la confianza
Con los ordenadores hacemos continuamente cosas que nunca nos permitiríamos en ningún otro aspecto de nuestra vida. En casa, por la calle, con los amigos o la familia, jamás se nos ocurriría reiterar hasta la saciedad acciones tan arriesgadas como depositar toda nuestra confianza en algo que desconocemos hasta depender de ello. Pocos de entre nosotros (si descontamos acaso al amigo don Pedro, y aún siquiera...) tenemos algo más que una muy somera idea de los procedimientos, métodos, elementos, características, posibilidades o riesgos que asumimos al sentarnos ante un ordenador conectado a la red y, sin embargo, lo usamos a troche y moche sea para escribir secretas e incendiarias epístolas a los/as amantes, traficar en cuentas corrientes, esconder intimidades que enrojecerían a un carretero, piratear lo que se pueda, detallar escrupulosamente diarios tan privados como inconfesables, visitar pornografía de alto voltaje, suscribirse a páginas de pensamiento tan dispares como contradictorias..., y no sigo porque es inútil concretar los límites del mar, con lo que el cúmulo de peligros y riesgos se eleva a la enésima potencia.
Lo sé porque acabo de sufrir una experiencia memorable en el curso de la cual he padecido el dudoso mérito de sumergirme y navegar por las profundidades vírgenes de mi portátil, coquetear con la BIOS, repasar las decenas de miles de archivos, scripts, extensiones, aplicaciones o xxxxxxx de tan ignota procedencia como desconocida utilidad que pueblan los entresijos de una máquina a la que cualquiera puede poseer a distancia para violarla con su sexo sutil y viscoso, o clonar en su desnuda integridad sobre su recóndita pantalla u obtener una precisa y lasciva información de todo lo que tecleas y hasta refocilarse como voyeur de tu privada webcam, todo ello ladinamente, sin dejar huella, o al modo soberbio riéndose en tu cara.
He visitado los infiernos y testado los peligros concretos a los que exponemos todos los días nuestra intimidad por el puro gesto de encender un aparato y manejarlo como si fuera un microondas. Nunca la diferencia de conocimientos ha generado tanta indefensión. Jamás ha existido, creo, una distancia tan grande entre el común de los mortales, llamados usuarios, y la clase tecnológicamente avanzada. Si a esto le unimos que ética y moral son conceptos ignorados tanto por los hackers privados como por los fabricantes de tecnologías, el resultado que arroja esta perversa ecuación es que tu y yo estamos en manos de ellos, nuestro culo en un columpio y las entrañas al aire. Cosa que acabo de escribir a modo de aviso de navegantes aunque lo que os quería contar era otra distinta. Vaya, de todos modos, esto por delante a modo de prólogo.
4 comentarios:
La verdad es que acojona, sí... Somos demasiados en este mundo y a los que nos rigen las conductas no se les puede ir el negocio de las manos. Necesitan tenernos controlados, ver si tosemos o estornudamos, si follamos o cocinamos... para luego vendernos lo que ellos decidan que necesitamos.
En fin... Ya que se meten en nuestro ordenadores, podían dejar algún comentario amable en el blog, ¿no? :-)
A mí esto me da un poco de miedo, pero, cuando me pongo a pensarlo (hasta donde llego) empieza a traerme sin cuidado. Si un día escribo tres e-mails nuevos a pepe, juan y pedro, al día siguiente, en la carpeta de correo no deseado, aparecen correos a pepa, jean y padro o algo similar. Es decir, que miles de curiosos han entrado en mi correo secreto y saben de mis intimidades. A ellos les importa poco mis intimidades (creo yo), lo que quieren es venderme anticonceptivos o un aspirador.
También, si pagamos con visa, el banco, Hacienda y sabe Zeus quién más, conocen nuestros restaurantes favoritos, dónde nos depilamos o cuánto nos hemos gastado en anticelulíticos en el último mes. Resumiendo: tenemos poca intimidad y menos libertad, aunque intentamos no creérnoslo o no pensar en ello. Es como el mundo feliz de Huxley, pero con menos epsilones y más tontosdelculo.
Anda, cuéntanos lo que nos querías contar.....
"...(si descontamos acaso al amigo don Pedro, y aún siquiera...)..."
Efectivamente, mi querido D. Antonio. Usted lo ha dicho: y aún siquiera...
Espero esté disfrutando usted y su media costilla de ya saben qué. Ardo en deseos de conocer su veredicto.
Abrazos,
Pedro de Paz
Es como si la red fuera ÉL. Me asusta usted, caballero.
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