jueves, 21 de octubre de 2010

se acabó

Siempre me he preguntado por qué los alemanes no se coscaron de la que se les venía encima con el nazismo cuando había tantos indicios públicos de por dónde iban, e iban a ir, los tiros. Más cerca, tampoco entendí nunca por qué la sociedad civil española permaneció inerme ante el progresivo avance de las posiciones ultranacionalistas, ultraconservadoras y amenazantes de la cúpula militar de su ejército, expresadas públicamente en pleno periodo republicano, ni por qué no se tomaron ante esas amenazas las medidas pertinentes que evitaran la asonada. Ahora lo entiendo.

Ver la Historia con perspectiva es privilegio de unos pocos. Ni siquiera a posteriori, estos pocos se ponen de acuerdo para interpretar la fenomenología que generó un hecho cualquiera. ¡Cuánto menos, entonces, podrán ver e interpretar lo que sucede en el tiempo en el que viven! Esta es la razón, supongo, por la que decenas de supuestos "pensadores" deambulan por las tertulias de radio y televisión entre carcajadas y sinsentidos acerca de la inmortalidad del cangrejo mientras a nuestro mundo le cambian la cara. Alguna responsabilidad futura tendrán en nuestras venideras cuitas estos mamporreros del poder que desvían la atención del personal, acaso conscientemente, de las brutales andanadas que está recibiendo en el mundo entero ese que otrora se llamó "Estado del bienestar".

El dios Mercado ha despertado de su letargo tras la crisis de las especulaciones basura, sintetizando de lo acontecido que el capitalismo, sin un liberalismo salvaje como vanguardia política e ideológica, ha demostrado que tiene los pies de barro. En vez de asimilar que el exceso de beneficio incontrolado conduce a la bancarrota al sistema, han interpretado todo lo contrario. A saber, que el exceso de bienestar de los trabajadores (y su coste) es lo que les obliga a generar recursos a través de la especulación, que tiene sus riesgos como a la vista está, cuando acabando con las prerrogativas de esos mismos trabajadores pueden conseguirlo con menos riesgo y mayor estabilidad. El Mercado se ha proclamado el dueño y señor de nuestras vidas. Todos los Estados, simples correas de trasmisión, le rinden pleitesía. Los dirigidos por supuestos socialistas, los primeros, que no hay peor cuña que la de la misma madera y tienen que hacer méritos para convencer a su amo. ¿Haciendo el trabajo sucio? Pues se hace. Lo que haga falta, mientras sean recortes en lo que tanta sangre costó arrancar al capital cuando estaba en horas bajas y se le pueda echar la culpa a la "deuda pública".

Los experimentos del Mercado han abandonado el cono sur y se abalanzan sin rubor sobre la vieja Europa aprovechando el paro que ellos mismos han generado y la falta de respuesta contundente que sospechan de una clase tumbada en la molicie y escondida tras los inmigrantes y de unos sindicatos que viven, muy bien por cierto, como sus supuestos contrarios de la misma CEOE, de las subvenciones y migajas que caen de la mesa de los poderosos. "Vivimos en un sistema económico de una voracidad infinita, que tendrá cada vez menos en cuenta nuestras necesidades y que intentará desmantelar, lo está haciendo ya, las leyes y derechos sociales arrancados por nuestros antecesores: la Sanidad, la Educación, la Seguridad Social, las Pensiones, etc. No se trata de derechos intemporales, sino de conquistas amenazadas. Como lo está nuestra propia especie. Como lo pueden estar los primates de Borneo", afirma clarividente David Antona. Mientras tanto, los media asumen su papel desmovilizador, potencian el más feroz individualismo, distraen a fuerza de telebasura y hacen cantar y reir a quienes deberían estar cuidando la viña que tanto nos costó conseguir.

¿Acaso no vemos lo que sucede delante de nuestras narices?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Totalmente de acuerdo, queremos currar y nos ponen travas, y juegan con nosotros.
Pero parte de ello es culpa nuestra,hablas con gente joven y o no vota, o no sabe lo que vota,
¿tenemos lo que merecemos?
S.I.

Nacho M. dijo...

Había un muro, era feo de cojones y dividía realmente una ciudad y simbólicamente a dos mundos. El muro -no por feo ni porque dividir sea a su vez horroroso- se derrumbó por una suerte de aluminosis ideológica. Es decir el muro y las ideologías murieron de aluminosis y sus carroñeros se hicieron más fuertes y parieron una bestia preciosa llamada mercado.

Al final, los habitantes del unificado mundo, se han convertido en herramientas a inventariar y se les clasifica entre productivos e improductivos. A los primeros se los mantiene mientras sean útiles y a los segundos se les condena a vagar entre las plazas y la culpabilidad. Todos tienen deudas a largo plazo y todos son alimentados con televisión y fútbol o cosas similares. Los que pueden huyen y se refugian en sus pequeños paraísos personales, la mayoría ya no saben quienes son y no tienen conciencia colectiva.

Parece un cuento, pero no lo es. Para íntimo consuelo de los que de vez en cuando tenemos algún ataque de lucidez, y vemos la tensión de la cuerda, siempre nos quedará la frase del profeta con barbita de chivo y ojos achinados: “cuanto peor, mejor”. Pero sólo es eso, un íntimo consuelo.

¡Salud!