imágenes, discusiones y hasta argumentos se vuelven a hacer presentes exigiendo su reconocimiento no ya como historia sino como presente indicativo. Puede que algunos sean virus, pero no habrá caballo troyano que consiga que mi disco duro reaccione a nada que no sea la más exquisita expresión de mi propia voluntad. He dicho.

Nota. La ilustración es de Genovés.

viernes, 12 de septiembre de 2008

por culpa de un gusano

Aquí llevo, desde que publiqué por última vez, peleando a brazo partido con un puto gusano, worm que le llaman, por más señas uno que se me vino encima cuando visitaba inocentemente una página cualquiera, no queráis saber, y se apropió de mi portátil flameando la bandera de mi supuesta o de cualquier forma voluntaria necesidad de protección contra todo virus maligno. Se hizo fuerte en mi disco duro, me coló de rondón unos cuantos caballos de Troya, cambió el aspecto de mi escritorio por otro realmente alarmante, más rojo que mi propia mismidad y se hizo, ale-hop, con los mandos del sistema. Si no os ha ocurrido nunca, no os lo recomiendo. Si ya os ha pasado, seguro que entenderéis bien lo que digo.

Ahí se iniciaron mis desvelos, preñados de sensaciones entremezcladas, mixed feelings que le dicen los yanqis. Gracias al puñetero bicho me sentía a la vez trasgredido, violado, burlado, explotado, desnudo, indefenso, asequible, vulnerable y maleable como un niño en las garras del ogro de los cuentos. Mis secreto al descubierto, mis intimidades al alcance de cualquiera, mi sensibilidad en pública exposición, al lado de las innombrables fantasías de mis bajos y de las más peligrosas de mis proyectos literarios o vitales. En pelotas en mitad de un Bernabéu repleto, abierto en canal en un quirófano sin paredes, las tripas al sol mortecino de este septiembre que aquí es dulce y delicado como los mofletes de un bebé.

Por ello reaccioné a la vez soliviantado, molesto, enfadado, cariacontecido, desengañado, violento y francamente cabreado ante esta agresión y su/s autor/es, a lo que imaginaba colgados de los pulgares descoyuntados de los pies en un tenebroso sótano privado sometidos a mis más inconfesables caprichos sádicos. Me sublevaba la prepotencia de su proceder, cobarde como los abusos a los que aquellos grandotes del cole nos sometían a los que éramos (entonces) bajitos y endebles, tan arbitrario como ellos, sensación de rabia que evoqué idéntica, furia ciega que me llevó a armarme de los mejores antivirus, asesinos implacables de spyweres que ofrece ese otro mercado ventajista de mercenarios de raros nombres polacos a tu servicio si les pagas bien.

Aquí me tenéis de nuevo al fin, peleando ahora por la supervivencia en un paisaje desolado, panorama después de la batalla, que hay aliados que aplican para salvarte políticas de tierra quemada de la que emergen a duras penas un teclado tartaja, unos navegadores castrados y docenas de aplicaciones cercenadas porque fuego amigo disparó sin dudar a todo lo que se movía. Os escribo y me desaparecen letras al buen tuntún, daños colaterales creo que les dicen, pero que no impedirán que os haga llegar desde estas trincheras mi mensaje triunfal, porque, queridos, puedo deciros desde este cuerpo herido y vendado y mutilado y hecho un asco que he vencido, que hemos ganado los buenos, que el gusano y sus adláteres equinos ya son historia antigua.

Si vierais cómo han quedado ellos...

lunes, 8 de septiembre de 2008

memes

Parece ineludible que en cuanto aparece un medio diferente como éste, sus usuarios se crean en la obligación de generar rituales propios y excluyentes. Es como si existiera una universal tendencia a la capilla, a las fórmulas sólo para enterados y al private joke de los listillos. Todo convertido en religión. Como si lo que hubiera que destacar del mundillo recién descubierto no fuera su sorprendente capacidad para la comunicación, el solaz y el disfrute de todos los que en él participan (haciendo páginas web, escribiendo blogs, leyéndolos, rebuscando-gugleando, enunciando en la wikipedia...) sino su disposición a poner en el extra radio a los recién llegados demostrándoles por activa y pasiva que son unos parvenus, que no se enteran, que no forman parte del tinglado...

Yo mismo, sin ir más lejos, tardé un huevo en enterarme de lo que es un meme y mucho más hasta comprender el significado de lol, vocablo sin el que resulta imposible reírse en un chat. Todas estas cosillas no me parecen sino desesperados intentos por mantener ciertos supuestos privilegios que marquen la diferencia entre los que sabemos de qué va esto y los otros, siempre el ellos y el nosotros, con todas las connotaciones clasistas, en el peor de los sentidos usuales del adjetivo, que ello presenta en una aldea global que más parece, por estas y otras manías, el Sagrillas maledicente, envidioso y miserable de los Alcántara.

Un grupo, sea el que sea, nace con el único objetivo de acoger las individualidades dentro de un colectivo que tenga algo en común. Pero siempre ocurre que, en cuanto el grupo es grupo, aparecen como por ensalmo la normativa y el escalafón, fieles y abundantes como champiñones a la sombra. Y a ellos le siguen, cual perrillos falderos, los signos secretos de reconocimiento entre juramentados, el pez y la ceja, por citar algunos, el meme y el lol. Me evoca una maldición bíblica, si no sonara lo de bíblica tan traído por los pelos en un comentario como éste: Te agruparás para estar mejor e impedirás que otros lo estén. Grupo serás, más grupo exclusivo. Guay de los ajenos. Espero no asimilar nunca que esta tendencia forma parte de la naturaleza del ser humano, porque entonces iríamos dados. Pero es cierto que esta maldita maldición se reitera como si así fuese, en cada grupo que repaso, de todos los que recuerdo haber conocido, creado o participado, lo que me genera ciertas dudas. ¿Y si cualquier grupo fuera impepinablemente así? ¿Y si es imposible que sea de otra manera?

Por si acaso, no me veréis participar nunca en un meme.
Nota.- La ilustración es una mezcla de dos de los signos cabalísticos a los que me refiero como marca de grupo. Va sin segundas. Aunque...

viernes, 5 de septiembre de 2008

sombra buena, mala sombra

A mí, los escoltas nunca me han caído bien, aunque les reconozca cierto mérito. Provienen habitualmente de las incontables policías que ofrece el mercado de la inseguridad en excedencia y de los gimnasios, cuando no de las puertas de las discotecas. No me negaréis que, de partida, estos orígenes no parecen recomendables en exceso.

Aunque generalizar sea fácil y a menudo injusto, los escoltas suelen ser grandotes y un punto borricos, con el cuerpo tan en forma que machacado le dicen. Mentalmente, desarrollan a menudo cual fruto indeseado de su profesión paranoias diversas y cierto complejo de superioridad. Ser la sombra permanente de otro y sentirse su imprescindible seguro de vida es lo que tiene, que enseguida se establecen extrañas relaciones de prioridad similares a la del manager que, en cuanto se descuida, ya piensa que el artista que representa es el hijo de tal que se lleva por el morro el ochenta por ciento de lo que él gana. Sé de lo que hablo, podéis creerlo.

En Bilbao, ser escolta debe ser la hostia, porque el peligro en esas tierras pasa de ser latente a presente y evidente, de abstracto a exageradamente concreto allí donde la conciencia de la amenaza y el riesgo es tan real que ni pueden vivir con normalidad cuando no están de servicio, siempre desde la sospecha de que cualquier cobardica podría ser un informador de los que tiran la sangre y se lavan las manos. Por eso, este comentario debe partir, para ser justo, de aceptar como buenas algunas de estas premisas de excepcionalidad que entiendan, aunque no excusen, lo difícil que debe resultarles a estas personas reaccionar con normalidad ante cualquier circunstancia.

En estos días, un escolta se ha liado a tiros con un segurata en plena estación de tren abarrotada, tras haber desenfundado ambos previamente como si rodaran una peli del oeste para primero amenazarse, engallarse después, aparentar controlarse luego y liarse a tiros por fin dejando en el suelo heridos ajenos y propios. De lo que he visto y leído se desprende, creo, que la obcecación matarife de ambos venía de antes y desembocó en la reyerta descrita, que en cámara da como una sosa opereta ritual, como la crónica que dio título al libro genial de Gabo. Fatum griego, a este hijoputa le voy a meter dos tiros. Algo así. Dit i fet.

Ayer, otro escolta se tiró a la ría para salvar la vida de un anciano. Nadó hacia él y le rescató, aunque creedme si os digo que en el gesto del viejecillo no descubrí ni un atisbo de agradecimiento, sino que más bien me pareció que el hombre traía cara de enorme desconcierto como el de quien acaba de comprobar cómo, incomprensiblemente, se frustra un anhelo concienzudamente planificado. Saltara o cayera el anciano, que para el caso poco importa, la reacción de la sombra de López fue, en este caso, fruto de otra mecánica mental de la que no he hablado hasta ahora que consiste en la asunción por parte del escolta de la idea base de que su trabajo es la protección del otro sin escatimar el riesgo propio.

La verdad, no me imagino a los del tiroteo lanzándose al agua, de lo que deduzco que en el mundo de las sombras, como en los demás, debe haber de tó.

miércoles, 3 de septiembre de 2008

achuchones tecnológicos

Ya me decían a mí que la evolución no seguía una línea recta sino que avanzaba a saltos, cualitativos les llamaban, como los canguros. Es lo que tenía el materialismo dialéctico, creo recordar, que lo explicaba todo en un pispás en cuanto te aprendías el truco y llegabas a jefe de célula. Tengo que pensar en alterar esta manera de escribir porque siempre empiezo por mis conclusiones y luego me suele costar un ojo ligarlas con el comienzo del razonamiento y hasta a veces me lío y no lo hago con lo que la cosa queda montada al aire, como los brillantes en los anillos, aunque esto nunca lo he entendido del todo por mucho que he mirado y remirado uno de mi madre que es el único que tuve un rato de cerca. Bueno, a ello. Lo antedicho viene a cuento de varias novedades que han coincidido en el tiempo y que representan, a mi entender, un salto cualitativo en la evolución del ser humano hacia su futuro, sea éste el que sea.

Hoy he sabido que falta menos de una semana para que se ponga en marcha el acelerador de partículas fetén, capaz de largar unas contra otras a tanta velocidad que se podrán descubrir hasta las bragas de las vibraciones del vacío cósmico, sea esto lo que puñetas sea. A mí se me encojen las tripas al saber que en Ginebra, a cien metros bajo tierra, miles de científicos de todo el mundo se han gastado la friolera de 6.000 millones de euros en la construcción de este tubo circular de 27 kilómetros de largo por el que echan a correr en alegre montón billones de partículas en ambas direcciones para que se escachen las unas contra las otras a razón de 600 millones de colisiones por segundo. Puede que descubran cosas, puede que no, hasta puede que reventemos todos o nos salgamos de la órbita o que alguien acabe comprendiendo la naturaleza de la cosa y podamos personarnos en las estrellas en un nanosegundo. Me da un poco lo mismo pero, pese a no considerarme yo un retrógrado, confieso que me asusta esta insolente capacidad del ser humano para colocarse con los pies justo al lado del límite desde el que se puede alterar el equilibrio majestuoso gracias al que sé que somos y estamos. No me negaréis que algo que se llama Gran Colisionador de Hadrones (LHC, en sus siglas en inglés) no acojona un poco.

También hoy he escuchado que la culpa de las infidelidades sexuales masculinas no la tiene una gónada alocada ni una educación sesgada sino un alelo, concretamente el que lleva el número 334. Cada vez que se usa el mapa genético para mezclarlo con la estadística tengo la sensación de que se descubre lo que se busca, que es potenciar el determinismo y machacar al libre albedrío. Todos sabemos que la estadística es la forma acumulativa de la mentira, puesto que depende de la pregunta más que de la respuesta. Que todo es interpretable. Que saber que el cuarenta y cinco por ciento de los muertos por accidente de tráfico no llevaban puesto el cinturón puede representar que es muy peligroso no llevarlo o que es peor aún llevarlo, según se lea. Así que, en lugar de combatir el concepto de infidelidad, arcaico y absurdo, nos dedicamos a buscarle un culpable a medida lejos de la sucinta decisión de follarse a menganita porque se ha puesto a tiro. Por cierto que, curiosamente, ni siquiera se ha estudiado la existencia del tal alelo en el mapa genético de las mujeres, vaya usted a saber por qué.

Colateralmente, me he enterado de que mas de treinta aragoneses han utilizado el polígrafo para descubrir si su mujer les era infiel o no, y como sé que hay muchos en mi tierra que no tienen otra cosa mejor que hacer que leer esta página, me voy a permitir recomendarles que aprovechen para tirarles de las orejas si conocen a alguno. Yo mismo, si fuera mujer, le pondría unos cuernos de campeonato a cualquiera que pudiera pensar en servirse de un polígrafo para averiguarlo. Recordadlo. La propiedad es un robo.

Hoy también echa a andar el tercer navegador mayoritario en discordia, llamado Google Chrome. Ya me lo he bajado. Es simple y va a toda leche. Os recomiendo probarlo e ir comprobando sus virtudes y defectos.

Viva la evolución.

martes, 2 de septiembre de 2008

milagro o muerte

Me he resistido como gato panza arriba a tocar el accidente aéreo de Barajas porque tengo con él una implicación sentimental directa y no me gusta exhibir mis entrañas más allá de lo que el guión bloguero exige, pero hay un tema que me está golpeando día sí y el siguiente, en concreto cada vez de las incontables que veo el rostro de la mujer rescatada incólume de la catástrofe hablando por la tele. He viajado mucho en avión, y lo que te rondaré, morena, a lo largo de esta vida casi aventurera que me he buscado vivir y siempre con una actitud, frente al hipotético peligro de volar, basada en la certeza de que, pase lo que pase, estás atado al destino de los demás, que no eres más que un número entre los pasajeros y nada puedes hacer por evitarlo.

Así, mi naturalidad en vuelo es completa y mi despreocupación reconocida. Recuerdo en uno de los viajes a Tenerife que realicé con Aute, al que el espíritu de los Rodeos traía a mal traer. Él miraba hacia mí cada vez que conseguía fijar sus ojos descontrolados, próximo ya el aterrizaje, turbulencias por medio, la piel del rostro de un alarmante tono verdoso y me comentaba algo así como: -y tu, tan tranquilo, tío. No eres humano- a lo que yo le contesté que no, que precisamente por ser y por sentirme humano, lejos de cualquier otra trascendencia, tenía la certidumbre de que nada de lo que pudiera hacer serviría para evitar acabar en churrasco si las cosas se daban mal, por lo que en vez de ponerme de los nervios me aquejaba en vuelo una enorme tranquilidad, esa que sólo puede propiciar la plena sensación de impotencia. Apenas te da tiempo a decir: ¡ay va!, y a otra cosa. No sé si lo entendía, ni sé si estaba en disposición de hacerlo, pero sí sé que mi opinión no le serenaba lo más mínimo y siguió verde botella hasta que abordó la pasarela.

Pero con el accidente de Barajas, más en concreto con la existencia de un pequeño número de supervivientes, se me aparecen preguntas dispuestas a reventar tan elaborada teoría. ¿Querrías sobrevivir a cualquier precio? ¿Merece la pena contarlo con inmensos dolores y la mitad de la piel quemada e irrecuperable? O ésta, que es peor ante los vuelos que me queden: ¿seguirá vigente tu cómodo determinismo ahora que sabes que alguno puede salvarse?

Amo la vida aunque no me aferre a ella de forma pusilánime pero, hasta ahora, siempre había resuelto esta duda con un dilema maniqueo: para mí, muerte o milagro, no valen grises por medio. Si no puedo ser de los que hacen declaraciones a la salida del hospital, elijo ser de los callados que aporta su ADN para que se lo comparen con el de un pelo. Eso hasta ahora. Hoy, pensándolo mejor, se me ocurre que el único razonamiento, la sola alternativa coherente, es encoger los hombros, comprender que nuestra existencia es puro tránsito y aceptar lo que caiga, como hago cada día. Todo lo demás me parece soberbia, que es la antesala de la trascendencia.

- Para Chari, con ternura.

lunes, 1 de septiembre de 2008

nada

Terminadas las vacaciones de mis musas, miro alrededor y veo nada. Dicen que ayer era el día del blog, pero nadie me regaló nada, siquiera una triste entrada que llevarme al ego, ni un fugaz comentario que me hiciera salir de esta nada que nos envuelve, que es como el vacío pero vacía. No sé si será la nausée que provocaba las arcadas de Juan Pablo, pero me aterroriza esta vuelta a la normalidad cuando miro debajo de las alfombras de las portadas de los periódicos diarios y no encuentro nada que llevarme al teclado, mientras yo con estos pelos y septiembre descargando y los visitantes con el viento de poniente en la popa y este amargo sabor de vacío en la boca y ahora qué narices cuento yo en estas líneas si por no tener ni tengo el vértigo del folio en blanco, que me estoy escribiendo encima ya desde hace días y me levanto cuando no han dado las del alba con los dedos de las manos como antenas, sensibles como el pezón de una primeriza y dispuestos como un recién contratado, ganas no me faltan ni tampoco ese proverbial y legendario ingenio que me caracteriza ni siquiera el punto de originalidad y mala leche que informan esta página y sin embargo en el entorno es como si se hubiesen ido los motivos y las razones y las anécdotas o como si los temas anduviesen mirando para otro lado así que por todo lo antedicho he decidido agarrar por los cuernos este toro y saltar al ruedo para contaros que no os voy a contar nada, lo que bien pensado casi parece un secreto homenaje al día del blog de ayer, que lo compre quien lo entienda, y además me apunto al concurso alemán de mejor blog en lengua castellana porque si no quieres café toma dos tazas y porque la mejor defensa es un buen ataque y porque estoy harto de la nada pero, sobre todo, de que se ría de mí.

¿Qué se habrá creído?