martes, 20 de agosto de 2013
Señora Rajoy, Viri,
tras agradecer su gentileza por permitirme utilizar su figura como recurso para
llamar la atención de los medios, incremente usted un punto todavía su generosidad
para tomarse el tiempo de conocer una historia real que me ha sucedido en
persona esta misma mañana.
Me llamo Antonio
Piera, tengo sesenta y tres (63) años de vida y lucha, me acaban de
diagnosticar un tumor pulmonar en
grado 4 (un cáncer de los gordos -y que
cursa con dolor, por cierto-, por lo que me mantengo a parchazos de
opiáceos) y me aplican sesiones diarias
de radioterapia de lunes a viernes en una clínica privada radicada en
Algeciras. ¿Le he dicho que vivo e Rota? Sí, en Rota, a ciento treinta y tres kilómetros de Gibraltar, a ciento treinta y
tres kilómetros de Algeciras.
Todas las mañanas me recoge a las 07:30 en punto una
ambulancia, de la empresa Ambulancias
Barbate, que tiene concertada/ganada/concedida/comprada (lo ignoro) la exclusiva, o una de ellas, para el
transporte/traslado de los enfermos de la sanidad pública en la provincia de
Cádiz (subráyese que he escrito enfermos,
no mercancías) en sus vehículos especiales.
Todas las mañanas recorro, según trayectos que previamente
ignoro, las distintas carreteras de toda la provincia hasta recoger a otras
personas diferentes, enfermas como yo, y trasportarlas al mismo Centro para que
reciban allí el tratamiento que la medicina pública haya concertado con la
clínica privada que lo dispensa, que es, por cierto, la única que existe en
Cádiz aparte del hospital público de la capital que me corresponde.
Entiendo que los recursos sean limitados y que las
ambulancias resulten un bien escaso y que es imprescindible administrar con precaución,
por lo que no discuto ahora ni he discutido su uso como transporte colectivo,
pero no puedo aceptar criterios y soluciones como las que se me han aplicado manu
militari (por segunda vez y
después de una larga conversación con los responsables tácticos de Ambulancias
Barbate) esta misma mañana.
Después de mi tratamiento y ya de regreso, tras depositar en
su domicilio al último compañero que transportábamos, pasado largamente el
mediodía, la emisora de radio central avisa al conductor para que no tome camino hacia mi domicilio, sino
que se desvíe al Hospital de Puerto Real a recoger
más enfermos para llevarlos a Rota. Allí nos esperan dos enfermos con dos
acompañantes, lo que descarta a mis ojos cualquier interpretación de que su
traslado sea improvisado como sugería la respuesta de la persona con la que hablé por teléfono para protestar.
Son las 13 horas 20 minutos cuando salimos del Hospital
camino de Rota. José Carlos, el conductor, me deja en la puerta de mi casa a
las 13:58 horas, abatido, cansado, harto y profundamente indignado. Yo no formo
parte del mobiliario de la ambulancia, ni soy una mercancía de la que haya que
optimizar la movilidad. Soy una persona
muy enferma y dolorida que lleva en ese vehículo la friolera de seis horas, que
ha recorrido MÁS DE 320 KILÓMETROS en ese tiempo y que cada día recibe en su
cuerpo una sesión radioactiva.
Por esa razón, señora
Fernández, Viri, si viene este
verano por Sanlúcar, como las esposas de sus predecesores, haga por no ponerse
enferma, no tuviera que precisar de su traslado en ambulancia y le adjudiquen la
empresa de Barbate, que no distingue entre las personas enfermas y las cosas.
sábado, 17 de agosto de 2013
segundo MICRORELATO, con proceso y coda
Amaneció,
aquel 17 de agusto, en los brazos desnudos de Sor Morfina. Sintió que era el
mejor momento para morir… Razón por la que escogió vivir.
ACERCA DE LOS PROCESOS MENTALES
A SU VEZ, OTRO MICRORELATO A MODO DE
CODA por el mismo precio
¡Comprobado! Un microrelato
se empieza a descomponer -e inevitablemente se pudre- desde el mismo instante en que lo das por
terminado.
viernes, 16 de agosto de 2013
una lágrima fría

Una lágrima fría, helada, asoma por mi lagrimal derecho y se
desliza despacio, muy lentamente, mejilla abajo. Me sorprende, me inquieta y me
abruma, aunque, sobre todo, me asusta. ¿Qué pinta ahí esa lágrima, heladora
como aquellas angulas de Trebujena que me descubrieron amigos nuevos de esta
sorprendente tierra andaluza y que me enseñaba el hijo del Litri en el frasco
donde las acababa de guardar antes de darle el acomodo gastronómico definitivo,
orgulloso el buen hombre de su recolección y de su oferta?
¿Cuál es su papel? ¿A qué se debe su nacimiento y aparición?
¿Por qué narices está tan fría? ¿Qué significa?
Hasta donde mi conocimiento alcanza, no se llora porque sí.
Y digo llorar porque ya son muchas las lágrimas que asoman y siguen idéntico
camino que esta hermana que os escribo. ¿Lloro de pena silenciosa e ignorada?
¿Tan estúpido estoy siendo que siento secreta pena de mi enferma condición y os
lo cuento a lagrimazos? ¿Será que me
duele España?
No, si acabará siendo eso. O acabaré creyéndomelo, que es lo
mismo para el caso. Mi cuerpo, definitivamente libre de ataduras y, por lo
tanto, capaz de expresarse a su manera, habrá elegido el camino para expresar así
su descontento y malestar general, lo que no deja de ser original, aunque me
sorprenda.
También es posible que mi lágrima fría contenga y desvele
otro mensaje concretísimo que me provoca la gran mentira generalizada que se ha
apoderado de España, esta enorme traición al conjunto de los que habitan e
intentan sobrevivir sobre esta tierra que adoro perpetrada por los amos de la
economía gracias al sucio trabajo colaborador de los partidos políticos tanto
en el poder como desde buena parte de la oposición.
Un frío y líquido mensaje de VERGÚENZA y ASCO
viernes, 9 de agosto de 2013
de Chuchi y Joaquín
Con tanta gente conocida que se mueve por aquí, fundamentalmente
en verano, se han desarrollado en Rota algunos interesantes resortes
lingüísticos. Es muy frecuente escuchar que te comenten, como de soslayo, que “por aquí suele venir el Chuchi, ayer mismo estuve con él”, lo
que viene a querer significar que alguien vió al Gran Wyoming acodado en la barra con unos amiguetes (probablemente hasta mencionen para precisar
a su colaborador local, Maikol) y
se colocó a su lado.
Todavía conservo recuerdo -si no amargo, al menos contradictorio-, de cuando el doctor Monzón peleaba en las cuevas madrileñas reverendos con Lola Canales, en aquellos lejanos entonces de los ochenta, a la sazón mi esposa, precedente histórico de la copla españoleá de Martirio y cuya competencia le traía a tan mal traer al luego famosísimo Wyoming “con la mano entre las piernas, cuando voy montando en bici…”.
Hablan otros y no paran de Joaquín, casi, casi su colega. Que se ha comprado casa allí, que ha
venido con Pancho, que estuvo en la feria de la urta poniéndose morao…
Me incitan a trasladarme mentalmente desde Rota a las profundidades de aquella Mandrágora preñada y luchadora, en noches de Cava eternas a lo largo de las que nunca dejé de preguntarme qué narices pintaba por allí Albertito Pérez entre tanto genio suelto como Sabina y un parvenu medio canadiense llamado Javier Krahe de quien ya cantábamos las Madres del Cordero, antes de conocerle, lo de la monjita en el hospicio.
Dicho todo ello por no entrar a fondo en la espléndida cohorte de escritores
que ya casi pueden considerarse locales que nos gratifican con su presencia y
cercanía, como Almudena, Luis García Montero, Caballero, Benjamín…
Si a estos amigos, ex-amigos y cuasi amigos les veis, que les veréis y cuando les veáis, hacedme un
favor: decidles que van a acontecer en Rota importantes novedades, que lo sabéis de buena tinta y que, si
quieren, yo se las comento.
A vosotros, también, desde luego. Enseguida que me deje un rato el jodío bicho.
viernes, 2 de agosto de 2013
¡ búsquese una ambulancia !

–
No me lo puedo creer, terciaba y me reiteraba
yo, en un absurdo y bienpensante afán contemporizador que no sé de dónde ha salido y apenas le hace justicia a mi trayectoria reivindicativa...
A mi amigo, le tenían que hacer unas pruebas de esas nucleares y le
llamaron de un hospital de otra provincia andaluza cercana al que alguien la
habría derivado para darle cita, dando por hecho que el traslado a sus
instalaciones lo resolvería por su cuenta. Cuando la apresurada interlocutora telefónica
terminó su diatriba de ayunos, abstinencias y recomendaciones tan variadas como
necesarias, traspasándole –de paso, digo yo- responsabilidades sin escrito
alguno que pudiera demostrar derecho o error, pudo mi amigo meter baza y
hacerle a la doña la pregunta del millón:
- Pero ¿es que no tiene usted a nadie que le pueda traer? – se escuchó responder, sin dar crédito a lo que escuchaba.
- - Disculpe, pero le estoy preguntando por un derecho, no por el sentido y alcance de mis solidaridades.
- - Ya, pero ¿es que no puede usted encontrar a nadie que le traiga?, insistió aquella voz, con cierto deje de menosprecio ante tamaña inutilidad. Es que, si le traen en ambulancia, la cita que le he dado no sirve, porque las ambulancias entran temprano.
- - Y qué quiere usted que yo le haga, señorita, pero su ciudad está lejos y dudo que pueda comprometer a alguien para este desplazamiento. ¿Me manda usted la ambulancia?
- No, yo le llamaré para cambiar la cita, pero nosotros no nos ocupamos de las ambulancias.
¿Diálogo para besugos? Ni mucho menos. Solo y si acaso, la razón por la que esta entrada de hoy culmina como empieza.
¡Búsquese una
ambulancia..., so enfermo!
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