martes, 22 de abril de 2008

y tu, ¿de quién eres?

Esta pregunta era, creo recordar, el estribillo de una canción gamberra que resuena en mis oídos todavía. Hasta ahora, sin embargo, siempre la había identificado con un pasaje de mi biografía que me gustaba recordar. De niño, todos los años, tras pasar varios meses en San Sebastián, donde mis padres pegaban la gorra en la casa de mis padrinos y donde disfruté de un par de mis primeras novias, de algún devaneo de los de confesarse contra el sexto y de largos tragos de la botella de Calcio20 que siempre había que reponer ante el asombro cómplice de mi madrina Isabel, que bien sabía por dónde venían los tiros, regresábamos a nuestros orígenes y nos trasladábamos a Mequinenza, pueblo de origen romano y herencia sarracena que estuvo situado en la confluencia de Segre con el Ebro hasta que los sabios de la ENHER decidieron destruirlo antes de que la cota del pantano sobrepasara el muro que lo protegía, cosa que por cierto nunca ocurrió. Aquél era un pueblo curioso y, a su manera, rico, en el que todo el mundo estaba emparentado. Nosotros regresábamos en septiembre para pasar allí las fiestas del pueblo en honor de Santa Agatoclia, a la que los perros romanos cercenaron las tetas según rezaba la tradición, el santoral y los restos de la bandeja donde las depositaron cuidadosamente y habíamos descubierto una costumbre interesante que practicábamos con fruición, que era la de girar visita a todos los innumerables familiares con la escusa de saludarles y el propósito estricto de recabar propinas de cada casa, cosa que ocurría siempre, además de ponernos hasta el culo de pastas, carquiñols, mustachols, orejones, licor de menta y otras lindezas de tendencias empachadoras-diarréicas. Nunca faltaba, cuando íbamos de una casa a otra por las calles altas del pueblo, en las faldas del castillo, una anciana sentada a la puerta de su casa, cascando almendras, que le preguntaba a otra en voz bien alta, por sordera o por indiscreción: ¿i de qui est aquest chiquet?, que en mequinenzano viene a decir, en traducción libre: ¿y de quien es este chaval?, inquiriendo acerca de nuestros orígenes más que de nuestras adscripciones.

En los comicios para compromisarios del PP creo que ahora es lo que preguntan los presidentes de mesa: y tu, ¿de quién eres?

3 comentarios:

Más claro, agua dijo...

¡¡¡¿Agatoclia?!!! Y luego dicen que nombres como "La Vane", "La Yeni", etc., son raros... ;-)

Anónimo dijo...

¡Diossssss! La que acaba de liar usted, D. Antonio. ¡Qué de recuerdos acaba de despertar!. ¡Cuánto se pierden aquellos que tuviesen la desgracia de no disponer de pueblo al que acudir durante su infancia.

"Y tú, ¿de quien eres?", "¿Ya habeis venío?", "¿Cuándo os vais?". Las frases estrella del inicio del verano. Los tirachinas hechos con una rama de leña, un trozo de cuero, alambre y cámaras viejas de neumáticos. La mula y el trillo en la era, dando vueltas a la parva. La canícula implacable de la hora de la siesta en la que tu abuela se empeñaba en que durmieses porque sino te iba a dar una "perlesía" y tu te empeñabas en escaquearte cuando los demás dormían para unirte al resto de la chiquillería para ir a buscar nidos de pájaro. Esas botellas de Calcio 20 con el cuello alargadísimo y ese sabor pleno e intenso. Y la quina Santa Catalina que "es medicina y es golosina". Y un jarabe para la tos, con intenso sabor a fresa, que no recuerdo cómo diablos se llamaba pero que estaba de muerte.

¡Joder, D. Antonio!. No, no es nada. Es que se me ha metido el humo del cigarro en lo ojos.

Abrazos,
Pedro de Paz

Antonio Piera dijo...

Peor es su diminutivo, don Eduardo. Resuena en mis oídos todavía, y eso que queda lejos, el grito de ¡Tate quieta, Agatoclieta! en la voz de una medre desesperada. Imagíne usted.

Que no me fume usted tanto, don Pedro, que luego le lloran los ojos. Pinceladas como las suyas me quedan un ciento. Ya tocaremos el asunto, ya.