jueves, 23 de agosto de 2007

ver nacer

Ya sé que no deben viajar juntos dos infinitivos, pero esta vez espero que me lo disculpéis. El otro día vi con mi chica una película que se llamaba, creo, El doctor T. y las mujeres, con Richard Gere haciendo de ginecólogo. Uno de los últimos planos secuencia de esta peli muestra un parto en todo su esplendor. Cómo va abriendo, cómo puja la cabeza, cómo distiende la musculatura exterior de la vagina, cómo triunfa la cabeza sobre lo que un segundo antes parecía imposible, el giro del cuerpecillo para acomodar sus formas, su hombro primero... Ni parpadeé. ¡Qué belleza! Hasta mi mujer, y eso que tiene en ello experiencia, se asombraba de la hermosura de este cotidiano prodigio de la vida.

Presenciar un nacimiento tiene una poética propia. Cualquier nacimiento. El de un niño a la lectura, el de una mujer al sexo, el de una gran amistad (gracias, Humphrey), el de una revista de economía, el de cualquier proyecto colectivo...

He asistido a muchos nacimientos en mi vida. Por presenciar (y participar, que conste), he presenciado hasta el parto de un partido político (o fueron varios, creo, hasta la sopa de siglas), el arranque de la carrera de un artista (imaginad a Albert Plá cantando para los ancianos en un centro de día), la pérdida de algunas virginidades (incluida la mía), la producción de una cena para quinientos very-vips en el albero de la Plaza de Las Ventas...

Aún así, no conozco nada comparable, y todavía me falta contemplarlo o, ¿quién sabe?, vivirlo, al parto de un periódico.

2 comentarios:

Beta dijo...

Te dejarán estar en el parto?

Antonio Piera dijo...

Más quisiera, belleza. En ello estamos.