domingo, 16 de marzo de 2008

acerca del reflujo

De pronto, parece que se hayan oscurecido los titulares de los periódicos y los arranques de los telediarios. Tras la resaca electoral, volcados unos y otros en la espúrea pugna del todo vale por el voto indeciso, que es el decisivo en un país cautivo cual éste de mis amores, parece ahora que ya no pasa nada de nada. Se perciben en el aire los aleteos del ángel aquél que atravesaba la habitación cuando todos los presentes, alborotadores hasta ese instante, nos callábamos de golpe, obedientes a una ley de coincidencias acaso no escrita pero tan eficaz como las paridas del puñetero Murphy ese.

No sé si percibís conmigo la misma sensación de vacío, de explosión apenas contenida, de aquí no pasa nada, que me asalta... El Gobierno, anclado en la espectación, espera mientras ignora cómo va lo mío. Tampoco sus presuntos adláteres, que se comerán su parte del pastel del pacto, lo tienen claro todavía. Los ministros vigentes, incapaces de adivinar qué va a ser de ellos, vacían los despachos y preparan el retorno a la vida privada sin que parezca una retirada, por si acaso. En los ministerios se ha adelantado en una semana la santa, y los ratones hacen fiesta. Va a haber overbooking en los chiringuitos playeros.

Mientras tanto, en la oposición, los cuchillos no acaban de volver a sus fundas para no ensuciarlas mientras la sangre del becerro continúa todavía, ¿por cuánto tiempo?, manando por sus venas. No falta demasiado para que resuenen vibrantes los clarines del sacrificio, a pesar de su inesperada y sorprendente habilidad para mover peones. Caerá, antes o después, yugulado en la piedra solar que se encuentra justo sobre la pira bajo la que acumulan yesca y leña los que tanto y tan bien le festejaban, jaleados por el corifeo de conversos y con esa bizca falaz soplando la hoguera.

No hay noticias, no pasa nada, se inventan titulares, 30 años ya de la burrada de Aldo Moro, aniversario tras aniversario hasta alcanzar los deportes, por fin algo Alonso que llevarse a la boca.

Los de a pie, como siempre, buscándonos la vida.

domingo, 9 de marzo de 2008

el día del posibilismo

Lo primero que me ha llamado la atención del día de hoy ha sido la enorme cantidad de minusválidos que se ven en los colegios electorales. No es una coña, desde luego, ya que el tema me parece serio, porque una cosa son los datos estadísticos (que desconozco y no me apetece buscar) y otra, muy otra, es el escalofriante porcentaje de muletas, cochecitos eléctricos, sillas de ruedas, bastones y andadores que he podido contabilizar en mi breve visita al colegio que me tocaba. Lo digo porque ellos, los minusválidos, suponen una auténtica realidad al margen de la cual se diseñan las ciudades, circulan los vehículos, deslizan las aceras y duran los semáforos aunque, eso sí, todos pugnan por su voto como si fueran ciudadanos de primera cuando todos, sin exclusión, abordan esa flagrante realidad cual si fueran de tercera. Verles cómo cumplen su derecho ciudadano después de ser así maltratados me ha parecido un ejemplo de civismo ante el que me descubro.

Luego, la eterna vergüenza de una ley d'Hont que los grandes partidos se resisten a modificar por lo mucho que les beneficia, lo mismo que la división de las circunscripciones que permite una representación parlamentaria sustentada con diferencias abismales de votos entre locales y nacionales. Estoy seguro de que el panorama que dibuja el parlamento surgido en estas elecciones no representa, en lo absoluto, el espectro político que diseñan en realidad los votos de los ciudadanos españoles, y eso me parece la base de esa gran mentira sobre la que se sustenta esta democracia que sólo es buena porque es la única de que disponemos.

Al final, la naturaleza de las campañas de las que me lamentaba en anteriores entradas ha resultado la más apropiada para obtener el voto-reflejo que las dos grandes formaciones requerían. Bien por la relación causa-efecto, pero nada más. Los resultados obtenidos hoy en las generales al Congreso nos cuentan al oído, como el susurro vicioso del proxeneta, que vivimos en un país de vagos acomodados, de mayorías preestablecidas, de aceptaciones vergonzantes, el país del más vale malo conocido..., del total, qué más da..., del y qué le vamos a hacer..., la tierra prometida de la mediocridad, de la falta de análisis y de memoria, de las dos españas a cuál más borrica, no sé, en fin, que vivimos en esta tierra doliente a la que adoro y entre estas gentes con capacidades que envidio pero a las que, ahora mismo, sólo se me ocurre pasar la mano por el lomo y afirmar, bajando la cabeza, que en verdad tenemos lo que nos merecemos.

Porque, de verdad, nos ha importado más la puta niña de Rajoy que la plena ignorancia de que está el mundo inmerso en una crisis de sistema que puede producir una brutal explosión que acabe con este remedo de sociedad del bienestar. Al tiempo.

domingo, 2 de marzo de 2008

elegir

Leí una vez, y creo recordar que lo escribió un conocido autor de comics con un cinismo que comparto, que la prueba más irrefutable de que existe vida extraterrestre inteligente es, precisamente, que no se hayan puesto nunca en contacto con nosotros. Añadiré, por mi parte, que si llegan a caer sobre una España preelectoral entendería que no volvieran jamás a acercarse, siquiera, a un año luz o dos.

Señoras, señores, lectoras, lectores, estoy de esta mascarada hasta muy por encima de la boina que no llevo. Cuando escucho las campañas, las entrevistas, los debates y los slogans que nos bombardean desde hace semanas me miro al espejo. Repaso mis muchas y bien merecidas arrugas, reparo en las canas que pueblan mi menguada barba, que cercan y asaltan ya el otrora rubiajo bigote con ánimo de conquista, concentro mi mirada en el fondo de mis ojos y busco en ellos, con toda la atención de que dispongo cuando me pongo a ello, algún signo, siquiera leve, de estupidez, sea ella congénita o adquirida con largos años de practica. Os juro que la busco desde la certeza de que me resulta imposible pensar que todos los políticos de este país estén equivocados respecto a mi persona. Eso no me cabe en la cabeza.

Rebusco con honestidad, no exenta de curiosidad y una pizca de morbo. Busco respuestas. ¿Qué han visto en mí que me ha pasado desapercibido? ¿En qué se fijan cuando deciden dirigirse a mi persona como si yo fuera un corto mental? ¿Cuál ha sido mi fallo, cuándo he pasado de ser una persona a convertirme, sin darme cuenta, en un comprador de baratijas?

Os ruego que no veáis en mis palabras siquiera un somero deje de desilusión. No estoy en ese nivel, ni he bajado las manos. Me preocupa la sociedad en la que vivo, y aspiro a cambiar cuanto me disgusta de ella en la medida de mis fuerzas. Sigo en activo. Lo que pasa es que sospecho que ellos no y esa sospecha lleva camino de convertirse en una terrible certeza. Me siento como si estuviera en unos grandes almacenes con cuarenta euros en el bolsillo, entre un tendero que me grita las bondades del género que me promete, y que seguirá berreando hasta que se lo compre y otro que me exige que recuerde lo buenos que han salido los pantalones que me vendió en su día, por no hablar de un bajito que dice a todo que no desde las sombras. Todos me tratan como si fuera lelo, me repiten frases cortas paridas por mentes cortas para gentes cortas, al punto que deberé votar con la cabeza, con mi malherido corazón, con todas mis fuerzas o porque semos más, muchos, la tira, osea...

Estoy harto de todo lo que no escucho. Me sobra lo que oigo pero aún más me sobra lo que me falta. Menos mal que soy una puta minoría, que si no iban de culo. Minúscula minoría que querría escuchar propuestas ideológicas, sentir con claridad que la gestión está y permanecerá al servicio de la idea, que la idea es lo que de verdad importa en el camino hacia una sociedad española más justa. La democracia burguesa, ésta que nos rodea es, sin duda, la mejor de las posibles y la preferida del mundo del dinero. Con ella, el capitalismo se siente cómodo y a gusto, porque le entrega el poder absoluto, desmoviliza a la gente y le regala en el mismo paquete voceros que hacen bien el trabajo para el que están contratados. Vale. Es lo que hay. Más vale.

Iré a votar, votaré a lo que se llama izquierda, pero lo haré desde mis premisas, que son las aquí expuestas, y aguantando las ganas de vomitar ante tanta mixtificación y tanto engaño.

También os pido que vayáis vosotros. Pero con la cabeza en su sitio y con la dignidad del que sólo se cree lo que quiere creerse. Como en el final de Bienvenido, mister Marshall. La cabeza alta, la conciencia tranquila y la mente clara.

Nota: Gracias a los amigos que me han enviado esas dos maravillas que ilustran esta cruda entrada.