lunes, 22 de septiembre de 2008

el punto de choff

De niño desayunaba un tazón de colacao con galletas María. No es mi fuerte la memoria en abstracto, es decir que no tengo una buena memoria general, pero hay pequeñas cosas de mi pasado que recuerdo con nítida precisión como aquellos desayunos en la cocina de la casa (pomposamente chalé) de dos pisos con jardín en la que transcurrió mi infancia en Zaragoza, edificio que, junto con algunos más distribuidos por la que entonces me parecía extensísima y procelosa selva (la cocina vieja, la gruta, los almacenes, el gallinero...) era el último por la derecha de una calle Sainz de Varanda que a la sazón no tenía salida.

En la cocina de aquella casa, que calentaba mi madre a duras penas con leña y carbón nada más levantarse, sobre una mesa cubierta de plástico a cuadros azules y blancos, fue donde desarrollé de niño mi teoría del punto de choff mientras mojaba las galletas en el humeante brebaje como si fuera aquel negrito del África tropical, observando cómo cada galleta sumergida por un tiempo n en un líquido a temperatura variable y extraída a continuación para llevarla a la boca tarda x segundos en alcanzar su punto de choff, siendo éste el instante en que la parte reblandecida de la galleta se precipita por su propio peso (y por si esto fuera poco, por la acción de la gravedad, como bien me aclararía en el batallón disciplinario de Plasencia, años más tarde, el sargento Pistolas), al instante en que se precipita, decía y cae sobre el líquido que contiene el tazón, eso si hay suerte de la buena, salpicando alegremente el entorno más próximo y produciendo un sonido característico, bautizado aquí con su onomatopeya choff, precursor en el mejor de los casos de una buena colleja.

Aunque no sea el empirismo el mejor camino para alcanzar la ciencia, sí promueve cierto conocimiento de la realidad, sobre todo si se repite el gesto lo suficiente. De manera que, fruto maduro de la reiteración y la contemplación, pude establecer ya a tan tierna edad un postulado: cada galleta alcanza el punto de choff cuando buenamente quiere, al que se fueron añadiendo con el transcurrir del tiempo una paradoja: la magnitud de la colleja es directamente proporcional al espacio recorrido por la galleta cuando alcanza su punto de choff, una extensión al teorema: a mayor n menor x, un principio inalterable: toda galleta sumergida en un líquido se reblandece indefectiblemente hasta alcanzar su punto de choff, por lo que es mejor no llevarla a la boca e incluso un corolario que, hoy por hoy, me parece lo más cercano a la sabiduría que conozco: si comes galletas, no salpiques.

Creo que con mis dos entradas anteriores he estado a punto de alcanzar ante vosotros mi propio punto de choff y de salpicaros, porque en realidad se trataba sólo de dos disquisiciones gratuitas y voluntariamente distorsionadas con las que pretendía contar que uno puede argumentar con el mismo fervor una cosa y su contrario (cual si fuera abogado), y demostrar también que cada opción, la de acudir al concurso y la de no hacerlo, tienen en su base idéntico argumento de fondo construido alrededor de una única referencia, el YO.

Posiblemente no haya estado fino, por lo que ante vosotros me disculpo, y hasta puede que me merezca alguna colleja que aceptaré con resignación.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Jejeje. Estos son mis principios, si no le gustan, tengo otros. Chooffff!
Por cierto, los colorines del blog me saturan un poco, he tenido que sacarme los ojos y ponerlos en remojo un rato.

Más claro, agua dijo...

Algo tendrá el choff para que, generación tras generación, y por encima de las collejas, sigamos empeñados en mezclar galleta y colacao... ;-)

Anónimo dijo...

Empezar con el Cola Cao, recordar el anuncio de aquel negrito del África tropical, visualizar las galletas (aquellas montañas de galletas María que nos ponían para desayunar) haciendo choff, el mantel de cuadros y la mili para concluir que puede defenderse una cosa y su contrario con el mismo fervor, me ha parecido delicioso -como las galletas con Cola Cao-.
Es que somos así los humanos. Podemos poner el mismo ímpetu en defender una cosa y la contraria porque, como decía Einstein ¿era él? "todo es relativo". Y líbrennos los dioses de lo absoluto.
El problema aquí es que no puedes presentarte y no presentarse, así que tendrás que elegir y ya sabes que, cuando se elige, algo se pierde.
Un abrazo

Antonio Piera dijo...

Bien visto, Grendel, algo así. No entiendo si con lo de los colorines se refiere al fondo azul cielo que lleva con nosotros desde que me vine al sur o a otra cosa. No sé. Concrete.

Y lo que seguiremos, Eduardo. Esta misma mañana lo he buscado con mi primer café, pero las napolitanas lo tienen bastante alto (el punto de choff) y no he podido reprimir la tentación de comerlas antes de alcanzarlo.

Gracias oyana, me alega que le haya gustado. Pero su intervención me recuerda que iba a poner dos cosas y las he olvidado, así que, en vez de rectificar, las pongo aquí, sólo para miradas curiosas.

1.- Definitivamente no me voy a presentar al concurso del botijo y sólo lo lamento por las birras que me pierdo. Cada quien que haga lo que quiera, por supuesto.

2.- Los dislates que contenía las "razones para presentarse a un concurso" pretendían ser sarcasmos en su desmesura, aunque agradezco a quien se los haya creído y más a quien ha defendido mi derecho a la soberbia.

3.- Hablando de galletas, leí hace poco una entrada deliciosa en http://madreidiota.blogspot.com/2008/07/galletas.html Espero que os guste si os pasáis por allí.

Anónimo dijo...

¡Qué frustración! ¡Qué infancia más triste la mía!¡Cuán desdichada soy! yo nunca puede jugar con el punto de choff... mi madre las partía secas en la taza antes de echar el colacao ¡Es el colmo, es mi colmo!