jueves, 28 de marzo de 2013

después de semanasanta


En cuanto pase semanasanta, seguro que vuelve a brillar el sol y puedo recuperar aquellos largos y sanos paseos por las pasarelas de los pinos que tan bien me sentaban en mi campaña por recuperar esa cintura de avispa olvidada entre las fotos antiguas del cajón. Saludaré de nuevo a los que me cruce con amabilidad, solidarios, al fin y al cabo, ellos con mis inútiles esfuerzos y yo con los suyos. Visitaré los bares al aire libre de los amigos y brindaré por el retorno de su negocio con ellos.

En cuanto pase semanasanta llevaré ya tres meses completos sin llevarme un cigarro a los pulmones y será el momento de cobrarme una tras otra las cenas que varios amigos descreídos apostaron a favor de mi vicio y en contra de mi voluntad. Elegiré con cuidado los restaurantes, que tengo que recuperar las fuerzas perdidas en estas dos pasadas semanas de tanto sufrir y, de paso, hacerles pagar cara su desconfianza.

En cuanto pase semanasanta, espero que retomaré con ganas los hilos de mis proyectos abandonados tanto tiempo a su suerte entre las sábanas de la fiebre y la flojera del ánimo. Volverán a mí la actividad extrema, la coordinación y la iniciativa que ya estoy echando en falta. Me costará encontrar tiempo para leer un libro o para mantener con un amigo una larga charleta que no lleve a ningún sitio pero que arregle el mundo de un plumazo.

No sé a qué extraño bucle temporal se debe, pero esta semanasanta se está comportando, en mi biografía personal, diminuta y diaria, como una nochevieja cualquiera, aunque desfasada y sin pizca de glamour. Como si, congeladas las buenas intenciones por este “invierno de los de Franco” durante los tres meses pasados, fuera ya el momento de salir del letargo y de las oseras, de mirar al sol y sonreír de nuevo.

viernes, 22 de marzo de 2013

mi particular viacrucis del ‘síndrome’ Rubalcaba


Hace unas fechas, al amigo Rubalcaba le tuvieron que ingresar a toda leche porque el posoperatorio de una biopsia de próstata casi se lo lleva por delante. En mi caso, sin restarle protagonismo al prócer, me temo que los tambores de la semana entrante, que tanto animan al personal de mi pueblo, anuncien también una nueva versión del particular víacrucis en que se está convirtiendo mi recorrido personal a través de las tripas de la sanidad pública andaluza.

Resumiendo, para ir abriendo boca: en la semana trascurrida desde la biopsia que me hicieron la mañanita del 14 de marzo en el hospital de Puerto Real, ya me han recetado -y me estoy metiendo p’al cuerpo-  tres tratamientos antibióticos diferentes. El último médico que vino de urgencias a casa ayer jueves me vino a decir, además, que la biopsia me la hicieron, al parecer, “por la polla” (es decir a través de mi apreciado canal uretral) vía que no estuvo prevista en todo el informativo previo al que fui sometido, consentimiento informado y anestesista incluidos, en las que se habló siempre de usar la vía rectal. Es más. Hasta ayer mismo, yo ni tan siquiera sabía que dicha biopsia se pudiera realizar a través de tan incómodo acceso.

Debo asegurar, sin embargo, que estuve siempre allí, en el quirófano y antes en la antesala, presente y dialogante, ni dormido ni altamente sedado, pero que nunca los doctores que tomaron la decisión de intervenirme de aquella manera consultaron conmigo su decisión pese a que mi capacidad como interlocutor -y único protagonista, desde luego- para valorar con ellos las ventajas o inconvenientes de su propuesta inmediata de cambio de vía, resultaba manifiesta.

Una alegría para el cuerpo que me propongo investigar, desde luego, y denunciar en su caso si se tercia, pero que contribuiría sin duda a interpretar (que no a entender, sospecho) dos asuntos que me traen a mal traer desde aquella misma mañana: la fugaz imagen de “pillado in fraganti” reflejada en el rostro de un auxiliar que andaba aún traficando por mis bajos cuando otro -no sé si auxiliar o doctor- retiró de golpe la sábana que me impedía ver cuanto me sucediera de cintura para abajo (imagen de “ahivá” que me pareció percibir, de soslayo, y que no había valorado hasta ahora) y el chorreón de sangre que percibí saliendo de mi amado pito en cuanto miré para abajo y que me acompañó luego más de una hora, disfrazado de cuajarón pegado al pantalón de telilla azul, hasta que nosotros mismos (mi chica y un servidor) lo limpiamos con agua y como pudimos una vez que nos anunciaron que nos podíamos vestir para irnos p’a casa.

Jamás en mi vida había presenciado, y menos como involuntario protagonista, que a un recién operado no se le lave, limpie e higienice correctamente antes de sentarle en la silla de ruedas para depositarle en la sala de espera a que evacúe correctamente la anestesia. Aquello parecía, más bien, una puta carnicería. De las sucias, digo.

¿Infección? Cualquier cosa que tenga es poco

Ocho días después, ignoro todavía si el tumor que motivó el viacrucis que os acabo de contar es maligno, benigno o mediopensionista. ¿Me habrán hecho, realmente, una biopsia?

bandera blanca


Por primera vez, creo, desde que se inventó este invento, abro el portátil y me siento ante él con el único objetivo de intentar mantener con vosotros este semanal contacto que tanto aprecio. Espero que no sea por sentido del deber o siquiera por responsabilidad profesional. Me haría mucho más feliz pensar que es, sencillamente, porque me gusta vuestra compañía.

No pasan por buenos momentos las cosas que interesan mi salud, de manera que debo medir con sumo cuidado mis esfuerzos para no caer en el agotamiento por esos gestos menores en cuyo consumo energético nunca habría reparado de no estar yo tan blandito.

Y todo por haberme sometido, sin rebelarme, a esa odiosa manera de hacer medicina supuestamente preventiva que padecemos en este país de locos y que consiste en romper lo que no está roto como brillante método para que alguien pueda después suponer lo que podría sucederte en el futuro según permiten suponer ciertos resultados que no son además, tampoco, fiables. Total, en resumidas cuentas, otro al saco de “yo estaba normal, me hicieron unas pruebas y ahora me encuentro como el culo”. ¿Os suena de algo?

Así estaban las cosas esta madrugada, tras varios días en los que, por su parte, la preselección de amigos de confianza ha ido siguiendo su curso, cuando -en una operación nocturna perfectamente organizada- me he encerrado en mi baño, silencioso, clandestino, en la mano un bote de blanqueante de esos que llevan muchos rayos de colores, vete a saber por qué, donde, en secreto, con la minuciosidad de un orfebre, con la insistencia de un obseso y la inapreciable asistencia del agua muy caliente, he convertido el breve lavabo en el lavadero antiguo de frotar y frotar, campo de mi batalla particular contra las huellas sangrientas que estos desmanes clínicos se obstinaron en dejar impresas a fuego en el frontal mis gayumbos.

Cualquier cosa para evitarle este espectáculo al amor de mis amores, que cree que estoy hecho de espuma de mar.

Como podréis comprobar, han quedado impolutos.

(Basado en la columna del mismo título publicada en Rota Información el 22 de marzo 2013)

viernes, 15 de marzo de 2013

el potro


Esta misma mañana de jueves trasparente -como hacía meses que no se veía uno por aquí-, me han subido traicioneros al potro de tortura y han expuesto al público espectáculo lo escasamente opíparo de mis carnes, el sector menos exportable de mi anatomía. Desde lo alto de una incómoda camilla, iluminado por luces y calores de lámparas de nombres raros y usos todavía más alambicados, he acusado a al menos una docenas de seres apresurados de colocarme electrodos, pincharme un par de vías, colocarme de través una máscara por la que soplaban efluvios frescos e inodoros, como si fueran los siete enanitos del cuento mientras una Blancanieves con bigote se empeñaba en alzar mis piernas desnudas hasta estribarlas en dos férulas negras instaladas al efecto a ambos lados de mis bajos, bien abiertas en un ángulo inverosímil con el sádico objetivo, sin duda, de mantener el centro de sus atenciones más desnudo y oferente de lo que haya estado, que yo recuerde, en su vida.

Esta misma mañana he comprendido en carne propia, hasta la saciedad y más allá la vejación moral y la genuina tortura, como poco formal o estética, a la que se someten tan a menudo nuestras mujeres cada vez que ese especialista con título de ginecólogo y aires de sumo sacerdote de un vudú moderno y cruel deja al desnudo sus intimidades y las invade con fines escasamente confesables y excusas a menudo ininteligibles.

Esta misma mañana he aprendido en mis adoloridas carnes a querer y respetar y adorar un poco más si cupiera a cuantas hembras mujeres me rodean todos los días con esos aires de no haber roto en su vida un plato y miradas transparentes de inocencia, cuando tan a menudo dan irrefutables pruebas de esconder en su tan suave seno la valentía y fortaleza de auténticas Agustinas.

Mis estoicas y discretas heroínas.

(Columna publicada en Rota Información de fecha 15 de marzo 2013)

martes, 5 de marzo de 2013

de Zaragoza a Aragón, Juan Carlos

El viernes 1 de marzo presenté en mi tierra de adopción el último libro de un comparsista de pro, filósofo, poeta, músico y, a veces, chirigotero. Vino bastante personal a la sede del Ateneo Libertario, que es donde se daba cita el evento, y pasamos un buen rato juntos. Mi pesentación fue breve y directa, acaso un tanto brusca hacia el autor, quien -sin embargo- la agradeció sin reparos, así que os la copio y pego por si os apetece echarle un ojo.


En los lejanos 70, los críticos madrileños, cuando querían insultar al grupo de canción satírica del que siempre formé parte, nos llamaban chirigoteros. Cierto que “Las madres del cordero” no éramos precisamente santos de la devoción de los plumíferos del tardofranquismo. Por eso nos lo decían para ofendernos, como para rebajarnos de categoría.

Hoy, que he conocido de cerca comparsas y chirigotas desde que me trasladé a estas tierras, debo decir que ya nos hubiera gustado a aquellas madres acercarnos -siquiera de lejos- al ingenio y al talento de los Carnavales gaditanos, de ese estadio superior del humor en el que militan gentes como el autor al que hoy presento por obra y gracia del amigo Yimi y por culpa de mi osadía.

Se sienta a mi lado Juan Carlos Aragón, quien nos presentará su nuevo libro, que ha titulado EL CARNAVAL SIN NOMBRE. Egocéntrico reconocido públicamente, aunque de la rama narcisista, borde por lo tanto pero no tan sieso como algunos pretenden, Juan Carlos Aragón es un autor apasionadamente amado y también apasionadamente odiado en Cádiz por su talento, unánimemente reconocido, sin embargo, en el arte del Carnaval. Su principal especialidad es, junto a muchas otras, no dejar a nadie indiferente.  
Carnavalero desde su más tierna infancia, lleva pisoteando los escenarios desde que perdió aquello con los contrabandistas en el 83, a la tierna edad de 16 añitos.

Es autor de chirigotas tan conocidas y admiradas como Los Guiris o los Yesterdays, de los que me gustaría que escuchárais, como auténtica presentación del personaje, aquel famoso pasodoble que empezaba “aunque diga Blas Infante”, si el autor me lo permite.


Posteriormente, Aragón se pasó a las filas de la comparsa, en las que sigue militando, con hitos de tan proverbial recorrido como Los ángeles caídos o Araka la kana, con los que arrasó en el Falla, aunque sospecho que él siempre se sentirá de la Banda del capitán Veneno.

Hay quien asegura que su hartazgo de tanta filfa y tanta sordidez como la que rodea los Carnavales oficiales le conduce inexorablemente a ausentarse ya del concurso, cosa que yo, al menos, no me acabo de creer y espero, por nuestro bien, que no suceda. Tal vez su charla de esta tarde nos saque de dudas.

Desde ese profundo conocimiento del Carnaval y de su entorno, este filósofo de carrera y espléndido poeta al que flanqueo y con quien os voy a dejar ya, espero que comparta conmigo el genial estribillo que cantaban aquellos Lacios malages del Selu en el año 95:
Los perros dicen guau, los gatos dicen miau, y nosotros decimos…, ¡viva el carnaval!
Con vosotros, Juan Carlos Aragón.