de Marinaleda vengo
Estuve en Marinaleda del viernes al domingo por la tarde, respirando libertad. Rodeado de gente estupenda, trabajando como forzados para sacar adelante el IV Encuentro Estatal del 15M, abrazando gente desconocida con la que llevaba más de dos meses en la brecha telemática pero sin vernos las caras, saliendo al paso de los imprevistos y los inexplicables, que son peores, combatiendo la burocratitis asamblearia, que también existe aunque parezca mentira, hablando por la radiotelevisión local sobre nuestro movimiento, comiendo a salto de mata, a veces de traje (yo traje queso, yo...) y otras en el restaurante del Sindicato de Obreros del Campo, organizando, proponiendo, debatiendo, diseñando, discutiendo, comuneando (que viene a ser poner algo en común con otros), consensuando, disintiendo, aclamando, bloqueando, cediendo, aprendiendo, enseñando, sonriendo, disfrutando, conociendo, apuntando, a veces pasando, soñando, riendo, escribiendo, transmitiendo, esperando, viviendo, en fin, la vida con la intensidad de un gerundio permanente, potente y crujiente como la cebolla de la ensalada.
Estuve en Marinaleda y me contagió la firme disposición favorable a nuestro desembarco del pueblo entero, la permanente atención de todos, su amabilidad y buen criterio, su curiosidad de inmediato planteada si llegaba el caso. El Alcalde nos dio las llaves de ese Ayuntamiento sin guardias municipales para imprimir unos programas. Así que llegamos, abrimos, encendimos las luces, prendimos ordenadores e impresoras, descargamos nuestro lápiz de datos, y allí seguía sin venir nadie a controlar nada, que tardaron más de media hora en aparecer y menos mal, porque no encontrábamos los sobres grandes. Clavado con una chincheta en el corcho que habían pegado en el lateral de un archivador vimos un papel con los presupuestos municipales del año en curso. Allí, a la vista de todos. También nos había dado antes las llaves del polideportivo para que durmiera el personal y tampoco hubo control de ningún género. Uno de los que por allí pasaban a entrenar o a lo que sea se ofreció a ayudarnos con la limpieza y la preparación de la zona de recibir, para luego perderse discretamente tras la tarea hecha. Nadie nos acotó, prohibió, condujo, aconsejó o presionó en ningún sentido mientras estuvimos en el pueblo.
Estuve en Marinaleda y me empapé de democracia de la buena, allí donde la asamblea local controla desde hace más de treinta años tanto las cuentas públicas como lo que hacen o no hacen sus electos, que no cobran un duro por su trabajo ya que lo ejercen a tiempo parcial, cuando se lo permiten las tareas de las que viven. Allí donde la tierra es ya de todos, como se demuestra en la construcción colaborativa de viviendas para las jóvenes familias, suelo gratis, cimientos, acometidas y arquitecto también, los materiales los consiguen a tirones de la Junta, así que a trabajar el que puede de cada familia bajo la dirección de un aparejador que controla a estos aprendices de paletas, cuyos emolumentos no se cobran pero sí se acumulan las peonadas invertidas para descontarlas del coste final, de modo que por la hipoteca acabó fijando la asamblea unas cuotas de 15 euros al mes, que lleva sin subir la tira de años. Una hipoteca que no recuerdo si me dijeron que era a ochenta o noventa años para que los hijos sigan atados a ella y nadie haga negocio con lo público.
Estuve en Marinaleda y conocí y aprendí a apreciar a un hombre bueno, combativo y decidido, que lleva sobre sus espaldas buena parte de la historia de este su pueblo, de las ocupaciones de tierras, de las huelgas de hambre, de los innumerables procesos, detenciones, retenciones con que ha ido jalonando su trayecto inflexible y honesto hasta en los pequeños detalles. Compartí con Juan Manuel Sánchez Gordillo muchos momentos, porque se vino a sentar entre nosotros como uno más, tomando notas, escuchando atentamente, participando lo justo salvo cuando presentó su trabajo en el Ágora de economías alternativas. Enseguida nos pusimos de acuerdo sobre la necesidad de abrir una tienda de los productos de la cooperativa al público, iniciativa que me agradeció aunque "ya estábamos en ello", sobre el concepto de sumar elementos o fuerzas políticas susceptibles de coexistir y sobre alguna cosa más que no mencionaré aquí porque soy un tipo discreto. Me dio su móvil para ver si concertamos una charla coloquio en mi pueblo y se borró cuando se apreciaba en el horizonte que llegaba la hora de los agradecimientos.
Estuve apenas tres días en un mínimo espacio de libertad tan plena y contagiosa que os autorizo a manifestar la envidia que sé que os corroe tras leer esta entrada. A la salida del pueblo, la guardia civil paraba algunos coches, para indicarnos que era ya la hora de despertar del sueño. La hora de volver a la pesadilla.