jueves, 11 de marzo de 2010

perdidos

Cuando los que somos ya talluditos escuchamos o leemos comentarios de la gente joven acerca de su dependencia del móvil, es habitual esbozar una media sonrisa de superioridad, algo de medio lado, evocando sin duda nuestra infancia y juventud desprovistos de estos infernales aparatejos, aunque me temo que también nosotros, a su edad, dependíamos de algo, no sé, de la misa diaria, de las medias perlé de Maripili, del capellán de la OJE o de los tebeos de Piel de Lobo.

Ignoro los grados que alcanzaron vuestras dependencias juveniles pero yo recuerdo las mías, disimuladas quizás por la piadosa pátina del tiempo, como más amables y menos tragicómicas que las que aprecio en tantos granulosos movildependientes que me cruzo por la calle o en las grandes superficies. Me temo, sospecho, que muchos de entre ellos son ya, ahora mismo, incapaces de concebir siquiera un mundo sin teléfonos móviles, una vida exclusivamente anclada en la realidad más cercana y asequible sin la ansiada irrupción por sorpresa de cualquiera de los numerosos agentes externos (antes les llamábamos amigos y cuando llamaban por teléfono a casa nuestros padres fruncían el ceño porque a su entender ocupábamos su espacio exclusivo) que les permitan extraerse de esa cotidianeidad que tan mal llevan.

No sé por qué nos conducimos con esa superioridad sobre su dependencia, además, cuando nosotros mismos, al menos los tecnológicamente aggiornados, dependemos más de los ordenadores que un tuno de su guitarra o un mago de su chistera. Como náufragos a destiempo, trajinamos con el portátil hasta para ir de visita, no sea que se tercie enseñar a traición las fotos de la escapada a Ruanda-Burundi y no las tengamos a mano cuando a la ocasión la pintan calva. Al menos, no me negaréis que quien más quien menos las lleva en un pendrive por si las moscas, junto a las últimas de la niña en su curso de verano en Escocia.

Para ilustrar lo cual os dejo con esta peliculita que me envió un amigo y que espero que entendáis aunque vuestra segunda lengua no haya sido el francés. À tout à l'heure.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Si ese vídeo es tan premonitorio como los submarinos de julio Verne, nos vamos a ahorrar una pasta en vino...
Yo creo que nos adaptamos enseguida a las nuevas tecnologías. En nuestra niñez, si te aburrías. leías o mirabas por la ventana o inventabas historias. Y, los ya talluditos, creemos que eso nos facilitó los mecanismos de espera o el poder pensar: Pero, visto lo visto, no hemos construído una sociedad "pensante" que digamos.

Servidora, en cuanto tenga nietos, los mete en un pen drive y se los enseña a las vecinas, naturalmente. Y como los pecés serán más pequeños, los llevaremos en el bolso de las pinturas, junto al movil, al vino destilado por el usb y las llaves del coche.

¡Fantástico el vídeo!