Mostrando entradas con la etiqueta Xabier Bareño. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Xabier Bareño. Mostrar todas las entradas

lunes, 10 de septiembre de 2007

me acuerdo de Chicho

Pensar en mayo del 68 me ha hecho acordarme de Chicho. Tal vez, también el hecho incontestable de que las cosas laborales no me van bien, y su reacción subsiguiente de melancolía, haya contribuido a este peligroso ataque de nostalgia.

La primera vez que le vi fue en su casa. No recuerdo las circunstancias, pero sí la naturalidad con que nos relataba la muerte de su hijo en una playa romana mientras adormecía a una bebesa entre sus brazos y liaba un peta con no sé qué mano libre. Hablaba sin parar, con su voz aguda y sensible, emocionado por la vida a cada instante. Recuerdo que yo le miraba asombrado de su verborrea cuando, de repente, se calló de golpe mientras una sonrisa profunda iluminaba su rostro. Los presentes nos quedamos un tanto perplejos y él, al darse cuenta, se explicó: -¡Qué calorcito tan rico!-, dijo mientras besaba la tripa de la niña que acunaba. -Se ha meado-, añadió.

Seguimos viéndonos en la cosa revolucionaria, donde aparecía a veces en los escenarios forzosos de cualquier Escuela o Facultad con su gallo negro a cuestas, o su definitiva copla urgente "un aviso a los cantores, déjenlo para otro día, que parece que allí vienen coches de la policía".

Nos encontramos luego en la cárcel de Carabanchel. Por allí andaba Raúl, mi compañero de celda, a quien después encontré varias veces por la calle, con su cuidado aspecto entre espía y fontanero, y Pepe Arrastia, que se había dejado un ojo en París cuando un flic decidió devolverle un adoquín venenoso de los que les tiraban algunos decepcionados tras comprobar que debajo del pavés no había más que alquitrán. También Sabino Arana, creo que nieto del genuino y Xabier Bareño, de cuando ETA nos parecía un modelo revolucionario aunque tuvieran que recibir urgentes clases de euskera (entonces no se decía euskara, vete a saber por qué) porque casi ninguno lo hablaba. El alma de la fiesta era siempre Chicho, con el que nos juntábamos a cantar y a hacer chistes, absolutamente indiferente al sentimiento trágico. Me acuerdo de que en una de aquellas celdas empezó a cantarme una canción de salido que andaba pariendo. Decía que "aquí en tu cuarto y solos, ya no me aguanto, por mi parte diría casi otro tanto, pues quítate la falda, blusa y sostén y ven que me aceleras a más de cien".

Voy a poner una canción suya que os permitirá, a quienes no le conozcáis, escuchar a uno de los escasos genios del tardofranquismo y la transición, víctima de la mediocridad. Silencio y respeto, que canta Chicho Sánchez Ferlosio.