viernes, 26 de julio de 2013

de precios exageraos

Ración de papas aliñás para subir a casa. Vinieron unos amigos a visitarme, respaldados en aquel habitual “pasaba por aquí” que popularizara artísticamente mi viejo colega y jefe Luis Eduardo Aute hace ya años. Mi santa preparó un arroz caldoso con cosas de fondo de nevera (incluso alguna de muy, muy al fondo), que le salió exquisito y, claro, para acompañar, pues de Tebas: te vas al restaurante de siempre, al de abajo, y te subes una ración
de esas papas que nos vuelven locos.

Diez euros. ¿DIEZ euros? No me lo puedo creer. ¿Les has dicho que eran para el vecino Antonio, el de siempre? ¿Seguro que el que te ha cobrao sabía que eran papas? Al que nos hizo el favor de bajar a hacer el mandao se le subían y bajaban los colores. “Quillo, que no es por ti, es que no me lo puedo creer”, tuvimos que rebajar el tono no se fuera a mosquear la criatura. ¡¡Diez eurazos por plato y medio de papas!! ¡Casi mil setecientas de las viejas pesetas!

Me lo fueron contando. Y  yo, que estoy amagado en casita más todavía que en años pasados, tan al margen de las peculiaridades que vive mi pueblo en julio y en agosto, pues no me entero. “A 1,40 euros hora el mínimo, Antonio”. ¿La zona azul de Virgen del Mar?, me escandalizo. “Te lo juro por Arturo, jefe”, me responde una amiga escandalizada (y empeñada, además, en que todavía mando algo en alguien), palabrita del niño Jesús”.

“Pues ni te cuento las cañas en cualquier rincón del pueblo, tronco”, apostilla Juan, que estaba calladito en su rincón hasta ese instante. Ahí comenzó la debacle. Todos hablando a la vez. Todos, y eran unos cuantos mis visitadores, aportando un ejemplo tras otro.


Precios de verano. De verdad, ¿es la única manera?

martes, 23 de julio de 2013

el dedo de Bárcenas

Encontré una foto de autor desconocido al que ruego la máxima comprensión por mi coyuntural pirateo, una foto que me parece definitiva porque muestra desde cómo se puede llamar a un taxi con autoridad no exenta de cierta elegancia hasta de qué manera subrayar la divinidad etérea de algún secreto comunicador siempre dispuesto a mantener línea directa con los millones de este empresario sin empresa, de este habilísimo inversor en flotantes dividendos mágicos que se incrementan de oficio en cuanto miras para otro lado.


El caso es que, de inmediato, lo he asimilado al dedo de Dios y se me ha aparecido la virgen. Eso, a pesar de que nada encuentro de divino en cuanto rodea a Bárcenas, paradigma del materialismo más acendrado y adorador sirviente confeso del becerro de oro. De ahí, precisamente, el embobamiento en que me hallo en cuanto fijo la mirada en ese dedo, descontando lo del taxi, desde luego. ¿Subraya acaso que se considera the one? ¿Será su manera de recordarle a la nave nodriza que ya va siendo hora de volver a micasa antes de que le empapelen la celda de cargos encamados con otros cargos judiciales a su vez pródigos en esparramamientos (¿se dirá así?) por varias docenas de diferentes vericuetos todos repletos de millones de euros aparecidos de su innegable capacidad para gestionar la nada.

Ese dedo me sugiere, me inquieta, me pone, me..., me estaba tocando los cohone que ese dedo inquisidor provocase en mis pensamientos remolinos de pasmo cuando, de repente, caí en la cuenta... Allí, en el espacio superior hacia el que ese dedo apunta con firmeza, instalado en la gloria, está ÉL. Principio y fin. Alfa y Omega de todo lo que se menea, la causa, el origen y el destino del todo. ¿Es ÉL la propia troika? ¿Lo será Merkel trasmutada transexual? ¿El FMI? ¿Dios mismísimo? ¿Acaso el BCE?

No os carcajeéis si apunto las hipótesis de que el proceloso dígito apunte hacia la nariz de Rajoy o los bajos de Cospedal. Ya sé que, por muy malos que sean, no les llegan a sus jefes siquiera a la rabadilla.
Juegan en esa otra liga en la que todavía tienen que engañarnos, en segunda división y porque me siento generoso. No. Pero ¿quién es ÉL?

Y, sobre todo, ¿a qué dedica el tiempo libre?

viernes, 19 de julio de 2013

la soledad del corredor de fondo

Aquellos que, cumplidos ya bastante años, hemos asumido finalmente que disfrutamos ante el espectáculo del deporte ajeno, pasadas ya aquellas militancias en las que deporte /alienación era el binomio de moda, cuando cualquier “responsable político” se permitía el lujo de ponerte de chupa dómine porque te gustaba, pobre de ti, el fútbol-opio del pueblo…

Aquestos  los obsoletos que dejamos pasar buena parte del verano en manos de otro bendito binomio para pobres, ese que forman la tele y el ventilador, sobre todo cuando la primera vino de serie con el HD de nuestras entretelas y los programadores deciden hacernos llegar desafíos, carreras, combates, partidos y demás distracciones innobles.

Nosotros, es decir, muchos de ustedes lectores conmigo, vamos pasando este veranito que los agoreros presumían fresco, entre unas y otras convocatorias deportivas delante de la pantalla. En ese transcurrir, estamos teniendo derecho a la contemplación cercana de uno de los dramas que mejor asume el deporte moderno, que a mí me parece ser el de la soledad.  ¿Os habéis parado a pensar en la inmensa soledad del portero ante una tanda de penaltys? ¿Cómo puede llegar a sentirse el corredor de maratón ante los mensajes cruzados de agotamiento que le remiten sus neurotrasmisores cuando lleva cuarenta kilómetros soportados en sus piernas? ¿Desde qué sentimiento de vacío no arrancará un ciclista cualquier ataque al que le obligue su marca comercial en ese muro del Alpe d’Huez?

Todos entendemos el deporte como espectáculo, ya que a esa consideración nos remite su uso al servicio del negocio, pero muy a menudo, a través de los rinconcitos en los que el realizador bajó la guardia, nos es permitido, si miramos bien, atisbar, en una simple mirada, el drama que se esconde bajo esa lucha superviviente.


Qué cerca me siento, entonces, en esa mirada solitaria, del deportista de élite.

(Sospecho que ha resultado una columna fallida o excesivamente críptica en cuanto al trasfondo que deseaba fuera evidente y comparable entre las soledades en las que me encuentro por la situación de mi salud y la que vemos en algunas angustias en el deporte de élite. En fin, cosas de mi mala cabeza, sin duda)

viernes, 12 de julio de 2013

emigrantes


Un estúpido es, sin duda y como diría Forrest Gump, el que dice estupideces. Hace bien poco, la estúpida ministra de Empleo y SS, opusina onubense por más señas, Fátima Báñez, se descolgaba declarando que los jóvenes profesionales españoles que encuentran empleo en el extranjero, en Europa mayormente, no emigran sino que emprenden una aventura vital. Mientras que otro estúpido como el portavoz Pons, éste premeditado, aseveraba a su vez que nuestros jóvenes no salen realmente de España, sino que visitan “los alrededores”, el extra radio europeo.  

En Rota lo conocemos todo de este éxodo sangrante. En el breve plazo de seis meses, yo mismo he sufrido el alejamiento de Vinny a las alemanias, de Manuela a Ginebra, de Alberto a París, de Elena a los madriles…  Se nos van todos, paso a paso, jóvenes y sobradamente preparados, los mejores, la savia nueva que debería trasformar nuestro pueblo. Se van porque tienen que exportar su fuerza de trabajo para seguir viviendo, en lo que se pueda, degradando su preparación y los tantos esfuerzos que les costó rematarla…

Demasiado serio como para que estos estúpidos lo intenten minimizar y reducir a la categoría de anécdota cuando es puro dolor. ¿O son menos amargas las lágrimas a bordo de un lowcost? ¿O acaso era más sensible aquella media maletilla de cartón, bien ensogada, que la minisamsonite blanda que aceptan los rácanos de Ryan Air? ¿Hace menos daño a los que se van que a los que se fueron?

Ni los aeropuertos recién pintados para engañar turistas envidian para nada al solitario andén de la estación de Rota en el que, un amanecer triste y cualquiera, el abuelo subió a aquel vagón de tercera con asientos de barras de madera -que te dejaban el culo a rayas- con destino a la negra cuenca del Rhür…

¡Qué aburrido parecía cuando te lo contaba -otra vez, qué coñazo-  el viejo, hace apenas cinco años!

domingo, 7 de julio de 2013

bajan por miles

Me dicen que ésta es la imagen más antigua que hay de Rota
No recuerdo si os he contado ya, en esta columna, que habito en las alturas y que el frontal de mi domicilio corta en perpendicular la playa de la Costilla a tan corta distancia que a veces parece que la arena forma parte de nuestro mobiliario urbano. Símil que a mi esposa (y a mí, cuando compartíamos las labores domésticas) nos parece excesivamente alejado de la metáfora y demasiado próximo a la realidad: el polvo de arena es nuestro más fiel e involuntario compañero, sin duda.

Me refiero a cuando nuestros visitantes, la Sevilla, el Jerez y hasta Bollullos de la Mitación en pleno, deciden bajar por miles a la playa al mismo tiempo,  en unos movimientos que, de tan coordinados, más parecieran maniobras de un disciplinado ejército que decisiones individuales de cada mater-familias de las que mandan. Cada día por distintas razones, tras evaluar objetivamente elementos en presencia, temperatura, calidad del levante, previsiones metereológicas, disposición de los astros o vaya usted a saber qué datos más, que desde luego ignoro, las jefas del cotarro deciden lo mismo y un enérgico ¡vamono ya!, pone en movimiento a su entorno exactamente a la misma hora.

Resulta definitivamente milagroso que desemboquen todos ellos a la vez, que un momento antes pareciera que la playa estaba vacía e instantes después que no cabe en ella un alfiler. ¿A qué oscuros designios obedece esta unidad? ¿Cuáles son las claves que generan tan idénticas decisiones?

¡Cuánta inquietud produce mi propia ignorancia! Será la caló.