la visita
Lo mismo estos días del fin de semana me encontráis remiso a nuestra cita. No es que haya vuelto por mis reticentes fueros recién pasados ni que haya vuelto la caló angustiosa en la que me refugié para poneros los cuernos con la parte de la vida que no se escribe, aunque tampoco se está fresquito, para qué engañarse, en este veranillo asoleado que disfrutamos por aquí para escarnio y mofa del turisteo que se piensa que esto es solo como las bicicletas, para el verano y luego va y es que no, ni tampoco que haya rodado hasta el fondo por el terraplén del olvido aquel propósito de enmienda contratado con vuestra lectura por escrito y todo. Nada de eso. Es que, este fin de semana, en casa tenemos visita.
Con puntualidad británica ha desembarcado en Jerez a primera hora entre docenas de alemanotes gruñones e insatisfechos por el madrugón, cargados hasta los topes de palos de golf y cremas solares, porque el vuelo de Munich coincidió en su llegada con el de Madrid y de ahí que anduvieran por el aeropuerto los de las agencias agitados agitando sus carteles repletos de Schmitts y Zimmermans mientras nos fundíamos con nuestra amiga del alma en un abrazo interminable, prólogo del otro más apretado que vendría junto al coche, antes de arrancar camino a casa fumando como carreteros tras la privación del vuelo. El ahumado habitáculo fue ya mudo testigo del comienzo de una de esas conversaciones disparatadas en las que se pretende contarlo todo a la vez y se entrecruzan preguntas y respuestas puntuales con el argumento principal con que el recién pretende responder atropellado al "cuenta, cuenta" habitual. Sólo cerramos el pico ante los churritos recién hechos y el medio mollete (acordaos, jamón, tomate de la huerta y aceite de ajo) con café del Angarilla, donde hicimos el alto ya acostumbrado tras el breve paseo con que se salva la distancia entre Jerez y el mar.
Ahora que las chicas se están tostando la tripa en la terraza os diré que adoramos sus visitas. Bueno, seamos justos al reconocer que en casa disfrutamos cuando cualquier amigo se deja caer por aquí y más con los que vienen de lejos. Hace poco estuvieron todo un día con nosotros Jorge y Mariaje y lo pasamos de cine enseñándoles nuestro paraíso -haré un inciso para contaros que, en un breve lapso en que preparábamos el aperitivo, Jorge se marcó un boceto de las vistas que ya reposa enmarcado junto a la tele del salón, con esa habilidad de artista trashumante que le es característica-. Pero debo reconocer que, cuando viene la niña, nuestra niña, suenan a rebato las campanas de la Astaroth que nos acoge y hay fiesta en los ojos de mi costilla desde un par de días antes de que la habitación grande de invitados se convierta en su habitación, para la que fue inicialmente concebida.
Son cuando viene Fran los días de nuestra Fiesta Mayor, un sinparar de risas y abrazos, conversaciones interminables al descorche de un Rioja (el 200 Monges nos encanta), idas y venidas a la cocina para disfrutar juntos un conejito "a la tía Sole" o ese gazpacho hecho con tanto cariño que a mi mujer le sale como la gloria o una merlucita de El Cabo en salsa verde para zambullir regañás y chuparse luego los dedos, un torbellino de libros, de comentarios, de intimidades compartidas, de novedades, de recuerdos, de tele ¿por qué no?, de sudokus, de evocaciones, de masajes, de salidas al restaurante seleccionado con mimo, de agasajos, de fiestas, de planes conjuntos de viajes, de miradas cómplices, de amor y amistad de tanta intensidad que cuando, el domingo en el aeropuerto, nos volvamos a estrechar el hasta luego, quedará en nuestras tripas un vacío dulce y picante tras la media vuelta para no verla desaparecer tras el portón. Después, mientras nos volvemos pa casa con la mirada un poco líquida para la que no es solución el limpiaparabrisas, comentaremos cualquier cosa trivial y nos sonreiremos porque compartimos que ya faltará menos para que vuelva a vernos.
1 comentario:
Cuánta felicidad cabe en cuatro párrafos!!! ;-)
Me apunto el 200 Monges y te recomiendo el Predicador a cambio ;-)
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