lunes, 28 de julio de 2008

el amigo Saldaña

Hola. Me extraigo de nuevo de mi sabatina (¡qué poco me queda!), entendido el concepto al pie de la letra como oficio divino propio del sábado, segunda de las acepciones del de la RAE, bajo el impulso incontrolado que me viene abundante cada vez que un amigo hace algo, sea ello lo que sea y me guste o me disguste (que no es éste último el caso), como si tuviera yo dentro un resorte que se disparara cual patada refleja por esos motivos, tal vez porque esa preeminencia de la amistad, entendida en sentido lato, sobre cualquier otra forma de relación sobrevenida, me mantenga cerca de la adolescencia o porque dicha valoración excepcional del apego voluntario a las personas haya sobrevivido al paso de los años como una de las pocas opciones que le merecen a uno la pena, vaya usted a saber o, por decirlo castizamente, acaso porque se me pone.

Sirvan prolegómenos tan obtusos para explicaros que el amigo de esta grata esquina en la que nos sentamos a menudo a decir cosas llamado Pedro de Paz acaba de hacer real su amenaza y un nuevo hijo suyo, el tercero en la línea sucesoria, está a punto de ver la luz para septiembre. Nada menos que con Planeta, ahí es nada, y con ínfulas de best seller, pronto será tan nuestro como suyo este libro titulado "El documento Saldaña" cuya lectura ya me apetecía antes y que en cuanto pueda tendré en mis manos desde la curiosidad y el deseo no exentos, por supuesto, de sentido crítico e independencia de juicio, que suele ser lo mejor que se puede ofrecer a un amigo en cualquier terreno de la vida.

Como ya se escribió por aquí, don Pedro y éste que lo es mantuvimos una charleta cervecera que se prolongó horas sin parar de darle a la muy merced a una cita a ciegas concertada después de habernos conocido en este blog, al final de la cual intercambiamos cromos y abrazos, aunque no recuerdo bien si fue por este orden, gracias a lo cual cayeron en mis manos (en tales etílicas circunstancias, igual podían haber caído al suelo) sus dos anteriores novelas, El hombre que mató a Durruti y Muñecas tras el cristal, que me gustaron lo suyo, más la primera que la segunda, confieso, mientras quedó entre las suyas un ejemplar del libro coral acerca de Castañuela 70 en el que tuve el privilegio de participar. Desde entonces, es lo habitual entre nosotros saludarnos con más chicha cuando nos cruzamos por la vida, disentir con elegancia, coincidir con pasión y prometernos mutuamente renovar votos cerveceros cuanto antes, que ya la vida se encarga de ponernos en nuestro sitio haciéndolo dificultoso cuando no imposible.

Así que es llegado el momento de hacer público mi deseo/compromiso de vernos de nuevo (me encantaría que fuera posible por estos pagos en los que recién habito), para renegociar nuestra amistad, emborracharnos como marineros y hablar de este nuevo vástago (en mi opinión podría también llamarse salto cualitativo) que acaba de parir, y si hay unos langostinos tigre por medio, mucho mejor. Podríais veniros también los asiduos visitantes de este portal pueblerino, siempre que trajerais la silla. Nos sentaríamos a la fresca junto a la puerta de casa a ver pasar la vida mientras la luz atardece y muere el día. Estaría bien que pudieran venir Bea, mi sobrina putativa, sin su madre, Rafa Reig llegado a lomos de cualquier White Horse, que se bajara de Sevilla el amigo Eduardo con una caja de Cruzcampo bajo el brazo, más claro, agua, que se descolgara Gabriel Jaraba desde Barcelona, que se vinieran grendel, lunita, María desde aquí al lado, Gustavo desde la Castilla profunda, superantipático (que también está preñado de dos sorpresas), Xoxo, de redes, Jaime, en fin todos y cualquiera de los más o menos anónimos que hacen incomprensiblemente costumbre de una pertinaz visita a estas líneas.

A ver si encuentro quien me financie este sueño.

lunes, 14 de julio de 2008

argumento cornuto

Saludos desde mis días sabáticos.

Asuntos como el de la directiva europea que permite a los países miembros encarcelar a sus sin papeles durante dieciocho meses, denominada por ahí la directiva de la vergüenza, le hacen a uno hasta romper su silencio más celosamente guardado (por mor de un voluntario periodo de higiene mental, transitorio, eso sí) para alzar voz y denuncia contra esta barbaridad aunque sea con retraso, ya que la cosa se fraguó el pasado 18 de junio.

Pero, como lo malo resulta bueno demasiado a menudo, este retraso en el comentario que hubiera nacido a flor de piel permite ahora plantearlo no tanto como aberración legislativa, sino pudiendo agregarle en un exquisito revoltijo la crítica a su apasionada defensa por parte de Zapatero e incluso la del posterior congreso de su partido, en el que una ascendente Leire Pagín concedió que desde el PSOE "no se lo hemos explicado bien" a la ciudadanía. Explicar lo inexplicable es tarea de gurús más que de políticos, sospecho, de chamanes y de obispos. El presidente del Gobierno de España hizo algo más. Defendió la directiva que votó a favor tildándola de progresista y acusando de paso a sus disidentes de ignorancia supina y demagogia irresponsable.

¿Desde qué premisas se permitió estas acusaciones? Para el presi, según interpreto de posteriores aclaraciones, había algunos países europeos que podían retener en las mazmorras del estado a sus ilegales por tiempo indefinido y sin normas, qué barbaridad, por lo que lo progresista era, sin duda, poner coto a tamaños desmanes limitando el periodo de detención a dieciocho meses de nada, espacio de tiempo baladí ya que la humanidad de la directiva contempla que los inmigrantes sin papeles estén separados de los presos comunes, disfrutando su cautiverio de control judicial "tan pronto como esto sea posible" y hasta facilitándoles juegos y actividades recreativas adecuados a su edad cuando se trate de menores, para que así se les pase el rato en un pispás antes de largarles para casa. De encarcelar a gente que no ha cometido ningún delito, nada de nada. Ni rastro, oiga.

Vaya. No había caído en el calado progresista de la cuestión. Si en varios países europeos existiera la pena de muerte indiscriminada, lo progresista sería implantar la posibilidad de su aplicación en todos ellos pero, eso sí, humanizándola y/o circunscribiéndola a determinados casos flagrantes. Todos juntos es mejor, si con ello limitamos las exageraciones de algunos. Que se jodan, por borricos. Que aprendan a hacer las cosas comme il faut, es decir democráticamente. La mejor manera de solventar un dilema es, Zapatero dixit, integrarlo y generalizarlo.

Así desaparece el problema y se resuelve el dilema. Y yo que llevaba días buscando un buen ejemplo de lo que la RAE define como argumento cornuto...

miércoles, 2 de julio de 2008

la importancia de llamarse Fernando

Leído y releído hasta la saciedad, he llegado a la conclusión de que comulgo con el contenido del manifiesto en cuestión. Me refiero, desde luego, al Manifiesto por la lengua común firmado por Azúa, Cuenca, Vargas Llosa, Gamoneda (sí, y no pero sí), Boadella y varios más, del que Savater ha sido, al parecer, promotor y es portavoz. Os incito a proceder a su lectura con despacio y desearía que comentarais aquí lo que os sugiere. Vaya por delante, que es mi costumbre dar la cara, que no lo voy a firmar a pesar de estar de acuerdo con sus contenidos, y que no lo voy a hacer porque no me gusta que me manipulen en general y mucho menos que lo hagan los Pedrojotas en particular. Así que, de primeras, planteo mis muchas dudas acerca de si las razones o motivos de la gestión de este documento son tan sencillas como parecen u ocultan espúreos intereses bajo su impoluto manto. Ya lo de Vargas Llosa me lo advierte, y lo de don Fernando, el desmedido, lo refuerza, y el uso que está haciendo de ello El Mundo lo confirma. Con ellos, ni a tomar café, no vaya a ser que te encuentres con la tostada del reputado delincuente Losantos a la vera.

Dicho lo cual, repaso el asunto de nuevo, desligado ya (¡ale hop!) de sus usos e intenciones. El documento, en sí mismo, me parece tremendamente justo, responde con exactitud a mi postura personal y no sólo denuncia una realidad lingüística que me resulta sangrante, me ofende y hasta me sonroja, sino que exige además de los poderes públicos soluciones legales que devuelvan la cuestión a su espacio natural con las que también estoy de acuerdo. Cabe decir ahora, a modo de precisión previa, que entiendo que España es una nación compuesta por distintas regiones, comarcas, provincias y países, con una unidad administrativa y dotada de diferentes gobiernos autonómicos. Sin querer precisar más porque no hace falta, esto es lo que hay, para mí indiscutible, y sospecho que para el resto del mundo también.

Ocurre en esto como en tantas cosas. Que, a veces, es mejor hacer algo que plantearlo, a ver qué pasa. Así, si la callada es la respuesta, pues más de lo mismo. Voy y cambio de un plumazo los rótulos de todas las calles, que pasan a decir carrer o kalea donde ponía calle. Luego hago carreteras y las rotulo en catalán, o en euskara, para acto seguido apropiarme de las nacionales y hacer lo mismo, aplicando una lógica consecuente. Luego protejo mi lengua vernácula y aplico en las ikastolas el grado de información social e histórico que me interesa, aún a costa de generar rencores descontrolados en la infancia (que las bombas de ahora la pongan hijos de la democracia podría ser consecuente con la concienciación recibida). Izo las banderas que me parece, impongo a los funcionarios el conocimiento y manejo exclusivamente de una lengua que apenas habla uno de cada cuatro habitantes de mi Autonomía, obligo a los comercios a fichar vernáculoparlantes, invento selecciones nacionales de los deportes de masas..., y no sigo porque me aburre.

Pero sí afirmo alto y claro dos cosas. Una: que todo esto ha sido posible por la dolosa dejación de sus deberes de los sucesivos Gobiernos nacionales y de los partidos que han ostentado el poder, léase PP y PSOE, los cuales no han dudado en mercachiflear con los votos autonómicos que precisaban para gobernar ofreciendo a cambio mirar para otro lado mientras estos atropellos pequeños pero constantes se iban produciendo, dejando en manos de los partidos nacionalistas periféricos sectores como el de Educación a cambio de mantener Hacienda, por ejemplo. Aquellos barros trajeron sin duda estos lodos. Dos: mal que les pese, esto sigue siendo España, Cataluña es España, Euskadi es España, como lo son Aragón y Andalucía. Me niego a aceptar que nadie me haga sentirme ajeno en mi propia tierra y, mientras las cosas sean así, le exijo al gobierno de mi país que defienda mi derecho a hablar y ser hablado, entender y ser entendido en mi idioma en cualquier punto o recóndito lugar dentro de los límites de mi nación. Y a celebrar los éxitos de mi selección nacional sin que me atosigue la Ertzaina.

Coño. Hasta ahí podíamos llegar.

martes, 1 de julio de 2008

yo soy español

Sé bien que a muchos de vosotros no os va a gustar leer lo que sigue, pero no penséis que va sólo de fútbol. Va de constatación. Salvo para ciegos como tapias, en este país han pasado cosas curiosas estos días, y una de ellas es que se ha visto a mucha-muchísima gente perder ciertos complejos y gritar a pleno pulmón ¡Viva España! sin ningún recato. Sin rubor. Algo que yo nunca había escuchado más que entre los fachas, que se pensaban que ese grito era patrimonio de su descerebrada línea argumental, caso improbable de tenerla. Lo visto estos días es otra cosa, que les arranca de las manos el juguete para devolverlas a las de quienes realmente ostentan su cariño por la tierra que les parió y su implicación con el territorio que pisotean cada día.

No es un salto atrás, a mi modo de ver, sino una devolución a la fuerza. Dame esto, que era mío y te lo querías quedar para ti para siempre. Va la gente y, arranque de euforia futbolera por medio, se apropia al fin de su identidad y la exhibe ante medio mundo. Con firmeza. Con orgullo. Con la inocencia de quien hace lo que le sale del alma. Contra nadie. En Europa. En el mundo. Con los nacionalismos periféricos. Juntos. Sin otra cosa que alegría y lógica de gente de bien. Cantan yo soy español, español, español y se quedan más anchos que largos.

¡Qué queréis! Me siento plenamente ciudadano del mundo, entiendo que las fronteras son un invento administrativo, un filtro económico más que otra cosa. Amo a la vieja Europa y me sentiría como pez en el agua de Puerto Rico o botaría de canguro en Australia. Pero adoro esta tierra, que es lo que mamé y aprendí. Sin hostilidad hacia las demás, pero con firmeza. Tanto me gusta mi España que me encantaría que todos los ciudadanos del mundo se vinieran a vivir aquí un rato. En ese sentido lo digo. Y en ese sentido percibo la explosión de identidad que hemos presenciado, doctrinarismos y patrioterismos baratos de la cuatro aparte, que confusos hay en cualquier sitio. Sentir lo que digo es mi plataforma base para criticar de mi tierra todo lo que no me gusta, para hacerla mejor o quedarme más a gusto.

He sido, soy y seré republicano, por convicción y por coherencia histórica, pero no me ofende hoy la rojigualda, ya que la levantan personas que piensan como yo, o muy parecido, de izquierdas y de derechas y apolíticos pasotas y niñatos asilvestrados y lolitas con pinta de golfas. Es el símbolo que tienen y eso alzan, sin más interpretación posible, aunque luego venga la FEF y saque a cantar a Manolo Escobar demostrando que no entiende nada de nada, porque cuando canta esa canción el pueblo tiene un sentido y cuando la canta Escobar tiene el otro, el de la vuelta atrás, mal que les pese. Es lo que hace gritar a Xavi Hernández un Viva España que en ese instante le ilumina, aunque luego los de siempre le corten las orejas cuando vuelva a Cataluña.

Derrotarse, en el sentido de reconocer lo guardado oculto, es bueno. Yo he adquirido la costumbre de hacerlo aquí mismo al menos una vez por semana. ¿Que es imposible que haya tanto escondido? Probadlo. Durante la clandestinidad, estaba muy mal visto entre el rojerío militante que te gustara el fútbol. Ese opio del pueblo. Pan y circo. También se criticaba a las camaradas que se pintaban las uñas. Mujeres objeto.

¡Cuántas chorradas!

Alguna vez os he contado que recuerdo era habitual que nos montaran citas de organización los miércoles, justo a la hora en que el Madrid jugaba por la copa de Europa. A mí me llevaban los demonios. Hasta que apliqué la picaresca, que para eso estaba, interpretando "a rajatabla" las normas de clandestinidad del propio partido (político, m-l por supuesto). Esperar un máximo de tres minutos, reloj en mano, antes de largarme con viento fresco al bar más cercano a ver en blanco y negro, entre nubes de humo y sudores, alguna diablura de Amancio, o arrancada de Pirri o patada de Zoco, caña en mano, comentarios en voz alta, colegueo inmediato. Labor de masas, podría decirse. Luego, eso sí tras el partido, me tenía que personar en la "cita de seguridad" a recuperar el contacto, y echarle una bronca al camarada acerca del rigor horario, el enemigo y tal y tal.

Dicho lo cual, confesaré además haber disfrutado de esta Eurocopa como un macaco en una palmera.