martes, 23 de agosto de 2011

a toro pasado

Vuelto el morlaco a su redil vaticano, sosegadas las crispadas aguas del laicismo machacado por los perros policías de un gobierno aconfesional pero con los pantalones por las rodillas ante banqueros y obispos, me pregunta un amigo por qué no he intervenido en cuestiones tan candentes, con lo que me gusta la bronca. No lo sé, pero creo que ha sido por el colesterol o la tensión arterial o cualquier mandanga exculpatoria. Es broma. Lo cierto que ha sido por culpa de la playa.

Bajo todas las mañanas a bañarme a La Costilla, a eso de las nueve, que es la hora de las gordas, las pescadoras rezagadas, las atléticas corredoras que persiguen una forma inalcanzable y unos glúteos y barrigas de diseño que sólo existen en sus deseos y que jamás alcanzarán por mucho que corran, la hora de las paseantes a ritmo de salsa, de los iPods a todo tren, las conversaciones despellejantes, la hora punta del paseo de las ancianas, las rehabilitadas, las convalecientes y las ampliamente orondas como yo misma, joder lo que me cuesta este estilo quincemayista de hablar en femenino hasta que me repito mil veces que es así porque me refiero a personas y no a sexos, a ver si os enteráis. Paseo un poco por la orilla, calzado con unas horrendas cangrejeras amarillas de goma para no fastidiarme las plantas con el pedregal que arroja la mar todos los días, dejo camisa, toalla y raybans en un montón bien a la vista desde nuestra terraza y me meto luego en el mar pausadamente, sin titubeos, caminando hacia dentro hasta que el agua me cubre. Esté fría o caliente, hago de esta ceremonia de la indiferencia cuestión de honor, que no se note desde fuera que se me está encogiendo el escroto o que me tiritan hasta los pelos del cogote cuando una puñetera ola me salpica los desprevenidos pezones y se me ponen como escarpias mientras yo, impertérrito, hago de mi capa un sayo y quedo como un señor ante una pléyade de espectadores fantasmagóricos que admiran mi valor y osadía pero no me aplauden porque tampoco tienen manos. Es mi privada, hasta ahora, ceremonia de inmersión en lo cotidiano, para que tampoco me asuste ni me den los siete males al afrontarlo cada día, con lo que suele traer, mi manera de simbolizar la otra ceremonia, la de la vida, además de que lo tenga que hacer por prescripción facultativa para refrescar la circulación perezosa que corre por las venas de mi pata derecha vaya usted a saber por qué.

Luego, tras dos o tres amagos de ejercicio con los brazos, me acerco al paseo, me doy una ducha, me seco al sol y me subo para casa tras aclararme los pies y su horrible ornato a tomarme con mi chica el segundo café y seguir como si tal cosa con la jornada, tan feliz de haberme conocido.

No voy a permitir que la maldad, la vergüenza ajena o la ira propia me amarguen estos momentos. Que les den.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Entonces esa es la causa de esas
subidas de marea repentina!!!!!!
Genial texto, mu bien la parte unises de la eliminacion del genero, y envidioso de no poder gozar de esos baños terapeuticos con vos, a seguir haciendonos disfrutar con tus palabras cuando toquen,y cuando no, palito al sistema.
Gracias y no nos olvides.
S.I.

mensajes claro dijo...

Hola @anotnio , Suena interesante los baños terapeuticos.