domingo, 6 de diciembre de 2009

de viaje

Vaya por delante de partida una somera interpretación de mi pertinaz silencio. Como decía entre líneas en mi anterior entrada, me encontraba entonces en pleno esfuerzo de preparación y organización de un viaje que había proyectado ofrecer a mi amada que, por sus características y condiciones, resultaba delicado y dificultoso hacerlo sin levantar la liebre. Lo hice.

Lo hice tan bien que acabamos de regresar de unas minivacaciones de una semanita en París, en la que he disfrutado como un enano de ver disfrutar a mi chica, que es una de las cosas que más me gustan en este mundo. Alucinar con el brillo de sus ojos ante la sorpresa, comprobar una y otra vez su extraordinaria capacidad para el asombro, el gozo y el disfrute de la novedad, de lo gustoso, de lo inesperado, de lo sorprendente, es, para mí, una fuente inagotable de éxtasis, por lo que podría decirse sin exagerar demasiado que este viaje ha sido, en el fondo, un cualificado acto de onanismo o un excéntrico monumento al egoísmo, vaya usted a saber.

En cualquier caso, ha constituido un jodido éxito de crítica y público, una producción perfecta hasta en los menores detalles y su organización ha resultado precisa como un reloj suizo y tan previsible como que nos iba a llover durante toda la estancia, cosa que ocurrió implacablemente. París, por otra parte, sigue por do solía, repleta de japos y españoles también de escapada, que viva la crisis, carísimas las cosas tan exclusivas como las joyas de la Place Vendôme, el agua de la nevera del hotel o los grand crème en terraza, lujo asiático a cuatro o cinco euros por cabeza. Los croissants-beurre siguen apetitosos, los taxis sorprendentemente asequibles, el metro anticuado y sucio, los campos elíseos abarrotados, le Marais hermoso y reventón de diseño, la Place des Vosgues tan hermosa como solía, los parisinos sorprendentemente amables con nosotros, la comida habitualmente estupenda, el couscous de Chez Bébert maravilloso, el Chartier tan lleno y poblado de tercera edad como ya acostumbraba, Barbés negro como mis pulmones y el barrio latino con ese no sé qué emocionante que te pellizca el alma camino de Nôtre Dame.

En resumen, compartir con vosotros una sorpresa que salió de maravilla y cuyo contenido todavía, una semana después de volver, alumbra la vuelta a la normalidad que nos esperaba en esta postal en la que vivo.