marujas naturales
No es que yo haya ido con demasiada frecuencia a un spa, pero algún que otro circuito había caído de este lado el otro día, cuando por circunstancias de la vida me vi un buen rato con el agua al cuello, disfrutando como un enano de los chorros a presión que te dejan la musculatura como una bayeta, supuestamente tonificados aunque, en realidad, agotados por la emulación del ejercicio en que consiste en esencia la cosa del aire a presión golpeando inmisericorde tus pellejos. La vida ya me había colocado varias veces en alguno de esos hoteles con derecho a remojón y hasta en uno por las europas, qué recuerdos, en que el personal recibía en pelotas los beneficios del chorrito, así que tras el duchazo reglamentario me introduje circunspecto en las aguas con cierto aire, lo confieso, de sabelotodo.
En esas andaba, feliz como una lombriz, minuciosamente dedicado a lo mío y experimentando hasta qué punto una eyección vertical harto potente puede lograr, si la diriges al lugar apropiado léase posaderas, que experimentes algo muy parecido a la gravedad cero, andaba en esas, decía, sin vergüenza ninguna, cuando llegó la marabunta. Eran ocho, o diez, mujeronas enormes, locales, abundantes en carnes y grasas al por mayor, risueñas, talluditas, calzadas en oscuros bañadores enterizos cortados por el mismo patrón, hablando, riendo a carcajadas e intercambiando experiencias todas a la vez, acompañadas de un par de varones canosos con aspecto campesino cuyo avergonzado silencio contrastaba con la extroversión circundante. La religioso quietud con el que los hasta entonces escasos clientes disfrutábamos ensimismados de las camas de microburbujas y los cuellos de cisne había saltado en mil pedazos ante la naturalidad de tanta maruja ocupando el jet de alta presión o los asientos de relax con masaje lumbar envolvente.
Luego, estando yo en la sauna en compañía de una centroeuropea en bolas y su supuesto marido en gayumbos multicolores, hicieron su entrada tres de las miembras de la marabunta, charlando de sus cosas eso sí, con un evidente descenso en la emisión de decibelios que se agradecía infinito en receptáculo tan cerrado y ya de por sí agobiante. Apenas dedicaron una discreta y breve mirada a las vergüenzas de la nudista, se sentaron y, las cabezas a la altura del depilado sexo de la señora, continuaron con sus cosas como si nada, pareciéndoles aquello lo más normal del mundo. Luego, cuando salieron, las vi en el igloo frotándose hielo por la cara, los brazos y las piernas antes de pasar de nuevo por la ducha.
Fue entonces cuando me dio por pensar complacido en la naturalidad con que nuestro pueblo, tan reprimido tras una larga dictadura pacata y plena de condenas al escándalo y el pecado, tan castigado por las impertinentes proclamas contra el sexto desde púlpitos y confesionarios, tan amenazado por las victorianas ostentadoras de la imposición de las buenas costumbres, ha ido asumiendo lo nuevo, disfrutando con un hedonismo sereno y envidiable de las cosas buenas del progreso, contemplando con normalidad las costumbres de los otros, incorporándose al siglo XXI como si no hubieran hecho otra cosa en la vida.
Salí del agua, coño, más contento que unas pascuas aunque arrugado como una pasa. Aquellas marujas naturales me habían alegrado la mañana.
1 comentario:
Las marujas ya no somos lo que eramos.Recuerdos Don Antonio
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