lunes, 11 de octubre de 2010

el Danubio rojo

En la mañanita del próximo 1 de enero, cuando la tele oficial emita el concierto de Año Nuevo de la filarmónica de Viena que se viene celebrando desde 1941, espero que el director de turno varíe la programación del final clásico y no tenga los santos cohones de acometer el vals de El Danubio Azul de Johann Strauss (hijo), habitual predecesor de la divertida Marcha Radetzky, ni que el elegante público presente agite las joyas y bata palmas de alegría al ritmo de ésta última. No habrá nada que celebrar, sospecho, porque el Danubio ha dejado de ser azul desde que en la cercana Hungría reventó una de las innumerables balsas de muerte ácida que la inconsciencia y la avaricia y la dejadez de los gobernantes asumen como detritus imprescindibles y aceptables de una supuesta producción de riqueza en forma de mina de aluminio.

Uno de los principales mitos de las democracias occidentales, que en España toma dimensiones de rijoso despropósito aunque a lo que se ve en Hungría también las pintan calvas, es la idea general de que todo está bajo control, sobre todo en cuanto afecta al cuidado de la naturaleza y la sanidad en la producción de los alimentos. Parece asentada la especie de que papá el Estado dispone, al parecer, de mecanismos maravillosos mediante los que se controlan con rigor las emisiones, los vertidos, las inyecciones de agua, las aguas fecales y la limpieza del mar, de modo que gracias a ello vivimos en el mejor de los mundos posibles. Cualquiera imagina legiones de decenas de miles de pequeños funcionarios precisos y motivados que controlan a los taimados productores de recursos y alimentos, que a cambio de la licencia para hacerse ricos (asumida porque democracia es capitalismo y el capitalismo es el beneficio y no se puede llevar sobre los hombros la pesada carga de dar trabajo a los mortales sin una consistente contrapartida millonaria) les permiten controlar su producción y se pliegan con premura y orgullo a cuanto la legislación vigente tiene de salvaguardia de prístinos procedimientos productivos y garantía por lo tanto de la calidad inherente de sus resultados y de un riguroso respeto por la naturaleza de la que se sirven en el camino para conseguirlos.

Me gustaría saber quién ha sido el creador de esta falacia. Quiénes los reyes del marketing que se han inventado y los que mantienen vigente esta gran mentira, tan desmesurada como peligrosa, para hacerles un monumento en mi retrete. Con pinzas de proporciones tan enormes como su maldad les sumergiría en las balsas del Cerro Colorado, les daría de comer chacinas varias del supuesto cerdo ibérico que no ha visto nunca Andalucía ni Extremadura y les bañaría luego en la mancha de fuel de las costas de Tarragona o en el mismo Danubio rojo que daba el título a esta entrada, lastrados sus pies con el peso de las convicciones, creencias y opiniones de las que se han burlado sin pagar por ello.

Sé quienes son. Se sientan en el Parlamento, escriben en los periódicos de su propiedad, debaten imposturas en la radio, escriben, pintan y hacen música, dirigen organizaciones o empresas y no paran de hablar. Les llaman los creadores de opinión y no se merecen pisar la Tierra que están quebrando mientras miramos hacia otro lado.

4 comentarios:

Adrian Vogel dijo...

Greenpeace ya avisó de las balsas tóxicas en España:

http://elmundano.wordpress.com/2010/10/07/greenpeace-avisa-de-las-balsas-toxicas-en-espana/

Y lo peor es que la UE elige como asesora para el vertido en Hungría a una responsable de la empresa del vertido de Aznalcóllar:

http://bit.ly/dqhnXV

Antonio Piera dijo...

Gracias, Adrián, pero si te fijas ya había enlazado este artículo con el del Mundano acerca de la alerta de Greenpeace, que me pareció espléndido.

Adrian Vogel dijo...

Pues no me había dado cuenta Antonio. Disculpa.

Antonio Piera dijo...

No hacen falta las disculpas entre amigos.