el amigo Saldaña
Hola. Me extraigo de nuevo de mi sabatina (¡qué poco me queda!), entendido el concepto al pie de la letra como oficio divino propio del sábado, segunda de las acepciones del de la RAE, bajo el impulso incontrolado que me viene abundante cada vez que un amigo hace algo, sea ello lo que sea y me guste o me disguste (que no es éste último el caso), como si tuviera yo dentro un resorte que se disparara cual patada refleja por esos motivos, tal vez porque esa preeminencia de la amistad, entendida en sentido lato, sobre cualquier otra forma de relación sobrevenida, me mantenga cerca de la adolescencia o porque dicha valoración excepcional del apego voluntario a las personas haya sobrevivido al paso de los años como una de las pocas opciones que le merecen a uno la pena, vaya usted a saber o, por decirlo castizamente, acaso porque se me pone.
Sirvan prolegómenos tan obtusos para explicaros que el amigo de esta grata esquina en la que nos sentamos a menudo a decir cosas llamado Pedro de Paz acaba de hacer real su amenaza y un nuevo hijo suyo, el tercero en la línea sucesoria, está a punto de ver la luz para septiembre. Nada menos que con Planeta, ahí es nada, y con ínfulas de best seller, pronto será tan nuestro como suyo este libro titulado "El documento Saldaña" cuya lectura ya me apetecía antes y que en cuanto pueda tendré en mis manos desde la curiosidad y el deseo no exentos, por supuesto, de sentido crítico e independencia de juicio, que suele ser lo mejor que se puede ofrecer a un amigo en cualquier terreno de la vida.
Como ya se escribió por aquí, don Pedro y éste que lo es mantuvimos una charleta cervecera que se prolongó horas sin parar de darle a la muy merced a una cita a ciegas concertada después de habernos conocido en este blog, al final de la cual intercambiamos cromos y abrazos, aunque no recuerdo bien si fue por este orden, gracias a lo cual cayeron en mis manos (en tales etílicas circunstancias, igual podían haber caído al suelo) sus dos anteriores novelas, El hombre que mató a Durruti y Muñecas tras el cristal, que me gustaron lo suyo, más la primera que la segunda, confieso, mientras quedó entre las suyas un ejemplar del libro coral acerca de Castañuela 70 en el que tuve el privilegio de participar. Desde entonces, es lo habitual entre nosotros saludarnos con más chicha cuando nos cruzamos por la vida, disentir con elegancia, coincidir con pasión y prometernos mutuamente renovar votos cerveceros cuanto antes, que ya la vida se encarga de ponernos en nuestro sitio haciéndolo dificultoso cuando no imposible.
Así que es llegado el momento de hacer público mi deseo/compromiso de vernos de nuevo (me encantaría que fuera posible por estos pagos en los que recién habito), para renegociar nuestra amistad, emborracharnos como marineros y hablar de este nuevo vástago (en mi opinión podría también llamarse salto cualitativo) que acaba de parir, y si hay unos langostinos tigre por medio, mucho mejor. Podríais veniros también los asiduos visitantes de este portal pueblerino, siempre que trajerais la silla. Nos sentaríamos a la fresca junto a la puerta de casa a ver pasar la vida mientras la luz atardece y muere el día. Estaría bien que pudieran venir Bea, mi sobrina putativa, sin su madre, Rafa Reig llegado a lomos de cualquier White Horse, que se bajara de Sevilla el amigo Eduardo con una caja de Cruzcampo bajo el brazo, más claro, agua, que se descolgara Gabriel Jaraba desde Barcelona, que se vinieran grendel, lunita, María desde aquí al lado, Gustavo desde la Castilla profunda, superantipático (que también está preñado de dos sorpresas), Xoxo, de redes, Jaime, en fin todos y cualquiera de los más o menos anónimos que hacen incomprensiblemente costumbre de una pertinaz visita a estas líneas.
A ver si encuentro quien me financie este sueño.