lunes, 27 de septiembre de 2010

27 de septiembre

Esta madrugada, a las cuatro o así, me han dado un culatazo en el codo y he tenido que salir corriendo acosado por los CRS hasta que me pude orillar entre un coche y el bordillo, a punto de vomitar y con la boca llena de barro en la rue de Longchamp, cerca del Trocadero. Con el frío de la albada parisina he vuelto sobre mis pasos para tomar el metro en Ièna y volver a la diminuta "chambre de bonne" a la que llamo cínicamente mi casa, tras cinco horas de manifestación entre más de un millón de personas y dos o tres de plantón cercando la embajada de España.

Esta madrugada, sobre las siete o así, pelotones de voluntarios me han descerrajado doce disparos más uno a bocajarro en la cabeza a las afueras de Hoyo de Manzanares, cumpliendo así los designios de un dictador brutal que se está despidiendo de esta vida repletas de sangre las manos. Éramos cinco, pero pudimos ser una docena los que sin prueba alguna mandaron al paredón como escarmiento. También hacía frío en la sierra madrileña cuando la orden de fuego reinició ese maldito baile con cinco muertos más.

Esta mañana nos metieron en cajones de madera para trasladarnos a escondidas y entregar vergonzosamente nuestros restos a la familia.

No escribo en pasado. Mientras no se haga justicia, por estos crímenes de Estado no pasarán los treinta y cinco años que, a mí sí, me han hecho viejo en el presente para deciros que todo esto ha pasado hoy mismo, esta misma mañana. Al alba.