lunes, 5 de octubre de 2009

los últimos en enterarse

Las gentes de mi edad, que empieza a resultarme ominosa a estas alturas, veíamos al franquismo como el principal impedimento a la hora de acceder a una sociedad diferente y, sin duda, mucho mejor. La ciega obstinación del dictador por condenar y perseguir cuanto cupiera en nuestro tierno concepto de libertad, la proverbial cruzada inmovilista de su principal baluarte ideológico, la misma Santa Madre Iglesia que sigue en sus trece aunque condenada, ¡ay!, a la pérdida definitiva del protagonismo que ostentaba, haga cuanto haga por mantenerse en el machito, el rechazo a cualquier mínimo cambio que pusiera en peligro sus privilegios y prebendas por parte de los innumerables burócratas que chupaban del bote en nombre de Franco, de la Obra, de la Falange traicionada o de la otra, de la División Azul o de quien les hiciera falta invocar, que tanto daba con tal de hacerse una carrera, la febril y muy negra actividad de su policía política, todos estos árboles nos mantuvieron engañados durante mucho, mucho tiempo. ¡Qué equivocados estábamos!

Con la confusión que adorna los pocos años y el mucho ánimo, algunos hicimos frente a la Bestia y otros, los más, sencillamente se animaron poco a poco a degustar las mieles de esa misma libertad por la que otros se partían el pecho. Fue la nuestra una pelea social, por mucho que estuviéramos convencidos de que era política e ideológica. En el fondo de todos nosotros, aquellos revolucionarios no por tan ilusos menos brutos, latía, creo ahora, el diseño de una sociedad plenamente justa y equilibrada, en el que el trabajo fuera un mal menor aceptado, la unidad popular una radical alternativa, el lucro personal una lacra, la salud y la cultura un objetivo indiscutible, la solidaridad un banderín de enganche, la naturaleza una aliada cuyas heridas restañaríamos con prontitud y eficacia... Aunque la concibiéramos desde toda una dictadura del proletariado, dimos más de lo exigible por un mural chino repleto de sonrisas o una zafra cubana de igualdad y grandeza. Algunos hipotecamos la vida, otros la inmolaron en el dudoso altar de la lucha consecuente. Honor a ellos, lo que hace más cruda todavía la paradoja sobre la que escribo.

Estábamos equivocados. Ahora lo sé. Mientras los fuegos artificiales del franquismo nos mantenían entretenidos y chamuscaban poquito a poco nuestras fuerzas y entendederas, a la vez que se sucedían las sórdidas o gloriosas batallas que librábamos, ya sentaba sus bases el enemigo en la sombra hasta crear el inextricable y proceloso bosque tras los árboles que nos ofuscaban. Creció como la mala hierba tanto entre los combatidos como entre los combatientes, hasta llegar a ser tan asfixiante como lo es ahora. Y lo que te rondaré, morena.

Otro día os describiré a este enemigo con detalle, léase saña. Hoy os trasmito sólo esta especie de sentimiento previo que acera las garras cuando, a tu alrededor, las tozudas realidades te sitúan frente a aquel futuro que entonces no supimos ver. El homini lupus, el rey del sistema .

2 comentarios:

Gustavo dijo...

Me da la impresión de qué sé a dónde quieres ir a parar... ¿Tú también percibes la sociedad actual y sus individuos como una manada de fieras deseosas de devorarse entre sí? No respondas si no quieres, lejos de mi intención estropearte el suspense,

Antonio dijo...

Que razón llevas!!!
Eramos tan jóvenes...