viernes, 30 de mayo de 2008

armarios

Un japonés de Fokoka acaba de descubrir que tenía una señora viviendo en un armario de su casa desde hacía un año o así. No es que la viera, o se la cruzara por el pasillo, ¡qué va!, eso hubiera sido demasiado simple para un hijo del Imperio del sol naciente. La descubrió tras instalar un sistema de cámaras ocultas en su propia casa, mosqueado porque a menudo descubría bajas injustificadas en las provisiones y el sushi que guardaba en el frigorífico y comprobar fehacientemente que no padecía de sonambulismo. La doña en cuestión, que es pobre de pedir, había instalado su miniapartamento en el altillo de un cojoarmario, donde disponía de una camita y su agua y sus tentempiés para pasar la noche hasta que, en cuanto su huésped se iba al currele, tomaba posesión del apartamento a todo meter, del que al parecer entraba y salía con exquisita donosura cuidando, eso sí, de volver antes que su huésped no fuera a convertirse en calabaza o algo peor. A veces lo haría con tiempo para ducharse, digo yo, que si no la hubieran descubierto por el olor. Paradójicamente la señora se había convertido en algo así como una huéspeda de aposento que se decía, monárquicamente hablando, cuando se llevaba lo de la corte según reconoce la RAE.

Todos tenemos alguna relación con un armario, me temo. Por ejemplo, María San Gil habitaba en el armario de Rajoy hasta que se descubrió por un mal ruido, y Rajoy en el de Aznar hasta que salió de él, aunque no del todo. En el del rey Juan Carlos habita el hombre invisible, que le pone zancadillas a él y a Fidel, con distintos grados de éxito, y en el de Calderón hay escondido un Cristiano que pian/pianito espera en las sombras antes de propinarle a Ferguson la puñalada trapera y saltar al Bernabeu con este impulso.

En mi armario os llevo a todos vosotros, ilustres visitantes de esta página, para no perderos con tanto traslado. Son realmente útiles estos muebles, no solo para guardar la ropa ni amantes diversos, sino que son ideales a la hora de fugarse de la cárcel, conservar a una madre que viajó al más allá con lo caras que andan las exequias y lo golosa que resulta la pensión o incluso como aliado imperturbable de la censura, según podéis ver en este vídeo.

miércoles, 28 de mayo de 2008

jipijapa

Una de las cosas más agradables que me están pasando recientemente, al margen de disfrutar a cada rato de la sonrisa de mi chica, es que he recuperado el uso del sombrero. Hacía tiempo ya que lo deseaba, pero nada encuentro menos adecuado al ritual de la cabeza cubierta que un Madrid oscuro e inhóspito en el que cumples unos horarios laborales extensos y unos desplazamientos, hacia y desde el trabajo, interminables, a todas luces incompatibles con el despacio que debe acompañar inseparablemente, a mi modo de ver, al uso y disfrute de este tocado. Desde siempre me ha gustado el sombrero. Las gentes que me conocen, en algunas ocasiones en que se imponía hacerme un regalo colectivo, a menudo se decantaron por hacerme feliz con la entrega de un bonito sombrero, prenda en desuso pero elegante y útil donde las haya, despertando así mi reconocimiento y hasta una pizca de agradecimiento, no por inútil menos válido. De manera que aquí me tenéis, cubierta la azotea, paseando a mis mandaos (que por estas tierras pueden hacerse caminando) y recuperando con agrado viejas costumbres que aspiro se conviertan en consustanciales con mi persona y el tramo de vida en que me encuentro, por lo que me he zambullido en esta red sabihonda para refrescar mis conocimientos acerca de la normativa de urbanidad que reste aún vigente para el correcto uso de esta prenda, encontrando no pocas referencias al respective, de las que os acerco ésta y ésta otra, con las que, aunque no esté de acuerdo en casi nada, dirimir algunas dudas que me asaltaban sobre cuándo y dónde debe uno descubrirse. Ello teniendo en cuenta que ni soy griego ni voy al estadio olímpico, donde esta prenda está prohibida, ni mi sombrero es verde ni el viejo Gadir es la China, donde un fieltro de este color significa que su portador es adúltero, así que me he limitado a lo clásico descubriendo que mis discrepancias de uso limitan al norte con el concepto que quienes dictaron las normas y yo tengamos acerca de quién es merecedor de la expresión pública de mi respeto.

Mi sombrero para estos momentos es de jipijapa, un auténtico Panamá ecuatoriano modelo Fedora, 100% Toquilla Straw Handmade de los que vienen enrollados en su estrecho estuche de madera y hecho, como su apellido indica, de la larguísima fibra de la carludovica palmata. No es, desde luego un Montecristi extrafino cuya copa, afirman, se puede llenar de agua sin que se derrame, pero a mí me protege de cine de esta solanera que nada tiene que ver con la granizada de Logroño. Todo lo que siempre quisisteis saber sobre los Panamá, o sobre las boinas, podréis encontrarlo en ésta página tan bien trabajada y documentada que merecería ser mía, si no fuera porque es de un tal Carlos Barón, a quien no tengo el gusto, pero en cuyo honor acaricio levemente con los dos primeros dedos de mi diestra el ala de mi sombrero.

¡Chapeau!

domingo, 25 de mayo de 2008

marcha atrás

Ya que en la anterior entrada hice el esfuerzo de echar la vista atrás y hoy, aprovechando el tirón, me he desbocado y he seguido en el "ritornello" hasta detenerme en una vieja foto que me acompaña, a saber por qué, sobre el tablero que usamos de escritorio conjunto desde que me vine y que miro de vez en cuando. La foto debe ser del año 51 o 52, lamento no saber precisarlo (por cierto, qué mala costumbre la de no fechar por detrás las fotografías cuando aún resta memoria más concisa de ellas, aunque no sea propia sino de alguno de esos deudos que ya se van dando de baja, tan deprisa...) y el protagonista soy yo a tierna edad, puedo afirmarlo porque esas orejas puntiagudas y bien separadas no se me despintan. Me encuentro en el centro de una bañera que, cuando estaba llena y no se le escapaba el agua por un tapón que desconocía su oficio, apenas le llegaba por encima de la rodilla a un renacuajo como el que veis, pero a la que en aquella casa del barrio de Torrero, en Zaragoza, llamaban pomposamente piscina.

Dos cosas de esta vieja imagen me han llamado siempre poderosamente la atención. La primera es el traje de baño que lucía, con un tirante cruzando el pecho que le confiere a la infantil figura cierto aire de gladiator romano. No creo que fuera siquiera la moda del momento, más bien me inclino a pensar que el colgajo de tela ese debiera ser un apaño de mi madre, que no atascaba y ahorraba siempre con todo, como una hormiguita, intentando que un bañador heredado de mi hermano mayor, como toda mi ropa, no cayera dejando al descubierto mis vergüenzas. Sospecho que esa era la causa, pero no me negaréis que el resultado tenía un punto épico. A mí, al menos, siempre me ha atraído ese rasgo de originalidad y acaso por eso la conservo.

La segunda es la expresión del sujeto, su sonrisa con deje de desconfianza. Me hace gracia verme de enano con ese gesto de duda existencial, como si estuviera preguntándome acerca del ser o la nada, o de extrañeza esperando que saliera el puñetero pajarito que seguro prometía el fotógrafo o tal vez, simplemente, acojonado por el extraño aparato que en manos de mi padre, como las armas que de siempre me rodearon, podía ser cualquier cosa aunque a ojos de buen cubero pareciera menos temible, eso sí, que la hebilla de su pantalón de uniforme militar que a esas alturas seguro que había ya probado alguna vez.

En esta otra foto, tomada unos diez años después pero que por afinidad también se encontraba sobre el tablero, puede verse a quien se sienta a mi lado para los restos intentando quitarle el palo de la boca, con cierta prevención no exenta de delicadeza, a un perro de los de antes, sin pedigrée ni nada. Obsérvese la gracia de la composición, la donosura y elegancia del gesto o lo apropiado de la vestimenta al entorno y la ocasión, gorrito incluido, pero repárese, sobre todo, en las piernas de la nena, que ya apuntaban las maneras que luego cumpliría con creces la cabrona cual si de una promesa se tratase.

A veces tengo la sensación de que los pobladores de estas dos fotografías se conocen (y se atraen) desde aquel entonces.

jueves, 22 de mayo de 2008

canciones

Dentro de media hora cantará Raimon en la Facultad de Medicina de la Complutense de Madrid. ¡Pásalo! Su concierto evocará aquel que dio en Económicas en el 68 que terminó como el rosario de la aurora. Me acuerdo de que aquel día y a la hora de la cita tenía yo un examen cerca, en Biológicas, no sé de qué. Lo que si recuerdo es que me jodió tanto que apenas rellené el folio con mis datos, para darme por presentado, y salí de la sala ante los ojos atónitos de mis compañeros asombrados por mi desfachatez o clarividencia, y eso que no fui el único. Bien es verdad que me dio tiempo a echarle una ojeada al cuestionario y constatar, como ya me temía, que no disponía entre mis escasos conocimientos de uno sólo que coincidiera con la respuesta adecuada a aquellas preguntas, con lo que la decisión de levantarme resultó todavía menos traumática de lo que presentía, que ya era poco. Todavía nos dio tiempo a llegar, a Carlos Arnaiz y a mí, a tiempo de constatar asombrados que no había policía en los alrededores (estaban todos a la altura de Farmacia, según comprobé luego) y escuchar las últimas canciones y los bises entre una masa enfervorizada y que tarareaba en catalán como Aznar en la intimidad.

Luego, lo cuenta la historia, salida en mani hacia Moncloa y aparición de la gritapo a la carrera. Recuerdo que muchos se tiraron por los pinos donde luego se construiría Periodismo pero hicieron mal, porque por allí andaban los sociales y los caballos, vaya usted a distinguir, que les dieron un buen repaso. Por aquel entonces uno, que era un poco chulo, estaba en espléndida forma física y prefería saber de dónde le venían los palos, tenía por costumbre situarse en cabeza para, cuando aparecían los grises, correr hacia atrás mirándoles y tirándoles cosas, aprovechando también (que todo hay que decirlo) que solían vestir unos abrigos de paño hasta las corvas, que parecían muy pesados, y que los mandos todavía destacaban contra nosotros a los más mayores y currados, más bien lentos, a los que insultábamos gritándoles "desertores del arao" en un arranque clasista, que por algo éramos hijos de papá aunque nos creyéramos rojazos. Todavía guardo en mi retina la no tan fugaz visión de las piernas de una compañera que se subió la falda para más correr y gracias a la cual constaté que, incluso en aquellos castos días, las bragas no tenían por qué ser blancas ni tampoco de algodón y cuello alto.

Recordar esto me ha puesto nostálgico y canalla, así que os voy a castigar con la letra de una de las canciones más eternas que he escuchado nunca, escrita en 1935 y asaz vigente. Supongo que la conocéis, pero no es menos cierto que no tiene desperdicio. Leedla despacio, masticadla, paladeadla y disfrutadla, que ya me diréis. No es de Raimon, por cierto.

Que el mundo fue y será
una porquería, ya lo sé.
En el quinientos seis
y en el dos mil, también;
Que siempre ha habido chorros,
maquiavelos y estafaos,
contentos y amargaos,
barones y dublés.
Pero que el siglo veinte
es un despliegue
de maldá insolente,
ya no hay quien lo niegue.
Vivimos revolcaos en un merengue
y en el mismo lodo
todos manoseaos.

Hoy resulta que es lo mismo
ser derecho que traidor,
ignorante, sabio, chorro
generoso o estafador...
¡Todo es igual!
¡Nada es mejor!
Lo mismo un burro que un gran profesor.
No hay aplazaos ni escalafón,
los ignorantes nos han igualao.
Si uno vive en la impostura
y otro roba en su ambición,
da lo mismo que sea cura,
colchonero, Rey de Bastos,
caradura o polizón.

¡Que falta de respeto,
qué atropello a larazón!
cualquiera es un señor,
cualquiera es un ladrón...
Mezclao con Stravisky
va Don Bosco y La Mignon,
Don Chicho y Napoleón,
Carnera y San Martín...
Igual que en la vidriera
irrespetuosa
de los cambalaches
se ha mezclao la vida,
y herida por un sable sin remache
ves llorar la Biblia
junto al calefón.

Siglo veinte, cambalache
problemático y febril...
El que no llora no mama
y el que no afana es un gil.
¡Dale, nomás...!
¡Dale, que va...!
¡Que allá en el Horno
nos vamo´a encontrar...!
No pienses más; sentate a un lao,
que a nadie importa si naciste honrao...
Es lo mismo el que labura
noche y día como un buey,
que el que vive de los otros,
que el que mata, que el que cura,
o está fuera de la ley.

http://www.youtube.com/watch?v=hlyMJdP1XT4

CAMBALACHE / Letra y música: Enrique Santos Discépolo / Año: 1935
(Estrenada en el teatro Maipo interpretado por la actriz y cantante Sofía Bozán).

miércoles, 21 de mayo de 2008

escudos

No me preguntéis por qué, pues no sabría responderos, pero entre trastos varios de origen ignoto ha aparecido por estas costas un pergamino en el que figura en oro, plata y gules el escudo de mi apellido.

No recordaba tenerlo, aunque si me esfuerzo mucho y me estrujo las meninges acabo sospechando que debió ser regalo de un personaje peculiar con el que mantuve cierta relación aparentemente laboral hace algún tiempo. Sólo a su original locura podría deberse la llegada a mis manos de este documento.

El caso es que encontrarlo hace un par de días puso en marcha algún resorte desconocido de mi subconsciente y me sumergí en la Red en busca de alguna constatación o información suplementaria que reforzara o (mejor) contradijera la leyenda que figura al pie del escudo en la que se afirma que mi apellido es andaluz, radicado en Huelva. Probó su nobleza (continúa el escrito) en las Órdenes de Calatrava, Santiago, Alcántara, Montesa, Carlos III y San Juan de Jerusalén. ¡Vaya con la papela!, ahora comprendo en su esencia mi natural nobleza, mi beligerancia frente a la injusticia, mi ignorancia supina y mi pobreza de buena cuna.

Y yo que de siempre había creído que mi apellido provenía de cuando el reino de Aragón alcanzaba las islas italianas, o quizá del más cercano condado de Barcelona donde existe hasta un pueblo con el nombre de mi apellido donde se juega muy bien al hockey sobre patines, pero andaba errado, al parecer. Como, por otra parte, acabo de descubrir tras mi reciente espantada, resulta que mis raíces son más andaluzas que las tortitas de camarones con su harina de garbanzos.

Lo sorprendente de esta historia es que no me esperaba encontrar en Internet esos cientos y hasta miles de páginas, muchas de ellas de las de pago, dedicadas a la investigación y localización de raigambres, orígenes, blasones, árboles genealógicos y demás. Nunca hubiera imaginado que el paradigma de la modernidad se hubiera convertido en una herramienta elemental para bucear en el pasado en busca del tatarabuelo perdido y la nobleza de nacencia.

El caso es que, losanjado de gules y plata, yo tengo escudo y vosotros no.

lunes, 19 de mayo de 2008

Zaragoza está triste

El equipo de fútbol de Zaragoza bajó ayer tarde a Segunda División y vi por la tele las caras de tristeza de las gentes de mi tierra. En especial, me fijé en una bella muchacha que lloraba sin consuelo. No era la única, pero su belleza desconsolada me tocó el corazón. Sé que reflejaba un sentimiento que comparten muchos en la ciudad que me vio nacer hace tantísimo tiempo, y sé también que entre eso, la inauguración de una expo el mes que viene que no acaban de entender muy bien para qué y que se les llevan el agua de un Ebro que consideran de su propiedad, lo deben estar pasando fatal por allí. Yo lo siento.

Me jode ver triste a esta gente a la que a menudo admiro por la seriedad de sus criterios y por lo bien que saben divertirse. Por su sabiduría de siempre, cínica y socarrona, anclada en ellos por herencia genética y trasmisión epitelial, por su entrega a los demás, solidaria y poco solemne, por esa manera, en general, de encarar la vida como porque no hay otro remedio, porque las cosas son así y no hay más que hablar. Siempre cuento un dicho que refleja cómo somos por allí. Un día de cierzo helador, viento del Moncayo esquinero y perro donde los haya, le pregunta un maño abrigado a otro que va en camisa, tan tranquilo, si no tiene frío. Y el descamisado le contesta: ¿Frío? ¡Para qué, si no tengo chaqueta!

Me gustaría decirles a mis gentes que el fútbol no es otra cosa que once tíos en calzoncillos que no sienten los colores, como dice la voz de ultratumba de Fernán Gómez, que no se preocupen, que no es ningún drama y ya se encargarán los propios jugadores y el club de volver a Primera para ganar más perras, como acaba de hacer el mismísimo CAI, ¡qué alegría, Javier! Vamos, que no es nada, que te fastidia pero ya está. Que vuelvan la vista al día a día, a su chica, a su hombre, a sus peques, al curro y a preparar las vacaciones, que no le den más importancia, vamos, que no pasa nada y que, si pasa, se le saluda.

Me gustaría animarles con su Expo porque, aunque no se entienda muy bien de qué va la cosa, lo seguro es que habrá dejado, a su paso, mejoras en estructuras que les beneficiarán en adelante, algo de dinero, cierto prestigio, que no se come, pero bueno, visitantes, nuevos hoteles, y cierto sentido cosmopolita que, pese a ser intangible y tal vez innecesario, pues está bien y si son inglesas, pues mejor.

Me gustaría, en fin, decirles que el Ebro pasaba por allí desde siempre, y que seguirá pasando a pesar de todo, si no nos lo cargamos con el rsto de la Naturaleza. Que no es de nadie porque es de todos, como los Monegros, las Cinco Villas y hasta Mequinenza, y que los regionalismos, propios y ajenos, sólo son aceptables si no compiten, porque si se enfrentan entre sí es señal de que tenemos que mirar un poco más arriba, a la Europa que somos todos o al mundo desde cuya ciudadanía te duele mucho más lo de China (no las olimpiadas, el terremoto) o lo de Birmania que que el agua pasada del río que mueva molino donde sea. Vamos, digo yo.

Me queda un pensamiento que a lo mejor no gusta demasiado a mis paisanos, pero es que no admito demasiado bien las salpicaduras de la religión católica en las historias de este mundo, por lo que rechazo esos habituales peregrinajes al pilar de la Virgen a agradecer lo bueno, conseguido sin duda por su intercesión, y no entiendo por qué si, como en este caso, no ha hecho nada por evitar el descenso no se marcha a la plaza en procesión a pedirle explicaciones, que San Fermín y la del Rocío la han derrotado por goleada.

viernes, 16 de mayo de 2008

Mariano botafumeiro

Este Rajoy no deja de sorprenderme. Ha mutado a dialogante desde el señor NO sin apenas temblarle una ceja. El que todas las mañanas de la anterior legislatura recibía los recados del envolvente, sombrío, repelente y eterno aspirante Aznar, notas escritas a vuelapluma en servilletas de restaurantes caros, imagino yo, o recados verbales que le desayunaban los angelitos o Eduardos de turno, y con eso y un bizcocho echaba las patas por alto y culpaba a ZP de la subida del pan, de la derrota del Depor, de las machadas venezolanas, del descenso censal de los inuí en Groenlandia, de la mortandad creciente del quebrantahuesos subsahariano en extinción y de las malas notas de la hija de su sobrino de zumosol, que sería su nietastra o algo así, aquél que no parecía tener más criterios que los mandados, va ahora y planta cara a los capos de su partido con dos de pipas.

Le llamo Mariano botafumeiro porque le pasa lo mismo que al enorme incensario, que cuanto más le mueven mejor arde. Será que le va la marcha, será que ha aprovechado estos cuatro años de poder para organizar y disponer en la sombra un ejército de tecnócratas que le respaldan ciegamente, que ha trabajado en las agrupaciones, o como coño se llamen los grupos de base en ese partido, repartiendo promesas o prebendas, sembrando filias y recogiendo partidarios o será que dispone de apoyos inquebrantables, inconfesos y desconocidos aunque eficaces o que los hados le están siendo propicios, pero lo cierto es que se ha quitado de en medio a Acebes, a Zaplana, al peluquero de la AVT, al mismísimo Aznar y a Mayor Oreja, lo lleva claro la San Gil y andan puestas a remojar las barbas de Aguirre o la cólera bizca de Clarence. Y que se guarde también de los idus de junio Rouco Varela, que le quedan dos padrenuestros si Mariano sigue en sus trece.

Le llamé hace poco Mariano el breve, y no descarto haber acertado y que no quede mucho para presenciar su ambigua figura caída a los pies de los caballos del nuevo amanecer de la extrema derecha triunfante, pero ahora mismo, aunque sólo fuera en el interim, disfruto de mi error como un Ronaldinho lesionado al verle paseando sus nuevos modales, toreando su donde dije digo y haciendo oposición calcada de la de los mejores tiempos del pesoe. Con el inquebrantable Fraga a su vera.

¿Fraga? ¿Botafumeiro? ¡Oh, dioses, otro gallego!

jueves, 15 de mayo de 2008

san Isidro vagoneta

San Isidro labrador, / tú que las ovejas guardas, / no le des más hostias al niño / que ya apareció la boina. Parecerá mentira, pero quien fue hasta hace días madrileño de adopción durante tantísimos años es lo único que recuerda en relación con su patrón. Yo venía de Zaragoza, donde lo del Pilar se llevaba tanto que hasta tuve que hacer la primera comunión disfrazado de infantico de la basílica, con el traje heredado de mi hermano, por supuesto, y por allí lo de la Virgen del Pilar dice / que no quiere ser francesa..., se seguía (y se sigue, me consta) llevando cantidad, aunque claro, Madrid se ha hecho tan grande que lo de tener patrono parece que ya no le cuadra y es ahora tan comercial e impersonal que más debería tener patrocinador o apoderado comisionista, como cualquier futbolero que se precie, aunque para pasar de cuartos en la que nos espera lo cierto es que harían mejor servicio un santo o cualquier virgen en buen uso.

A la pradera de San Isidro, constreñida entre altos edificios y con la sola perspectiva verde del cementerio del mismo nombre, acuden ahora únicamente los nostálgicos, los chavales sin imaginación que requieren de una razón externa para justificar el retoce (entendido como presente de subjuntivo de retozar), los feriantes con su chochona o lo que toque este año, los tradicionalistas estilo esa especie de presidenta in-pectores que tanto manda en la cosa, los churros incomestibles, los descuideros, los sempiternos paisajistas, los barquilleros de a millón y nuestros queridos emigrantes en busca de algo de tradición que les permita seguir creyendo que han desembarcado en una sociedad no tan distinta a la suya de origen, al fin y al cabo, desde la ilusión por humanizar el entorno bestia, descarnado, racista e insolidario que sufren cada día.

Por no olvidar orígenes, los habrá que compren rosquillas listas, o tontas, que beban un trago de la fuente del patio de la ermita, besen fugazmente al santo, limpiándose bien los hocicos, que a saber, y se marquen un schotis en las lindes de un ladrillo o cualquier otro bailable en los recintos habilitados convenientemente para ello rodeados de municipales que sólo hacen su trabajo y tiene que haber de todo, como en Coslada. Todo por festejar al santo más vago del mundo, el que en vez de ir a buscar el agua que le pedía su amo, Iván de Vargas, hizo brotar una fuente allí mismo, que para qué se iba a eslomar yendo por ella, o el que se tumbaba a la sombra, diz que a rezar, mistras los angelitos guiaban a los bueyes y la labranza se hacía solita, el mismo que casó con María Toribia la cual, de puro aguantarle, acabó siendo Santa María de la Cabeza.

A su salud levanto una copa de Canasta Cream.

lunes, 12 de mayo de 2008

los martes me toca

No os he hablado todavía, aunque me temo que sí lo he dado a entender a menudo, acerca de las innumerables ventajas que ha representado para mí la decisión de colgarlo todo y venir a la vera de mi amada. Era, sobre todo, por no poneros los dientes largos, que de pequeño me enseñaron que no es caritativo hacer ostentación de cuanto se posee o disfruta pese a que ver por la tele cómo se lo monta la mayoría en la sociedad que nos alberga me haga, si no perder la fe en aquellos honestos consejos, sí sospechar que probablemente debí ser uno de los pocos que fue a clase el día en que impartieron esa asignatura.

Bueno, el caso es que no había querido entrar en descripciones pormenorizadas de los hallazgos que estamos desarrollando juntos en esta nueva vida, pero no me resisto a contaros que una de las costumbres que mi chica y yo hemos instaurado recientemente (apenas llevo un mes por estos lares) es la de darnos masajes mutuamente un día a la semana. Los lunes se los doy yo y los martes me toca a mí recibirlos. No unos masajes cualesquiera, concretaré más, sino auténticos masajes a la carta, masajes que se llevan casi una hora de esfuerzo, mimo, presión, carantoña y sobeteo, muy profesional, eso sí.

Hoy quiero que insistas en los costados, por aquí, -me ha dicho esta mañana señalando la zona que guarda bajo las axilas. Pues allá que he insistido hasta la saciedad, pasando y repasando, nivea mediante, hasta sacarles brillo, sin olvidar desde luego los hombros, la zona lumbar, tan agradecida, los omóplatos, en cuyos resquicios suelen ocultarse esos nudos y contracturas tan puñeteros que hay que calentar antes para deshacerlos luego pasando y repasando con suavidad y firmeza, ni el cuello, el externocleidomastoideo ni esa tan delicada curvatura allá donde la espalda pierde su honesto nombre para tomar el más rotundo y apetitoso de culo, palabra redonda donde las haya, en algunos caso más que en otros, desde luego. En los masajes que vienen cuando se da la vuelta prefiero no precisar no vaya a ser que se reorienten los contenidos de este vuestro blog hacia materias eróticas cercanas a la más saludable pornografía.

Hoy he disfrutado con ese cuerpo divino de mi pareja y mañana le toca a ella lidiar con esta inmensa extensión ahora sentada ante el ordenador. Me temo que en los dos casos salgo ganando. Je, je, je.

domingo, 11 de mayo de 2008

de escribir

Cuando un amigo te pasa su última novela para que se la leas y le des tu opinión, como me sucede ahora, el primer sentimiento que te asalta, que es el que además prefiero, es el de un legítimo orgullo, sobre todo por haber resultado digno de esa enorme demostración de confianza. De hecho, yo os demuestro esa misma confianza, día a día, ¡qué más quisiera! y sé de lo que hablo, lo que imagino os hace sentir también orgullosos. En mi opinión, escribir es un acto de soledad. Creo que, además de la masturbación (cuando no es compartida, claro), escribir es el acto solitario por excelencia. Bueno, eso si no eres alemán. Porque, si eres alemán, o albanés, debería añadirse para formar un terceto el acto de emborracharse, pero eso es harina de otro costal. Frente al ordenador, como antes enfrente del pavoroso folio en blanco, se encuentra uno aislado del resto, sumido en las profundidades de la mismidad, en la historia que deseas contar, en el desarrollo de la trama, en las descripciones más sugerentes de los personajes, de su entorno y de las motivaciones de sus actos, palabras o silencios. Miras hacia dentro y te incomodan las limitaciones de tus conocimientos, eres consciente de que retuerces sin razón verbos y adjetivos, te dan miedo la trascendencia de los signos y tu parco conocimiento de la gramática... A menudo hay palabras que huyen de tu lado, coquetean y juegan al escondite por lo que es habitual que te tengas que conformar con poner en su lugar un sinónimo que sabes desafortunado a la espera de poderlas cazar cuando estén desprevenidas, a la vuelta de alguna esquina, casi siempre cuando ya no lo esperas. Te enfrentas al sucinto guión que imaginaste y te percatas de que no va bien cuando no va bien, solo que las palabras han seguido fluyendo y te es difícil encaminarlas de nuevo por el buen camino, no vas a tirar el ordenador a la papelera, porque ya te esclavizan un poco y te van obligando a escribir lo que ellas quieren y no exactamente lo que tú deseabas. En medio de todo esto, fumas, o toses, o escupes, te rascas ya la cabeza, ya el culo, te colocas el paquete que suda de tantas horas de estar sentado, te levantas, das unos pasos hacia ninguna parte, vuelves, te sirves de la nevera un vaso de leche fresquita. Y, sobre todo, relees, una y otra vez, intentando percibir la exactitud del ritmo, la nobleza del lenguaje, el interés del asunto, lo atractivo de su desarrollo, corriges palabras, afinas expresiones, reescribes frases enteras... Todo esto lo haces desde la más absoluta de las intimidades, como cuando te miras al espejo después de la ducha o nada más levantarte, que es peor. Aislado, inmerso en ti mismo, que hasta te duelen los sentidos de tanto estar alerta. Solo, netamente solo, profundamente solo.

Luego vas, lo das por terminado y se lo mandas a un amigo en cuyos criterios confías. Eso sí, que no tarde ni una semana en darte respuesta, que se la juega. Porque, realmente, durante esos días te tiene en sus manos.

viernes, 9 de mayo de 2008

que la, que la-la, que la-la-la

Ayer se emitió el pretendidamente polémico documental de la sexta acerca de la España del 68, en el que se desvelarían por fin las trampas que permitieron que María de los Ángeles Santamaría, más conocida como Massiel o la tanqueta de Leganitos, se trajera para España el festival de Eurovisión, y debo deciros al respecto que me pareció de lo más flojo que he visto en muchos años, en cuanto al documental en sí mismo se refiere, y una vergonzosa operación de mercadotecnia para promocionar el hallazgo verbenero que mandarán a competir este año a esa cencerrada en cuanto atañe a las ocultas razones de la sexta para encargarlo y promocionarlo. No se me ocurre, y mira que hago gala de un derroche de inventiva con alguna frecuencia, una panoplia de entrevistados con menos que decir sobre lo que pasaba a finales de los sesenta en España que la que presentaba este trabajo. Conocer la clandestinidad desde la opinión de Eduardo Bautista (Teddy) o las ínfulas revolucionarias parisinas a través de los inconexos escritos de Emma Cohen es tan cercano a la realidad como las opiniones sobre el franquismo de Villar Palasí y Manuel Fraga, pero igualmente desacertado. Un enorme monumento elevado a la falsía y la mediocridad, presentado por la voz de un Juan Diego al que me gustaría preguntarle qué coño hacía ahí.

Aunque de hecho me da en la nariz que no debía importarles mucho ni a los autores ni a la cadena la precisión o el rigor del entorno sesentayochista social o político, ya que evidentemente se trataba tan sólo del soporte o la envoltura de lo que buscaban en realidad, que era despertar polémica alrededor de Eurovisión a beneficio de inventario, polémica que ya habían provocado previamente con las apropiadas filtraciones de fragmentos convenientemente editados, léase arteramente capados, de algunas de las entrevistas del documental. Asquea presenciar la maniobra, aunque asquea también y no menos comprobar que ha tenido tanto éxito que tabloides ingleses andan reclamando que se le devuelva el premio al bobo de Cliff Richards y que docenas de periodistas coprófagos han obtenido alimento para rato, mientras mi amiga Mariángeles se saca unos buenos duros con exclusivas y eso.

Para unirse a esta oleada de erotismo, aparece el Ildefonso María Ciriaco Cuadrato Ussía de turno dando cuenta, con algún retraso, de unas supuestas confidencias que Rosón le hiciera hace 28 años en una comida con Capmany. "Ese festival lo ganamos en los despachos. Se necesitaba una victoria en un evento internacional, y sobornamos a varios jurados", dice que le dijo. Lástima que los muertos no hablen. ¡Qué bien elige comensales el noble nieto de Muñoz Seca! Sobre este deleznable personaje no me resisto a reproducir aquí, para vuestro solaz, el soneto que le dedicara, en respuesta palabra por palabra a los epítetos que Ussía le dedicó, el amigo Joaquín Sabina. No tiene desperdicio:

¿Ramplón? ¿No es esa la autobiografía
de un lameculos a un borbón pegado?
¿Ordinario? Su pluma de lenguado,
y cursi, ¿no es sinónimo de Ussía?

¿Pelma oficial?, la caspa de su seda,
¿tópica?, su alitosis perfumada,
¿boba?, su sopa, rancia, su cruzada,
buen gusto…,¿usted?…, don Mendo no se hereda.

¿Esteti…, cuálo?… Chatín, más le vale,
antes de sus eructos semanales,
lustrarse los colmillos con lejía.

Deploro que se pudra usted de celos
viéndome derrochar (sírvanse frías)
las gracias que no quiso darle el cielo.

miércoles, 7 de mayo de 2008

olor a cacao

Salía esta mañana, de buena hora, del taller donde le iban a hacer al coche la revisión de los 30.000, en pleno corazón de la Zona Franca gaditana (¿para cuándo cambiarle el nombre por Zona Democrática, a qué esperan?) cuando me dio en la nariz un tufillo desconcertante, que no supe precisar. No sé a qué olía aunque se parecía bastante al olor del colacao, pero como si se hubiese tostado en exceso. Un aroma agradable, profundo, con notas agridulces y matices de madera. Caminaba yo a las espaldas del Ramón de Carranza, estadio que viera mayores glorias en otros tiempos de Mágico y compañía, por los aledaños del Tanatorio y al lado del orgulloso edificio La Glorieta do tiene su sede el diario La voz de Cádiz, y proseguía impertérrita mi pituitaria interpretando, a su modo, las fragancias de ese olorcillo dulzón y algo picante, que si uno fuera somelier, enólogo o redactor de etiquetas de vino bautizaría sin duda con bellas palabras antes de concentrarse en el retrogusto. No tengo yo la nariz para gollerías, sin embargo, así que decidí entrometerme en un café-bar de los de toda la vida donde alimentar la espera con una montaña de churros un puntito salados y un café con leche en vaso caliente hasta despellejarte la lengua, como les gusta servir por aquí, que no será por el fresquito, digo yo, comanda que me trajo a la mesa un camarero de voz profunda al que le pone como una moto ladrar cual perro chico o maullar ante la profunda indiferencia del respetable, que debe estar ya harto de escucharle cada mañana, y el desconcierto de los pocos, como yo, no habituales del lugar. Para hacer tiempo, me repasé en un pis-pas el Viva Cádiz, diario gratuito de pocas páginas y tremendamente local, así que no me dio ni para diez minutos por lo que tuve que tirar de reservas e hincarle el diente a un libro que traía por si acaso en faltriquera, que lleva por título La lista de Latour y se debe a los ingenios de un impronunciable noruego llamado Nikolaj Frobenius, cuya lectura me sedujo lo indecible, tanto que, si no ando listo en mirar el reloj en un oportuno cambio de capítulo, llego tarde a recoger el coche. Salí del chiringuito dejando atrás un par de ladridos y me encaminé hacia el taller, calando bien el sombrero ante el vientecillo marino que se había levantado, el cual volvió a tentar mis capacidades deductivas acerca de su composición y origen con escaso éxito.

Tendré que investigar si este Tanatorio tiene horno crematorio.

martes, 6 de mayo de 2008

ozú

Miras la prensa y se te van al hoyo las alegrías que puedas albergar, pero es realmente peor si vas al mercado y revisas los precios. A esta sociedad de cotilleos y oropeles le está saliendo un forúnculo del tamaño de un campo de fútbol y parece estar de moda mirar quién gana la liga. Yo no sé vosotros, pero a mí no me llega ni para hacer cantar a un ciego, aunque eso ya no se hace por no ser políticamente correcto. Es mucho mejor, dónde va a parar, dedicar horas de programación a la basura, los cotilleos-basura y los montajes-basura, Pajares mediante. Se han disparado los precios de manera casi exponencial y los salarios tampoco, que hay tanto paro que si no te gusta ya vendrá otro a hacerlo por ese precio, de manera que la cadena de indicativos sociales está disparando tantas alarmas que si fuera de noche parecería una feria. La gente no puede con las hipotecas, mientras el euribor, ¡vaya usted a saber por qué!, se empeña en proseguir su escalada como si fuera la chica esa que quiere cargarse todos los ochomiles del planeta, lo que produce que los índices de morosidad anden por las nubes y los bancos restrinjan los créditos, de modo que empieza a faltar dinero en la calle que es el aceite de esta máquina que para eso se llama capitalismo y la cosa ya cruje, aunque menos de lo que crujirá mañana. Pan, leche, pollo, plátanos y limones entonan una tocata y fuga hacia el cielo que los pone imposibles, y ahora dicen que con el biodiesel el arroz se les unirá en breve y entonces qué comemos. Menos mal que ha bajado la bacaladilla. Y del conejo de ZP ni hablamos. El aceite de girasol sube un cuarenta por ciento y con derecho a no se sabe qué aportes minerales ucranianos, aunque a esa subida le doy yo la bienvenida porque la fritanga engorda y me estoy poniendo como un truño, debe ser la felicidad. El petróleo trepa que trepa con lo que sigue el litro de gasoil más caro que la gasofa de 95, sin plomo, eso sí, mientras algunos como Pizarro, ese providencial antiSolbes experto en economía, aunque sea en la propia, se lo llevan tan crudo como el Brent con dieciocho millones al coleto en el último año. Menos mal que me compensa oír al vivales ese de la Eurovisión (a tal parida / tamaña chorrada) e incluso dice El País que está arrasando Paquito Chocolatero mientras que para el Banco de España habrá en breve más inflación, más paro y todavía más morosidad, qué alegría, y no se venden coches ni motos ni regalando lotería.

Me estoy encomendando a IronMan porque me temo que el gobierno socialista todavía no se ha enterado de la que se nos viene encima, a no ser que se esté preparando para hacernos el pasillo.

viernes, 2 de mayo de 2008

de feria

Para celebrar el día del trabajo, mi chica y yo nos hemos ido a la Feria de Jerez. No está mal, incluso está muy bien, pero el caso es que a mí no me gustan las fiestas multitudinarias, ni los empujones propios de las aglomeraciones, ni constatar la grosería social imperante, las marujas apartándote para pasar primero, para beber primero, para cazar la bandejita de pasteles obsequio del Ayuntamiento primero..., ni los tipos mamados que tiran los vasos al suelo, que dan palmadas para asustar a los caballos, que resumen en risotadas su imposibilidad de levantarse una prójima..., ni los altos precios que reniegan de la crisis y horadan tus bolsillos. Nunca he pisado los Sanfermines, y eso que tengo/tenía casa en Pamplona, raras veces hago inmersión en el Pilar, y de San Isidro ni hablamos. Vamos, que no me gustan las fiestas populares, dicho queda.

Aunque debo reconocer que lo de la Feria tiene su punto. Alzo mi copa por el inventor del rebujito, diabólico brebaje disfrazado de frescura inocente pero que se las pinta solo a la hora de darte el puntito en cuanto te descuidas, que es casi siempre. Entra el taimado sin llamar la atención y luego trepa por tus entretelas y te suelta la boca y te aviva el ojo y te vuelve ocurrente, que ya es poderío. Brindo también por el traje de gitana, el de faralaes de toda la vida. Los tíos no, casi ninguno se viste, que son muy serios ellos y no se van a disfrazar por cualquier cosa. Pero ellas... Como dice mi chica, ese traje hace sexy hasta un saco de patatas. Vale. Ya sé que el año que viene nos va a tocar buscarle uno, porque se le iban los ojos casi tanto como a mí. Sólo pensar en cómo le puede sentar un entero de esos..., uff. Me pone. Lo cierto es que resultan espectaculares. Desde las bebesas de meses hasta las ancianas con un pie en el estribo, sin olvidar, ni por asomo, las insoportables adolescentes que así vestidas obtienen mil perdones de antemano. Es un hermosos espectáculo en todas las dimensiones del término, al que unir sin desdoro el sonido de las sevillanas que nace de las casetas, las luminarias del ferial o la borrachera de colores que todavía, y ya han pasado varias horas, me puebla de estrellitas las retinas.

Y qué decir de los caballos. Hermosos, hermosos hasta el hartazgo. Paseando entre las cuadras que encarcelan al noble bruto confieso haber disfrutado como un memo con una piruleta de olores, capa, alzada, mirada..., además de descubrir en mí un sorprendente atractivo para estas bestias. Amor correspondido, se llama. Ha sido emocionante comprobar cómo muchos de estos animales se acercaban a nosotros en cuanto nos deteníamos, escuchaban mi voz y hocicaban apreciando y persiguiendo nuestras caricias a través de los barrotes. Sementales y yeguas, que de todo había y a todos sin distinción les susurraba, por lo que no debe ser cosa de género.

Regreso a vosotros cansado pero contento, que no hay nada mejor que renegar de las certezas de cuando en cuando. Lástima que no hayáis podido venir.