lunes, 28 de septiembre de 2009

quien siembra oro

Recientemente he tenido conocimiento de una anécdota real que ignoraba completamente. Tiene que ver con mis padres, ya fallecidos, y salió a colación mientras abordaba con uno de mis hermanos la siempre ingrata tarea de expurgar de cualquier elemento personal la casa materna, antes de proceder a su completo vaciado físico. Rebuscando cajón por cajón y armario por armario, con la maniática precisión que solo alcanzan los desesperados (y nosotros lo estábamos porque realmente ninguno hubiéramos elegido estar allí ni hacer lo que hacíamos), apareció en una cajita una baratija desvencijada en un lugar que nos pareció inverosímil, no sé si dentro de un sombrero o de algo anacrónico de ese jaez. Al hilo de los comentarios suscitados acerca de lo rara que es la mente humana para imaginar escondites, mi hermano me contó la anécdota a la que quería llegar.

Al parecer, hace más de veinte años, mis padres tenían que salir de viaje y se encontraron en esa extraña angustia agorera que asalta a algunos cuando abandonan sus pertenencias a la buena de dios, que no lo debe ser demasiado a pesar de tan alto padrino. Tras darle sin duda muchas más vueltas de lo que la ocasión requería, decidieron juntar todas las joyas que tenían, meterlas en una bolsa de plástico y ocultarlas bajo la tierra de una maceta de la terraza. No dijo el cronista si había o no planta en ella, ni si arbusto o si con flores, por lo que de hecho supongo que se trataría de una maceta yerma, por lo que sembrar en ella los oros y las pedrerías (más bien escasas, presumo), me parece un gesto que adquiere a mis ojos un inestimable valor simbólico.

Acaso se trataba de hacer cierta la fábula de la planta del dinero, o tal vez era mayor la confianza en las pocas dotes agrarias de los cacos modernos que en la buena esa que decíamos antes, pero lo cierto al parecer fue que mi padre, al que sí le gustaban las plantas y jugar a jardinerías, no debió soltar la bolsa en el fondo de la maceta y cubrirla sin más, como habríamos hecho cualquiera, sino que de fijo la trató como a un tierno esqueje, dejándole su fondo de apoyo y tapando el resto someramente para no ahogar lo sembrado. Vamos, que si no regó su obra al final debió ser por la continencia de la que en su ancianidad hacía gala.

Sólo así se explica que cuando decidieron, meses después, replantar las macetas de la terraza y utilizar para ello un mantillo recién comprado, nadie reparara en la bolsa de plástico que se fue a la basura revuelta con la tierra vieja.

lunes, 14 de septiembre de 2009

la piel del oso

Los españoles disfrutamos revolcándonos en la piel del oso con anticipación. A cazarlo previamente se le aplica la misma premisa que al valor en la mili. Se supone, y basta con ello para precipitarse sin vergüenza en las especulaciones más escandalosas y en las certezas de gloria más absolutas. Entre nosotros, el éxito no se alcanza a través del buen trabajo, del esfuerzo permanente, de la disposición y las cualidades, ni de una miaja de suerte, sino porque sí. ¡El oro está en Polonia!, ¡tiembla Sudáfrica!, se desgañitan los que viven de la gloria de los demás sin pudor. El mundial de fútbol es nuestro, aseguran a coro con la certeza más absoluta, que es un no parar de vender ilusiones, aunque sea la nuestra desde siglos tierra de desafueros, en la que igual da encumbrar a cualquiera sin contar con él que clavarle luego a un poste entreteniéndose con el mazo.

Aunque esto sucede también con cualquier personaje público, me refiero hoy a los recientes éxitos deportivos, pórticos sin duda de los previsibles holocaustos que se avecinan. Ya pasó con Nadal, antes con Raúl o Ferrero, ahora mismo con Verdasco y ya asoman indicios de similar comportamiento de las masas con la hasta ahora intocable selección española de baloncesto. Basta leer los comentarios de Internet para que te tiemblen los pelillos del cogote. Los mismos que levantaron manifestaciones desmesuradas de trasnochado honor patrio, exactamente los mismos jugadores a los que perseguían las gentes por los pasillos de los hoteles y los accesos a los aeropuertos, aquellos por los que cualquiera sacaba pecho antes de la finalísima olímpica, Pau, Rudy, Navarro y compañía serán, están ya siendo, crucificados sin rebozo en cuanto las cosas no marchen al gusto del respetable. En este lugar de frustrados y envidiosos del triunfo ajeno, nadie perdona que le roben una ilusión y enseguida exhiben la factura a la que no tienen derecho.

El deporte profesional, que no es otra cosa que una fábrica de dinero con los sueños de las mayorías, está sometido inexorablemente a criterios de eficacia, preparación, oportunidad y opción, como cualquier negocio. En el caso del baloncesto de la Selección, se cambió de entrenador por intereses espúreos y el nuevo, italiano aunque afincado, ni se ha olido de qué iba la cosa, tragándose la propaganda hasta las cachas. Así que creyó que podría cambiar el estilo sin problemas. La ha cagado, punto, consiguiendo que los chicos no sepan a qué juegan. Pero eso es todo. Se perderá, hoy o pasado mañana, y a casa, como tantos otros. Nada habría que decir. Nos han entretenido un rato y sanseacabó. Gracias, chicos, por el esfuerzo.

Pero esta tierra que adoro no perdona, como bien sabemos. Ya pueden los muchachos de Del Bosque poner las barbas en remojo, que después irán ellos.

viernes, 11 de septiembre de 2009

la musaraña del recuerdo

Nunca he sabido muy bien por qué, a veces (y casi nunca con previo aviso), te atacan los recuerdos y pasas las horas pensando en las musarañas. Será esta vez a causa de haber tenido que vaciar una docena de cajas (todavía quedan diez con el precinto virgen, qué martirio) provenientes del trozo de mi pasado que estaba recluido en el trastero de mi madre desde tiempo inmemorial, o tal vez por efecto del minucioso recorrido que hemos realizado la semana pasada un hermano y este servidor por la ahora vacía casa familiar desbrozando papelajos, destripando armarios y distinguiendo sin base lo susceptible de quedarse de lo condenable al olvido o la destrucción, o acaso porque hemos conseguido mi chica y yo encontrarles su sitio en casa a dos de los muebles que me acompañan desde mis recuerdos más remotos, el mueble-bar con sus luces que se encendían al abrirlo, en el que una vez se escondió un ratón cuando tendría yo mis cinco o seis años, allá en Zaragoza, que vete a saber por dónde se colaría aunque recuerdo con viveza el triste final que le aconteció en forma de certero escobazo, y el bargueño tallado a mano con un romano en la puerta y las tripas repletas de cajoncillos entre los que hay uno secreto que todos conocíamos, o quizá porque anoche estuvo en casa viendo el partido un viejo amigo y contemplamos algunas fotos de cuando éramos ambos un poco más jóvenes que ahora y nos dieron las tantas en ello..., no sé por qué será pero el caso es que los que me asaltan son casi siempre recuerdos fútiles o anecdóticos, lo que me lleva a sospechar que no guarda uno memoria de lo trascendente sino de lo que, por alguna razón que se me escapa, la mente, la casualidad o la matemática aleatoria han decidido que mantengas vivo en tu cajón y que eso casi siempre coincide con elementos retrospectivos que tu al menos consideras episódicos, casuales o intrascendentes cuando en estricta justicia debieran ser los más importantes aquellos que quedaran grabados a fuego en tus vericuetos neuronales.

Sospecho que las musarañas se han hecho un hueco en las circunvoluciones de mi azotea y que pasean por ellas su orgullo de mamíferos sorícidos y raquíticos, insensibles al daño tal vez irreparable que podrían estar causando en mis otrora ordenados esquemas mentales. Como no se vayan con viento fresco voy a buscar la escoba que ejecutó a su primo aragonés y se van a enterar de lo que vale un peine.

domingo, 6 de septiembre de 2009

la quincena del abuelito

Sin una palabra de rechazo, al menos nunca expresada, sin un mal gesto, con la templanza que nace de viejas sabidurías, la abuela y el abuelo se hicieron cargo de sus nietos en cuanto los papás tuvieron que incorporarse a la faena, el que la tiene, claro, ahora que todavía colean los restos de este verano agridulce remiso a pasar a mejor vida. La playa, que aborrezco, está repleta de homenajes a ese sentido del deber tan acendrado en una generación de mayores que no discuten desde que entraron los nacionales, que no alzan la voz ni se rebelan ante las disposiciones impuestas por unos hijos criados a su costa en aquello de "primero yo, después yo y lo que quede para mi".

De poco sirvieron las ciáticas repentinas, ni las próstatas rebeldes, ni los súbitos ataques de caspa y varices que asomaron a los postres, como por casualidad, los últimos días del ferragosto en familia. Nada escapa a la voracidad de unos hijos aprendices de dictadores que disponen de los demás mientras pretenden organizarles. No se les puede dar con queso porque, además de sospechar la evidente farsa, es más que notorio lo poco que les importarían tantos achaques aunque fueran ciertos. Así que no se hable más y os quedáis con el nene y la nena unos días más, así disfrutáis del mar y la yaya se pone tan morena que será la envidia del geriátrico.

Repaso sus andares dubitativos, los callos de sus pies, lo mal que corren cuando a la niña se le antoja salir de naja, su evidente nostalgia de la serenidad perdida, sus sonrisas forzadas porque hay que cumplir y, además, qué culpa tienen los críos. Creo que me dan pena y que les entiendo. Pero sonrío.

Sonrío al pensar que a los hijos se les está acabando el chollo porque estos sufridos abuelitos de septiembre son los últimos de Filipinas. Ellos, los marimandones, no saben que las inmediatas generaciones de abuelos les van a mandar a freír espárragos posiblemente el año que viene. Además, sin excusas ni vergüenzas.

Vosotros haced con los niños lo que queráis, hijos, que la abuela y yo nos largamos a París, que está precioso en otoño.