Casi todos los que seguimos pensando en ciudadano damos por
sentado que, para parar la ofensiva antidemocrática y sobreexplotadora del
nuevo capitalismo neoliberal, llamémosles los amos del mundo, hace falta la
unidad. Hermosa palabra.
Los que conocéis el pie del que cojeo bien sabéis de la
pelea política que, desde el 15M –y ya tiene mérito- llevamos adelante con la
creación y actuación de la CIAPA y sus documentos “Unidad, AHORA” uno y dos,
así como la posterior pelea en Andalucía por construir una Plataforma Andaluza por la Unidad, ante las elecciones autonómicas,
que fue boicoteada por la dirección local de IU, la misma que luego aprovechó
su resultado electoral para ponerlo a disposición del PSOE, y las perentorias
autoexigencias de la que entonces era la dirección del Partido Andalucista.
Todo ese camino está convenientemente recogido en una
crónica periodística documentada “La verdadera historia jamás contada. Una
candidatura de los de abajo, clara, unitaria y diferente, pudo ser clave en las
elecciones andaluzas”. A los que no conozcan mi
cojera, les bastará una reposada lectura de este
documento
para ponerse al día.
Esta semana que hoy domingo 24, día de san Juan, termina, ha
sido especialmente pródiga en movimientos políticos en pro de esta unidad
concreta. Personalmente he participado en los dos que más han llamado la
atención. El protagonizado por Julio
Anguita y el que me llevó ayer a una asamblea celebrada en Sevilla bajo la
idea ‘Andalucía abierta’.

Hablemos de la primera. En Sabadell, aprovechando un acto
cualquiera,
Anguita lanzó un guante
de compromiso, colocándose como dinamizador y referente de un proceso pensado
para empoderar a la mayoría, eso que los compañeros americanos definieron como
el 99 por ciento. Poniendo su incuestionable honradez y su bien ganado prestigio
popular en juego, el profesor aportó su visión de la realidad histórica que
vivimos y la/s formas que concibe desde su experiencia para iniciar y sacar
adelante un proceso de unidad que dote a la mayoría de los elementos-fuerza que
necesita, proponiendo que sea la propia ciudadanía la que lo elabore y
desmarcándose personalmente de cualquier otra representación
.
La lectura, obligadamente reposada, del documento que dio a
la luz pública el viernes 22, aporta un análisis, una propuesta de metodología
y otra de programa inmediato entendido como la argamasa que pueda hacer
progresar dicha propuesta, como podéis leer
aquí.
“Sólo un
Frente Cívico, una mayoría ciudadana organizada en torno a
soluciones concretas es capaz de crear la fuerza necesaria para colocarla en la
balanza del poder en contraposición a otros poderes económicos, y sociales que
siendo muy minoritarios, detentan en exclusiva el ejercicio del Poder”. Esta es
la clave de dicha propuesta.
A mi entender, Anguita
se ha sentido tan presionado por lo que él percibe como la profunda
desorganización de las imprescindibles alternativas a las estrategias del
capitalismo, que se ha sentido en la obligación ética de dar un paso al frente
y proponer su figura como referente para que la lucha ciudadana la capitalice y
se sirva de ella. Mi respeto a su valor por eso.

El sábado 23 de este junio, acudí en Sevilla al
seminario Andalucía Abierta. Lo convocaban una serie de personas y
políticos con los que tengo mucho en común, como
Luis García Montero,
Juan
Torres, Pilar González,
Concha
Caballero,
Curro Garrido o
Carlos Martínez, que no asistió. Con
algunos de ellos, como ya sabréis, estuvimos trabajando en la
Plataforma Andaluza por la Unidad, que
todavía nadie ha disuelto, por cierto. Para entendernos, había allí sobre todo
gente de
Primavera Andaluza (como
Rafa Rodríguez de León,
José Antonio Pino y la propia
Pilar González) y de lo que puede
considerarse su órgano portavoz, el espléndido blog
Paralelo
36, en el que podéis leer la nota de Europa Press reflejando este intento
de
construir
“un movimiento social y político” que pase por conformar “un nuevo espacio
político andaluz, abierto, plural, moderno, democrático y deliberativo”.
Compartí también la multitudinaria asamblea, éramos cerca de 200, con gentes de
EQUO como
Esteban de Manuel, que
asistió en “las setas” a la primera presentación pública del documento ‘Unidad,
AHORA’, de Izquierda Abierta, republicanos de UCAR y hasta alguno, como yo, del
15M. Otra iniciativa unitaria que respeto, aunque la encuentre menos horizontal
y más ‘sopa de letras’ hasta que conozca más en profundidad sus métodos y
maneras.
Me pareció muy curioso, con los antecedentes comunes que
acabo de señalar, que la única referencia a nuestra trayectoria unitaria común
la tuviera que hacer yo en mi intervención, y me cuesta dios y ayuda comprender
cómo es posible que tampoco nadie hiciera allí mención alguna (al menos hasta que me tuve que marchar
porque perdía el tren de vuelta) a la tan reciente propuesta unitaria de Anguita. Da para reflexionar un rato
acerca de la fragilidad de la memoria histórica cuando no se “considera
necesario” invocarla.
Hoy, hablando de otra cosa, me han llegado al correo unas
palabras escritas por
Marcos Sedano, compañero
embarcado desde el 15M en las tareas propias de
#constituyentes, que podéis leer
aquí. En ellas habla
Marcos de una batalla ideológica, en
clara referencia a la propuesta de
Anguita.
Podéis interpretar vosotros mismos su tono general.
A mí, todas las piedras en el camino de la unidad me
fastidian bastante, pero no consiguen cambiar un ápice mi forma de ver las
cosas. Me da lo mismo quién sea y por dónde y cómo se lo haga, lo único que me
importa es sumar. Creo que será la propia dinámica del movimiento la que ponga
en su lugar a cada uno. A los que dinamitan los procesos, a los que buscan su
prestigio personal, o su proyección individual, o simplemente tener la razón, a
los que desde la honradez trabajan para avanzar junto a este pueblo machacado
y, en muchos caso, incapaz de localizar en concreto al enemigo, a los que se lo
curran cada día dando un pasito más, a los que siempre empujan, a los que
maniobran turbiamente con su medrar como exclusivo horizonte, les digo
exactamente lo mismo: la Historia escribirá sus logros y sus miserias.
Creo firmemente que los hombres y mujeres de bien, que miran
la realidad y, al comprenderla, se comprometen con la necesidad de cambiarla, los
que entienden la unidad como el arte de sumar y se felicitan cada vez que algo,
alguien o cualquiera añade efectivos a nuestro frente de batalla. Seguiré
presente en tantos frentes como me sea posible y, en todos ellos, haré la mejor
defensa que pueda de la imperativa y agobiante necesidad de poner de lado lo
que nos pueda separar para que podamos avanzar gracias a lo que nos une.
Pero, desde luego y siempre, teniendo claros los
principios con los que esta unidad caminará hacia el empoderamiento real de
la ciudadanía. Hablemos, pues, de estos principios.
Hay un hecho novedoso que debe estar presente en cualquier
análisis de la realidad: por primera vez en la Historia, como afirma mi amigo Juan Marcos, las élites no tienen más conocimiento,
capital o recursos humanos para imponer sus decisiones que la ciudadanía. Los políticos ya no son los
más listos, ni los más cultos, ni los más preparados, aunque se resistan a
aceptarlo. Entre la ciudadanía son legión los que les superan en todos los
terrenos. Por lo tanto, la única vía de la que todavía disponen para imponer sus
criterios, mientras haya democracia burguesa, es la vía política y está claro
que, en ella, el sistema de partidos es una pieza cómplice necesaria…, para
ellos.
No se trata de que haya partidos buenos y/o partidos malos,
ni siquiera de que algunos sean mejores que otros, o más fiables, o más
humanos, o más permeables. Ni cambia su naturaleza porque se acaben juntando
los mejores de todos en alegre montón (llámese
frente). El poder constituyente y constitucional es del pueblo, reside en
el pueblo y debe ser el mismo pueblo el que decida cómo, cuándo y de qué manera
ejercerlo. La época de que los muchos deleguen en unos pocos se está acabando,
incluso puede decirse que ya se ha acabado. Con los conocimientos, la
tecnología y la comunicación en red, ¿para qué se necesitan representantes?
¿Por qué hay que delegar en quienes, en cuanto prueban el poder, se desvinculan
de sus electores? ¿Para quién son ellos necesarios, si no es para el mismísimo
poder?
Salimos a las calles, ocupamos las plazas y aseguramos que
no nos representan. Lo gritamos muy fuerte a los cuatro vientos cuando éramos
muchos. Pero luego, después de descalificarlos, no supimos ver cuál era el
siguiente paso a seguir. Del rechazo a los políticos pasamos a rechazar la
política, cuando la única revolución pacífica posible tenía que pasar por hacer
política y tendrá que pasar, necesariamente, a través del voto. Tras tomar la
calle -y precisamente para que tomar la calle sea efectivo para el presente y
el futuro de la ciudadanía-había que tomar el Parlamento. Hay que tomar el
Parlamento, pues, para cambiar esta Constitución y estas leyes. Y cambiarlas
desde allí. Si queremos cambiar las cosas de verdad, ese apeadero es un paso necesario
para alcanzar la estación final.
Mientras sigamos al margen de esta realidad, mientras
sigamos pensando que eso no nos corresponde y dejemos a los partidos y a sus
políticos medrar con libertad, nuestra lucha infatigable estará –en el mejor de
los casos- abonando el campo a los oportunistas. Basta con ver los ejemplos de
Egipto o de Grecia, o de Túnez y contraponerlos con el ejemplo islandés. Allí donde no se ha hecho efectivo el poder ciudadano,
legitimado en y por las urnas, le han birlado a la ciudadanía todo el contenido
trasformador y revolucionario de esa lucha que les salió tan cara.
El poder ciudadano reside en las asambleas de centro, de
barrio, de distrito, de pueblo o de ciudad. En asambleas cada vez más poderosas
e influyentes tanto porque se hagan
fuertes en la defensa cotidiana de los intereses y necesidades de la ciudadanía
contra las continuas agresiones de la cara neoliberal del capitalismo (organizando cooperativas integrales, bancos
del tiempo, moneda social, oponiéndose a las privatizaciones y a cualquier
recorte, impidiendo los desahucios y englobando los mecanismos de las PAH…, ) como por ir definiendo los objetivos políticos de la ciudadanía, los
contenidos de la nueva Constitución, las maneras horizontales pero efectivas de
coordinarse con las asambleas vecinas, las formas de controlar el trabajo de
los delegados o representantes elegidos para realizar cualquier tarea
específica…
Los políticos honrados, aquellos que realmente desean poner
sus conocimientos y esfuerzos al servicio de la ciudadanía, tienen que entender
que éste y ningún otro es el camino. Ponerse a las órdenes del que manda, que
es y ha de ser el bloque ciudadano.
Comprometerse a cumplir lo que les trasmitan las asambleas, a aportar y
contribuir para el empoderamiento directo de la ciudadanía, arriesgando su propia
estabilidad económica. Aceptar la disciplina que se señale desde el poder
popular. Sean del partido que sean, o formen parte del frente que sea, sobran
todos los políticos que no entiendan o que no apliquen honradamente estas
condiciones.
La ciudadanía no va a regalarle el poder a ningún partido o frente
de partidos. Nos hace falta. Necesitamos el poder político para cambiar esta
sociedad en la que ya no podemos vivir. Para que la transición sea pacífica, la
conseguiremos a través del voto, ya que es verdad que somos mayoría, que somos
el 99% los explotados y oprimidos. Pero solo
iremos a votar cuando podamos elegir a ciudadanos y políticos que estén al
servicio de las asambleas populares.
Políticos o independientes que apliquen la política que les indiquen las
asambleas. Que se sienten a nuestro lado y discutan en las asambleas las medidas a tomar como uno más, pero que acepten
las decisiones de la mayoría y obren en consecuencia porque estarán libremente
controlados por la ciudadanía y dispondremos de elementos de compromiso
jurídico para hacer que cumplan esas decisiones. Estamos escarmentados, no nos
fiamos de las promesas, ni de las palabras. Poder ciudadano, control sobre los
electos, democracia directa.
Para todo lo demás, que cada palo aguante su vela.