viernes, 11 de septiembre de 2009

la musaraña del recuerdo

Nunca he sabido muy bien por qué, a veces (y casi nunca con previo aviso), te atacan los recuerdos y pasas las horas pensando en las musarañas. Será esta vez a causa de haber tenido que vaciar una docena de cajas (todavía quedan diez con el precinto virgen, qué martirio) provenientes del trozo de mi pasado que estaba recluido en el trastero de mi madre desde tiempo inmemorial, o tal vez por efecto del minucioso recorrido que hemos realizado la semana pasada un hermano y este servidor por la ahora vacía casa familiar desbrozando papelajos, destripando armarios y distinguiendo sin base lo susceptible de quedarse de lo condenable al olvido o la destrucción, o acaso porque hemos conseguido mi chica y yo encontrarles su sitio en casa a dos de los muebles que me acompañan desde mis recuerdos más remotos, el mueble-bar con sus luces que se encendían al abrirlo, en el que una vez se escondió un ratón cuando tendría yo mis cinco o seis años, allá en Zaragoza, que vete a saber por dónde se colaría aunque recuerdo con viveza el triste final que le aconteció en forma de certero escobazo, y el bargueño tallado a mano con un romano en la puerta y las tripas repletas de cajoncillos entre los que hay uno secreto que todos conocíamos, o quizá porque anoche estuvo en casa viendo el partido un viejo amigo y contemplamos algunas fotos de cuando éramos ambos un poco más jóvenes que ahora y nos dieron las tantas en ello..., no sé por qué será pero el caso es que los que me asaltan son casi siempre recuerdos fútiles o anecdóticos, lo que me lleva a sospechar que no guarda uno memoria de lo trascendente sino de lo que, por alguna razón que se me escapa, la mente, la casualidad o la matemática aleatoria han decidido que mantengas vivo en tu cajón y que eso casi siempre coincide con elementos retrospectivos que tu al menos consideras episódicos, casuales o intrascendentes cuando en estricta justicia debieran ser los más importantes aquellos que quedaran grabados a fuego en tus vericuetos neuronales.

Sospecho que las musarañas se han hecho un hueco en las circunvoluciones de mi azotea y que pasean por ellas su orgullo de mamíferos sorícidos y raquíticos, insensibles al daño tal vez irreparable que podrían estar causando en mis otrora ordenados esquemas mentales. Como no se vayan con viento fresco voy a buscar la escoba que ejecutó a su primo aragonés y se van a enterar de lo que vale un peine.

4 comentarios:

Gustavo dijo...

"Uno se cree que los mató el tiempo o la ausencia..." Antonio, escuchas demasiado a Serrat ;) pecado del que también soy confeso.
Déjala vivir, hombre, ¡mira qué bonica es!
Bueno, bromas a parte, me ha gustado mucho este texto. Un abrazo.

Adrian Vogel dijo...

Me alegra volver a verte por tus lares.

Anónimo dijo...

No las ahuyentes, Antonio, los recuerdos casuales e intranscendentes son la sal de la vida. Y tu texto es precioso.
Un beso

Antonio Piera dijo...

Gracias Gustavo, y a ti, Adrián, por la bienvenida.

No me quejo, Oyana, tanto de los recuerdos que quedan, por muy anecdóticos que sean, sino de que no permanezcan incólumes los que me habría gustado guardar como reliquias, para rebozarme en ellos cuando vienen mál dadas. Gracias por tus halagos.