clandestinas
Desde que inicié esta, hasta hoy, postrera andadura que me condujo al dorado y voluntario exilio roteño, hemos desarrollado en casa todo un ritual de compras por internet. Puedo afirmar sin rozar la exageración que todas las delegaciones de las mil y una paqueterías exprés de la zona tienen ya constancia y conocimiento empírico de los caminos que conducen a casa. Al respecto, la Casa del Libro debe contarme entre sus puntos filipinos, sin duda, sobre todo porque en nuestros pedidos se compendian las ansias culturales de un buen paquete de amigos para los que actúo de distribuidor intermediario en algunas ocasiones, unificando los de varios de ellos, además de mis incursiones clandestinas, al margen de tal colectivo, por sus anaqueles cibernéticos. El método, que funciona bien en general, es cierto que siempre me había parecido más frío que la pischa de un pez, que decía el poeta de mi barrio, pero la alternativa era, en esta genial ciudad que habito y me acoge, excesivamente parca, entre librerías exclusivamente atentas a los best-sellers al uso.Ahora, ya no. El otro día, tras llevar el coche a una de esas revisiones obligatorias en las que te desvalijan a cambio de mantener viva una hipotética garantía (más de 100 cacharros por renovar los tres limpiaparabrisas...), me perdí, haciendo tiempo, por las tripas de Cádiz, esperando caer sobre una librería recién inaugurada de la que me habían hablado pero sin buscar expresamente su dirección, como en un sí es no es repleto de incertidumbre. Dejándome querer por la casualidad. Y esta vez tuve la suerte de cara. Caí sobre la citada de sopetón, inadvertidamente, y porque miré de sobaquillo sus interiores, tan discretos, reparando en que no se trataba de una pastelería como sugería el expositor repleto de dulces o el mostrador adyacente. Así que entré y, nada más hacerlo, percibí ya las sensaciones de serenidad y bienestar, de buen age que se diría por aquí, que no me abandonarían hasta que, lamentablemente, mis obligaciones de recogida del vehículo me impusieron marcharme de allí.
En el mientras tanto, la especial compañía de María, con quien resulta tan sencillo hablar de todo y tan especial a la hora de ayudarte a encontrar lo que ni sabes que buscas, una música grata, conversaciones quedas ante un café espléndido, casi capuccino de tan densa espuma (estamos en la semana de esta palabra, no podía faltar), un zumo de naranja natural o un pastelito marroquí o un pedazo de tarta artesana, las preguntas de Lola, oportunas y directas... No tardamos en descubrir amigos comunes (ellas son de Rota, acabáramos), presentaciones interesantes, pistas sobre libros recién aparecidos o músicas olvidadas...
Más cargado en apariencia, pero ligero de equipaje, desanduve el camino que me trajo a La Clandestina, librería-café, enarbolando una media sonrisa que me temo estúpida (no es habitual el bienestar, sino sospechoso) al pensar que, a partir de aquel momento, mis pedidos literarios iban a abandonar la frialdad del teclado a cambio de una llamada telefónica, su pertinente devolución confirmando la llegada del pedido y una travesía en catamarán a través de la bahía, si el mar está bueno y me deja, para traerme a casa en persona los libros deseados. No hay color.