¡ búsquese una ambulancia !

–
No me lo puedo creer, terciaba y me reiteraba
yo, en un absurdo y bienpensante afán contemporizador que no sé de dónde ha salido y apenas le hace justicia a mi trayectoria reivindicativa...
A mi amigo, le tenían que hacer unas pruebas de esas nucleares y le
llamaron de un hospital de otra provincia andaluza cercana al que alguien la
habría derivado para darle cita, dando por hecho que el traslado a sus
instalaciones lo resolvería por su cuenta. Cuando la apresurada interlocutora telefónica
terminó su diatriba de ayunos, abstinencias y recomendaciones tan variadas como
necesarias, traspasándole –de paso, digo yo- responsabilidades sin escrito
alguno que pudiera demostrar derecho o error, pudo mi amigo meter baza y
hacerle a la doña la pregunta del millón:
- Pero ¿es que no tiene usted a nadie que le pueda traer? – se escuchó responder, sin dar crédito a lo que escuchaba.
- - Disculpe, pero le estoy preguntando por un derecho, no por el sentido y alcance de mis solidaridades.
- - Ya, pero ¿es que no puede usted encontrar a nadie que le traiga?, insistió aquella voz, con cierto deje de menosprecio ante tamaña inutilidad. Es que, si le traen en ambulancia, la cita que le he dado no sirve, porque las ambulancias entran temprano.
- - Y qué quiere usted que yo le haga, señorita, pero su ciudad está lejos y dudo que pueda comprometer a alguien para este desplazamiento. ¿Me manda usted la ambulancia?
- No, yo le llamaré para cambiar la cita, pero nosotros no nos ocupamos de las ambulancias.
¿Diálogo para besugos? Ni mucho menos. Solo y si acaso, la razón por la que esta entrada de hoy culmina como empieza.
¡Búsquese una
ambulancia..., so enfermo!
No hay comentarios:
Publicar un comentario