viernes, 22 de marzo de 2013

mi particular viacrucis del ‘síndrome’ Rubalcaba


Hace unas fechas, al amigo Rubalcaba le tuvieron que ingresar a toda leche porque el posoperatorio de una biopsia de próstata casi se lo lleva por delante. En mi caso, sin restarle protagonismo al prócer, me temo que los tambores de la semana entrante, que tanto animan al personal de mi pueblo, anuncien también una nueva versión del particular víacrucis en que se está convirtiendo mi recorrido personal a través de las tripas de la sanidad pública andaluza.

Resumiendo, para ir abriendo boca: en la semana trascurrida desde la biopsia que me hicieron la mañanita del 14 de marzo en el hospital de Puerto Real, ya me han recetado -y me estoy metiendo p’al cuerpo-  tres tratamientos antibióticos diferentes. El último médico que vino de urgencias a casa ayer jueves me vino a decir, además, que la biopsia me la hicieron, al parecer, “por la polla” (es decir a través de mi apreciado canal uretral) vía que no estuvo prevista en todo el informativo previo al que fui sometido, consentimiento informado y anestesista incluidos, en las que se habló siempre de usar la vía rectal. Es más. Hasta ayer mismo, yo ni tan siquiera sabía que dicha biopsia se pudiera realizar a través de tan incómodo acceso.

Debo asegurar, sin embargo, que estuve siempre allí, en el quirófano y antes en la antesala, presente y dialogante, ni dormido ni altamente sedado, pero que nunca los doctores que tomaron la decisión de intervenirme de aquella manera consultaron conmigo su decisión pese a que mi capacidad como interlocutor -y único protagonista, desde luego- para valorar con ellos las ventajas o inconvenientes de su propuesta inmediata de cambio de vía, resultaba manifiesta.

Una alegría para el cuerpo que me propongo investigar, desde luego, y denunciar en su caso si se tercia, pero que contribuiría sin duda a interpretar (que no a entender, sospecho) dos asuntos que me traen a mal traer desde aquella misma mañana: la fugaz imagen de “pillado in fraganti” reflejada en el rostro de un auxiliar que andaba aún traficando por mis bajos cuando otro -no sé si auxiliar o doctor- retiró de golpe la sábana que me impedía ver cuanto me sucediera de cintura para abajo (imagen de “ahivá” que me pareció percibir, de soslayo, y que no había valorado hasta ahora) y el chorreón de sangre que percibí saliendo de mi amado pito en cuanto miré para abajo y que me acompañó luego más de una hora, disfrazado de cuajarón pegado al pantalón de telilla azul, hasta que nosotros mismos (mi chica y un servidor) lo limpiamos con agua y como pudimos una vez que nos anunciaron que nos podíamos vestir para irnos p’a casa.

Jamás en mi vida había presenciado, y menos como involuntario protagonista, que a un recién operado no se le lave, limpie e higienice correctamente antes de sentarle en la silla de ruedas para depositarle en la sala de espera a que evacúe correctamente la anestesia. Aquello parecía, más bien, una puta carnicería. De las sucias, digo.

¿Infección? Cualquier cosa que tenga es poco

Ocho días después, ignoro todavía si el tumor que motivó el viacrucis que os acabo de contar es maligno, benigno o mediopensionista. ¿Me habrán hecho, realmente, una biopsia?

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Sea lo que sea lo que decidas hacer, espero que todo esté OK.
Un abrazo

MARIA DEL MAR dijo...

Antonio, espero que no sea nada. Un beso enorme. Si necesitas algo, llamame.

Antonio dijo...

mañana hablamos