mi particular viacrucis del ‘síndrome’ Rubalcaba
Hace unas fechas, al amigo Rubalcaba le tuvieron que ingresar
a toda leche porque el posoperatorio de una biopsia de próstata casi se lo
lleva por delante. En mi caso, sin restarle protagonismo al prócer, me temo que
los tambores de la semana entrante, que tanto animan al personal de mi pueblo,
anuncien también una nueva versión del particular víacrucis en que se está convirtiendo mi recorrido personal a
través de las tripas de la sanidad pública andaluza.
Resumiendo, para ir abriendo boca: en la semana trascurrida
desde la biopsia que me hicieron la mañanita del 14 de marzo en el hospital de
Puerto Real, ya me han recetado -y me estoy metiendo p’al cuerpo- tres
tratamientos antibióticos diferentes.
El último médico que vino de urgencias a casa ayer jueves me vino a decir,
además, que la biopsia me la hicieron, al parecer, “por la polla” (es decir a través de mi apreciado canal
uretral) vía que no estuvo prevista en todo el informativo previo al que
fui sometido, consentimiento informado y anestesista incluidos, en las que se
habló siempre de usar la vía rectal. Es más. Hasta ayer mismo, yo ni tan
siquiera sabía que dicha biopsia se pudiera realizar a través de tan incómodo
acceso.
Debo asegurar, sin embargo, que estuve siempre allí, en el
quirófano y antes en la antesala, presente y dialogante, ni dormido ni altamente
sedado, pero que nunca los doctores que tomaron la decisión de intervenirme de
aquella manera consultaron conmigo su decisión pese a que mi capacidad como
interlocutor -y único protagonista, desde luego- para valorar con ellos las
ventajas o inconvenientes de su propuesta inmediata de cambio de vía, resultaba
manifiesta.
Una alegría para el cuerpo que me propongo investigar, desde
luego, y denunciar en su caso si se tercia, pero que contribuiría sin duda a interpretar
(que no a entender, sospecho) dos
asuntos que me traen a mal traer desde aquella misma mañana: la fugaz imagen de
“pillado in fraganti” reflejada en el rostro de un auxiliar que andaba aún
traficando por mis bajos cuando otro -no sé si auxiliar o doctor- retiró de
golpe la sábana que me impedía ver cuanto me sucediera de cintura para abajo (imagen de “ahivá” que me pareció percibir,
de soslayo, y que no había valorado hasta ahora) y el chorreón de sangre
que percibí saliendo de mi amado pito en cuanto miré para abajo y que me
acompañó luego más de una hora, disfrazado de cuajarón pegado al pantalón de
telilla azul, hasta que nosotros mismos (mi
chica y un servidor) lo limpiamos con agua y como pudimos una vez que nos
anunciaron que nos podíamos vestir para irnos p’a casa.
Jamás en mi vida había presenciado, y menos como involuntario
protagonista, que a un recién operado no se le lave, limpie e higienice
correctamente antes de sentarle en la silla de ruedas para depositarle en la
sala de espera a que evacúe correctamente la anestesia. Aquello parecía, más
bien, una puta carnicería. De las sucias, digo.
¿Infección? Cualquier cosa que tenga es poco…
Ocho días después, ignoro todavía si el tumor que motivó el
viacrucis que os acabo de contar es maligno, benigno o mediopensionista. ¿Me
habrán hecho, realmente, una biopsia?
3 comentarios:
Sea lo que sea lo que decidas hacer, espero que todo esté OK.
Un abrazo
Antonio, espero que no sea nada. Un beso enorme. Si necesitas algo, llamame.
mañana hablamos
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