domingo, 29 de junio de 2008

otro poco

Alguien declaró, hace algunos años, que en el deporte de competición español cambiarían las cosas cuando las selecciones nacionales se poblaran de jugadores jóvenes y exportados a otras ligas. Que la culpa de nuestros profundos complejos de mindundis era básicamente del provincianismo, de la falta de perspectiva acerca de cómo están hechos los humanos deportistas de ahí fuera y por dónde se visten allende esas fronteras que gracias a la autarquía franquista nos separaban del resto. Que cuando hubiera, en el caso del fútbol, jugadores en la Premier Ligue o en el Calcio cambiaría la mentalidad perdedora y acomplejada que era característica esencial de las sucesivas selecciones nacionales. Eso, y la pérdida de complejos de representatividad frente a los nacionalismos periféricos que hacían imposible entregarse a la defensa del proyecto común español si eras vasco o catalán.

Pues ambas condiciones dadas, los que disfrutamos de estos deportes con una permeabilidad que bastantes de quienes visitáis esta página no comprendéis, y lo asumo, estamos como chicos con zapatos nuevos experimentando sensaciones no por intuidas menos placenteras. La verdad, viendo la Eurocopa yo estoy feliz como una lombriz. Dicho lo cual, os confieso que también estoy viviendo esta eclosión futbolera con el sin par rubor de la vergüenza ajena ante el tratamiento desmesurado y patriotero, profundamente hortera e ignorante, que los media de este País (ya que hablo sobre todo de cuatro) están ofreciendo día tras día. Me refiero no sólo a todo lo que hacen y dicen unos indocumentados comentaristas, maestros del todo-vale, sino a su evidente compromiso bastardo con quienes les pagan, que hace evidente el uso ventajista de los resortes más primitivos de la agi-pro para obtener los todopoderosos privilegios del share a mayor gloria de Prisa. Filosofía polanquista en estado puro.

Los efectos de estas nada sutiles maniobras coreográficas entre las masas populares, que decíamos antes, están en el origen de la excepcional viñeta de Forges que ilustra estas líneas, y que he sustraído prestada de El País en un arrebato de justicia distributiva. Aunque nada de esta procaz manipulación (que ellos mismos reconocen repitiendo hasta la saciedad lo de jo-de-mos) deba tomarse en el fondo a broma, no me diréis que el puñetero Fraguas no pone el dedo en la llaga de uno de los aspectos (eso sí, en el más folclórico) de esta auténtica ofensiva monocolor.

miércoles, 25 de junio de 2008

mientras tanto

Mientras releo una vez más el manifiesto por la lengua común antes de publicar mi opinión sobre el mismo, que me trae por el camino de la amargura, mi amigo Jorge me hace llegar el vídeo que os reproduzco en un alarde de originalidad (mío, no de Jorge). ¡Gracias, hombre!



Realizado en USA por el hombre-huevo (eggman913) y con el título de Women In Art, se trata de un recorrido espléndido, inesperado y bellísimo, por el rostro de la mujer a través de 500 años de Arte. Ensamblado con la precisión del cirujano, mezclado con la maestría de todas las estrellas Michelin, admira su encanto, su ternura, sus innumerables y sorprendentes lecturas, a cada vez distintas o su discurso exacto de todas-las-mujeres-la-mujer, que es como todas/las/artes/El Arte, aunque en más eterno.

Pero, de entre tantas virtudes, permitidme subrayar una no por resultadista menos digna de mención. En este momento se contabilizan en Youtube OCHO millones de lecturas de este vídeo, mientras que ha sido reproducido (de ahí mi sarcasmo hacia mi propia originalidad) por centenares de blogueros en todo el mundo y generado miles de comentarios. En un terreno tan propicio a las imágenes escandalosas, a los vídeos de palizas a indefensos, de gamberradas groseras sin pizca de gracia, violencias desmedidas y truculencias sin fin, en ese mundo habitualmente tan feo y orgulloso de serlo, resulta que se cuela como un rayo de luz este trabajo y su indiscutible acierto y tremenda calidad revierten la tendencia, al menos mientras dura su contemplación, embobando al mirón y consiguiendo de paso, espero que sin quererlo, que uno mantenga en suspenso su anatema sobre la filosofía del progreso y deje de entonar, por un fugaz instante, ese requiem por el buen gusto que salmodiaba con voz de barítono por lo bajinis.

Una profe, llamada Boni, ha publicado en su blog el inventario completo de las imágenes que reproduce este corto, lo que para mí representa otra vuelta a derechas de la tuerca que conserva mi maltrecha esperanza. Por si fuera poco, termina con cuatro picassos encadenados. La música, para los viciosos, es la Zarabanda de la Suite para Violoncelle n° 1, de Bach.

lunes, 23 de junio de 2008

parajoda

No es ocioso repetir de vez en cuando lo de que a veces se escribe derecho con renglones torcidos, o algo así he pensado al saber que, últimamente, se registra en las librerías españolas un aluvión de demandas hacia una novela escrita hace más de cincuenta años por un americano al que algunos españoles, sospecho que pocos, leimos en nuestra juventud para descifrar las claves y los misterios de la que vino en llamarse generación beat o para presumir de ello, al menos. Una generación a cuyos miembros acusaron de antiamericanos y por ello les bautizaron como beatniks, uniendo al concepto beat el bastardo del sputnick, que era ruso y con eso estaba dicho todo. Hablo de la primera novela de Jack Kerouac, nacido Jean-Louis. Me refiero a su mítica On the road.

Ahora resulta que se han disparado sus ventas gracias a un anuncio televisivo de la BMW. Para mear y no echar gota, que dirían en mi barrio. Aquel paradigma de la bohemia cultural, el escritor maldito, rebelde contra lo establecido, el abanderado malgré soi de la más cruda crítica de la American way of life y enemigo a muerte del consumismo salvaje, despreciado por los patriotas y motejado en vida de comunista y antiamericano, resulta hoy elevado a los altares del consumo gracias a la publicidad de un vehículo que es ejemplo del capitalismo puro, y además carísimo. Cruel paradoja o, como decía una amiga, más bien parajoda.

Recuerdo que lo leí un poco a la fuerza, ya que se trataba de una novela dificil, repleta de personajes para mí desconocidos (posteriormente Kerouac publicaría su correspondencia con los personajes reales en los que estaban basados, pero que para mí resultaron tan crípticos como los literarios). La evoco como una novela densa, aunque hermosa, digno ejemplo de lo que se denominó la prosa espontánea, escrita sin puntos y aparte, sostenida a base de litros de café y presentada después en sociedad gracias a tantos litros de alcohol que una cirrosis acabó con la vida de su autor a los 47 años. Sí estoy plenamente de acuerdo con una afirmación que leí sobre ella. "Cada párrafo, un poema".

Luego supe que él la llamaba el rollo, porque enrollado guardó el original escrito sin respetar los márgenes y sin apenas espacio entre las líneas, con ese modo apretado y nervioso que caracteriza a los seres apresurados. Juro que esto lo supe después de escribir alguna de las novelas que guardo por ahí cuyos manuscritos seguían casualmente esas mismas pautas, y me refiero a las formales. Con las otras, ninguna comparación posible. Kerouac, como sus colegas Ginsberg o Burroughs, era un absoluto genio. Yo, no.

miércoles, 18 de junio de 2008

...y no estabas tu

La otra tarde leí que se había celebrado un homenaje del Congreso de los Diputados a los represaliados del franquismo. Deambularon por los pasillos y sentaron sus reales posaderas en el hemiciclo tan panchos, tan ancianitos, con ese beatífico aspecto que era la inocencia personificada y tuvieron derecho a una sesión de Bono contándoles una de indios hasta que un recalcitrante paseó una bandera republicana y entonces Pepe les contó otra de vaqueros, que son los buenos y defienden la legalidad, aunque para mí que se refería a la de ahora y no a la que sustituyó la bandera legal por la monárquica rebelión mediante y con las armas en la mano. No tardó demasiado el campechano presidente en recordarles que estaban allí de prestado, como invitados de su generosidad, y que no debían sacar los pies del plato del postre. Era por la mañana, y no estuve allí para decirle por dónde se podía insertar su benemérito gesto.

Tampoco me invitaron a una comida en Rivas Vaciamadrid, que es municipio amigo, y eso ya me jodió un poco más porque en esos saraos se suele comer bien y beber mucho mejor lo que, si no justicia, al menos te hace el avío y finiquitas los cafés con cantos regionales o, en fecha tan señalada, lo mismo se arrancaba alguno con el ejército del ebro rumbalatumbalarumbamba.

Cuentan que luego, por la noche, hubo un concierto gordo donde cantaron muchos y recitaron otros, a diez euros la entrada. Nadie me lo dijo, así que me quedé en casa, pero muy fastidiado. No es que me entusiasme que me canten, pero me da rabia haberme perdido la amarga voz de Almudena recitándome algo bonito a la oreja, al tronco Joaquín pasándome la mano por el hombro, a ese Eddy cantando hastiado lo de la calva, la calva-calva (como se salmodiaba en su grupo sin ningún respeto) o descansar mi cabeza entre los senos de mi querida Maripili, que ese día seguro que me habría abierto la muralla..., de su sonrisa.

Ignoro quién o quienes organizan esos saraos, pero con ver al Plaza de director de escena ya me veo venir a los de siempre, los oficialistas del recuerdo, la eterna órbita del PC y su modo sectario de hacer las cosas, como cuando con el Socorro Rojo recaudaban para los luchadores antifranquistas entre los vergonzantes europeos y luego sólo su comuna de fieles recibía en la trena los sacos de dormir o langostinos por cajas para el 1 de mayo.

A mí, eso de haber sido esto o lo otro, para lo único que me ha servido nunca es para ser cual soy ahora mismo, y polvo enamorado el día del amén. Lo demás, chorradas.

PD: No me diréis que no teníamos buena pinta en la cárcel de Jaén, ¿eh?

viernes, 13 de junio de 2008

una simple aceitera

Me pasa cada mañana, indefectiblemente, cuando retiro la bandeja del desayuno. Es el puñetero gesto. Recojo la pequeña aceitera, sujetando a la vez con la punta de los dedos el platillo multicolor que le hace compañía desde siempre, y con mucho cuidado los deposito en el poyete que hay junto al alféizar de la ventana de la cocina. Un poyete, como es de ley, alicatado en blanco impoluto y en el que el chisme disfruta la compañía de un salero, unas vinajeras y del serio alfil de madera que muele la pimienta. Es entonces, justo entonces, cuando me asalta una ternura espantosa.

Cierto que dura apenas unos segundos, los que tardo en volverle la espalda, pero me escama, porque no sé a qué se debe. Que yo recuerde, nunca hasta esta etapa había desayunado pan tostado con aceite y un poco de azúcar. Es más, en la civilización madrileña, un cafelito y al curro. Ahora he tomado esta costumbre del entorno y la verdad es que me siento muy satisfecho de haberlo hecho. Las mañanitas, cuando el sol destella en el mar y la playa interminable nos envía por el balcón un resol cálido y ocre, promesa de un día brillante por delante (gracias, Ministro), se hacen más íntimas y ricas con el desarrollo de ese ritual sagrado que consiste en tomar con mimo la aceitera, reposar el corcho en su platillo, verter con cuidado ese denso y perfumado zumo de arbequina mientras compruebo cómo se extiende, rellenar los huecos que haya dejado, aspirar el aroma del pan recién tostado, pinchar la capa superior de la tosta con un tenedor para que penetre bien en sus intimidades la dorada trasparencia para luego, tras devolver la aceitera a su lugar de descanso, perlar la superficie con un poco de azúcar desparramado alegremente al buen tuntún. Tras un sorbo de café, o un trago de zumo de naranja, llega por fin el esperado momento de hincarle el diente a la tostada.

¿Os lo podéis imaginar? Puede, incluso, que hasta haya podido conseguir que un atisbo de saliva humedezca vuestra boca. Pero ello, con ser gratificante, no me ayuda a entender por qué, inevitablemente, cada mañana me atosigue un ramalazo de infección sentimental cuando recojo la aceitera. Será el color, o la transparencia, será el aroma, será que hay una escondida en mis meninges desde cuando era niño, será que mi madre sigue teniendo otra igual, aunque un poco más grande y con el tapón de plástico rojo roto por el uso. Será esa forma tan cercana, tan exquisitamente bella y precisamente útil, óptima para lo que fue inventada. Será un arrebato ante la hermosura de lo mínimo.

Será que me estoy haciendo más mayor de lo que creo...

martes, 10 de junio de 2008

el gran tinglado

Debe ser éste el país que posee el mayor porcentaje de miserables en la tele por metro cuadrado de pantalla. Por lo menos, a mí no me extrañaría ese dato si alguien hiciera un documentado estudio estadístico al respecto. Tampoco arrojaríamos malos resultados porcentuales en famosos, famosillos y famosetes que viven del cuento. Pero de lo que estoy absolutamente seguro es que, caso de que la predicha encuesta se realizara, España daría una paliza a cualquier otro lugar del mundo en cuanto a consumidores del corazón, marujas y marujos que dependen de sus dosis diarias de carroña para subsistir, más al corriente de las chorradas iluminadas de Belén Esteban que del excesivo consumo de alcohol de su hija de trece años, de las bien pagadas declaraciones escandalosas de la chacha de la hermana de la primera mujer de Pajares que del bajo rendimiento en clase de sus vástagos, de sus devaneos con lo que se fuma y no es tabaco, del preservativo que la nena llevaba ayer en el macuto o de sus frecuentes visitas al baño después de comer, hija, qué prisas. Ya podría jugar la selección de fútbol con ese poderío.

En resumen, la tesis se expresa de la manera siguiente: en el país de la envidia, la baja catadura moral de la población es proporcional al beneficio que extraen de ella los vividores. Cualquier vida es negocio, la vergüenza, espectáculo, la estridencia, virtud, la calumnia, arte, la ignorancia, un valor en alza y su exhibición, una ventaja. Si hay dos Españas no son las de derechas y de izquierdas, ni las de los nacionalismos radicales centralista y periférico, ni siquiera las de los seguidores de Madrid y los del Barça. ¡Qué más quisiéramos!

Las dos Españas reales son la de los drogodependientes de la televisión basura y la de los que ven la 2, los debates esos que duran un minuto,a Arguiñano, los documentales de National Geographic o algunas series y hasta los concursos.

Voten a quien voten, se crean de la ideología que manifiesten, están en esa primera España los que leen del Hola al Qué me dices, los que ven corazón desde Anne Igartiburu al tomate, la Noria o Está pasando, los que no se pierden una de triunfitos, islas maléficas, bailones, supermodelos o hermanos grandes como el ojo que todo lo ve, los que hablan de ello en el super o en la pelu, en la sala de espera del dentista o en la cola a la puerta de la guardería. A menudo coinciden con los que no leen un libro, pero compran uno al año el día de San Jordi o para la Feria, los que envidian el coche al vecino, él sabrá de dónde lo ha sacado, los rayos UVA de la vecina, claro, tiene que enseñar la mercancía en buen estado, así, tan morenita, los hijos del hermano, con esa cara, ¡cómo no va a estudiar la niña!, el éxito de Fernando Alonso, mira que es soso y chuleta el tipo, y conduce como el culo, la pertinaz entrega de Raúl, ese tío está acabado, los que callaron y otorgaron en Coslada y ahora se deshacen en lenguas contra el sheriff, se creía un dictador, el andoba, los detractores de Gasol, no defiende una mierda, los que torean a toro pasado, José Tomás es que está loco y así, cualquiera...,

...y en la otra España, me temo, permanecemos los que cedemos el paso, hablamos sin gritos y seguimos administrando con la escasa dignidad posible los recursos que hayamos podido obtener de esta perra vida. La callada legión. La silenciosa minoría mayoritaria.

Jesús, ¡qué cruz!

viernes, 6 de junio de 2008

el ramalazo

La identidad sexual es cosa de cada cual. Eso está claro, y no será mi voz quien lo contradiga, entre otras cosas porque lo llevo respetando desde que tuve uso de razón hasta ahora, que abuso de ella. Vaya por delante esta expresión de respeto por las opciones sexuales de cada uno, que con sus cosas puede hacerse lo que bien pete si no media ventaja o negativa del otro. Lo que pasa es que en esta sociedad tan calcada de la de los americanos del norte, que se está volviendo tan puritana e hipócrita como ella, ocurre que por no caer en la descalificación de los que, a su manera y coveniencia, interpretan lo políticamente correcto, nos la pillamos con papel de fumar y eso sí que no. Así que hoy escribo alto y claro que no me gustan las mariconadas. El sexo entre mujeres me atrae, el sexo entre hombres lo entiendo, el sexo en grupo me encanta y hasta el sexo con animales puedo asumirlo, como opción o a falta de pan, pero mariconadas las justas.

Yo llamo mariconadas a esas actitudes impostadas, reacciones o voces o gestos o razonamientos que se expresan como una caricatura exagerada de las que supuestamente tendría una mujer vista desde la perspectiva de un/a idiota. A mi entender, las mariconadas no tienen sexo. Las protagonizan, indistintamente, hombre y mujeres. Tampoco representan, obligatoriamente, una opción sexual, aunque a veces den pistas. Cuando un renombrado cantautor al que yo representaba me preguntó, pasando por encima de sus profundos conocimientos del mercado, -¿y por qué Sabina tiene que cobrar más que yo?-, aquello me pareció una mariconada pues la respuesta era evidente salvo desde la perspectiva de la frustración y el jopé. -Porque él llena las plazas y tu no-, tuve que contestarle. No sé si me explico.

Algunas veces, las mariconadas se expresan a través de gestos y suelen recibir entonces el nombre de ramalazos. Quizá no manifiestan opción sexual, ni siquiera oculta en lo más profundo del armario, o como bien dice don Pedro de la solución ocupacional, pero casi. Lo que tiene el lenguaje gestual es que, por menos elaborado, resulta muy revelador. Ese soslayo que resbala, esa caída de ojitos, esas manos volanderas, ofrecen a menudo informaciones más creíbles que un feliz matrimonio de toda la vida, lleno de hijos. Tal vez entendáis lo que quiero decir si os fijáis bien en la foto que ilustra esta entrada.

jueves, 5 de junio de 2008

el mandamás

Dice el anuncio que el baloncesto desata la euforia, pero según parece no es lo único que provoca. Como en casi todos los deportes de competición, por llamar de algún modo a lo que apenas es un ápice más que un negocio en el que, por ende, se juega con el peligro de alimentar y exacerbar las pasiones de las masas que ya no creen en otra cosa, y apenas poco más que un espectáculo basado en el sudor y los aciertos o errores ajenos, lo que realmente se genera no es la pasión sino la figura incombustible del mandamás.

El mandamás es una reliquia del pasado disfrazada de electo. Vendría a ser el usted no sabe con quién está hablando redivivo. Suele provenir de las esferas colaterales de cualquier deporte, habitualmente fruto de una bastarda y sangrienta selección natural de entre esos muchos segundones especializados en sacar provecho de su capacidad de maniobra que orbitan alrededor de los llamados deportistas de élite. El mandamás está siempre rondando al poder, chafardeando en las federaciones, volando en primera, comprando en los dutyfrees con esas dietas que nunca hacen honor a su nombre y atento solamente a que los que le han puesto en su puesto sigan beneficiándose de aquella decisión tan de agradecer o más preocupados por contraatacar a los que aspiran a ser el califa en lugar del califa. Suelen ser gente encantada de haberse conocido y sacan pecho a la mínima puesto que a ellos y su impecable gestión se debe lo bueno y lo malo es siempre culpa de imponderables, conjuras o fracasos del cabeza de turco con cuya destitución se hace la cuenta nueva y a los que el borrón se les supone. No es raro que usen gomina y la tienen así de grande.

Les vemos frecuentemente en acción, porque salen mucho por la tele. El mandamás Sáez, que exige respeto y no tiene empacho alguno en darle boleta al entrenador que ha obtenido los mayores logros del baloncesto y eso a dos meses de la cita olímpica, por culpa de que al recién captado patrocinador de la FEB, a la sazón Cajamadrid, le duele ver a Pepu dando conferencias patrocinadas por CaixaGalicia. O el mandamás Villar, tan preocupado por su selección de fútbol que ya tiene a Del Bosque en la faltriquera aunque para ello se deba fracasar con un Aragonés obsesionado por no perder y por tocarla (para qué ya es otra cosa), enamorado del tal Marchena que no es más torpe porque no entrena lo suficiente y cuyo equipo consigue siempre, que ya tiene mérito, hacer bueno a cualquiera de sus enemigos. O el mandamás Muñoz, que ofende por SMS a los tenistas de mayor prestigio del país después de engañarles como niños y reirse de ellos a sus espaldas.

¿De qué vivirían los sastres, los camiseros, las líneas aéreas y las putas de postín si no existiera el mandamás?