de culo
Después de esa especie de recio homenaje al impudor que
constituyó mi anterior columna, en la que desnudaba sin vergüenza el alma a la
vista pública, hoy salgo hablándoos de culos, para redondear la faena. Espero
que no os importe demasiado que algunos nerudas
nos hayamos permitido echarnos unas canas
paraelisa al aire semanal de esta columna.
Enseguida os lo cuento, aunque antes desearía poneros en
situación: está uno en su casa, tan feliz como me conocéis en mi actual estado,
cuando recibe una carta de la Junta en la que toda su autoridad te conmina para que te presentes ante un
tribunal que verá acerca de tus derechos laborales cuando ya meses antes te había
llegado otra en la que te aseguraban que esos mismitos derechos laborales
habían llegao, por fin, al puerto de
tu pensión y todo el Estado procedido al respecto en orden y con el debido
entusiasmo. Vamos, que la cosa estaba ya clara y resuelta cuando llegó la
puñalada-carta.
¡Qué desconcierto!
Vilipendiado, confuso, agredido, ninguneado en mi existencia
como trabajador por cuenta ajena me iba sintiendo por rigurosos turnos mientras
los colores de mi cara variaban a similar ritmo entre el verde y el magenta,
sin decidirse por ninguno de ellos en definitiva. Me sentí comoRajoy ya no cotizaba allí por los laxantes, considerándolos
de facto un gasto clínico superfluo.
cuando me comunicaron
en la farmacia que
¡No me lo pude creer! ¿En qué cabeza cabe semejante
resolución? ¿Quién puede pensar que en España se defeca bien sin ayuda de la
farmacopea? ¿Quién pudo creer que es, en verdad, prescindible toda ayuda para
tan definitivo como necesario gesto de desprendimiento..?
Tras recibir la carta que os contaba lo he entendido todo.
Sin duda, los que limitaron los medicamentos prescindibles habían
solicitado previamente la opinión de los que me enviaron esa carta.
¡ Acabáramos !
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