domingo, 3 de octubre de 2010

despiste

Ando estos días como con el alma en un puño, desnortao. No sé por qué, aunque por experiencia intuyo que mi ser intuye a su vez un inmediato periodo vital en el que habrán de fructificar cambios, novedades o mutaciones varias. Suelen tener esa manera mis tripas de avisarme de las peripecias que se avecinan, es su modo de alertarme este fugaz toque de atención para que esté preparado, esta especie de nerviosismo descontrolado y sin causa alguna evidente. Lo que pasa es que, como además no se concreta, la espera me hace pasar unos días más despistado que el grillo de mi ascensor. ¡Ah!, ¿no os lo había contado? En mi ascensor hay un grillo. No en el hueco, negro como mis pulmones, en el que su mimetismo sería perfecto, sino subido sobre la tapa de la cabina. Lo sé, aunque no lo he visto porque, cuando viajo en ella parriba y pabajo el pertinaz soniquete de su canción desesperada ni se acerca ni se aleja. Permanece. Viaja conmigo. Me persigue. Me horada los tímpanos. ¿Qué hace un grillo viajando en un ascensor? ¿Qué busca, qué persigue, qué interés se le viene, Jesús mío?, que decía aquella del brazo incorrupto, creo. ¿Acaso cree que en ese lugar tan absurdo encontrará alguna grilla que atienda su mal de amores? ¿Entonará hasta el final de su aliento su monocorde perorata que me tiene de los nervios, caso de que este subgénero de ortóptero omnívoro aliente? ¿Qué come el jodido bicho? ¿No estará royendo con sus serradas patitas el cabestrante del que pendo, entre cantata y cantata? ¿No afilará sus poderosas mandíbulas con el cobre del cable de la corriente hasta el apagón final? ¿No es un tanto ridículo que la vida de uno cuelgue de un hilo por el que trepa un grillo que lleva un despiste que te cagas?

Como yo, vamos. Cuando me aquejan estas ansiedades (lo que se suele dar de Pascuas a Ramos, felizmente porque no habría cuerpo que lo resistiera si abundara), mi solución es esperar lo que pase mientras me aferro a lo más concreto, a los valores más seguros. No sé si es la mejor, pero a mí me funciona o me ayuda, cuando menos, a hacer más liviana esta tortura. Esta vez, por ejemplo, me estoy apoyando en Alberti, Carlos Cano y Julio Anguita. Para daros una pista fiable de la serenidad que me aportan tan insignes compañías, dos de ellas por desgracia en el otro barrio, os voy a poner un par de vídeos. En uno, Cano canta por Alberti a la tierra que me acoje y a la Base que me amenaza. No lo conocía y me ha parecido un hallazgo. En el otro, la lucidez e integridad de uno de los más espléndidos políticos que tiene este país permite arrojar la luz de la coherencia sobre la crisis que nos afecta. Espero que ambos os aporten la misma serenidad que a mí.



4 comentarios:

Gustavo dijo...

¡Qué grandes! "Que es Rota la marinera..." A pesar de que la copla para mí es un plato un poco indigesto (salvo excepciones), soy devoto de San Carlos Cano.

Más claro, agua dijo...

Serenidad y sabiduría... Tan escasas, tan preciadas...

Anónimo dijo...

El eterno debate sobre si nos benefico o perjudico, yo, roteño,
pienso que en su dia ayudo bastante,cultural, economica, social, aunque ahora pagemos el lastre de aquellos años.
Carlos Cano genial y olvidado un poco, Anguita genio y figura.
Er austostono

Antonio Piera dijo...

Vale, pero ninguno habláis del puñetero grillo. Sobre la Base, que colaboró sin duda en la construcción de la idiosincrasia diferencial de la Rota de hoy, cabrá preguntarse a qué precio, quién lo decidió y por qué sigue ahí de baluarte de la muerte y permanente amenaza sobre nuestras cabezas.