el fútbol es la vida
Pese a suponer a ciencia cierta, obsérvese lo contradictorio del aserto, que a vosotros mis ilustres visitantes no debe gustaros el fútbol ni una miaja, hoy quiero y siento que debo y lo hago con gusto romper una lanza por este deporte/espectáculo/opio/negocio que adoro. Lo hago porque últimamente, con los anuncios de la retransmisión del partido final de Copa de esta noche entre el Valencia y el Getafe, resuena todo el rato en mis oídos la inefable y carismática voz del llorado Fernán Gómez en ese anuncio de cervezas que viene a decir lo del título. Que el fútbol es la vida. Son anuncios cuyos textos me hacen evocar, sospecho que ese fue su gran acierto y una de las razones de su permanencia en antena, los regresos de aquellos domingos por la tarde, asientos repletos, viajeros exhaustos pero satisfechos, cuando la familia en pleno se trasladaba de nuevo, adelante hombre del seicientos/la carretera nacional es tuya, al horizonte gris oscuro de su ciudad tras pasar el día en el campo, al borde del Jarama a veces por mojarse el culo, en el monte o en la casita del pueblo cuando todavía no se llamaba pomposamente segunda residencia. La radio, ese testigo que fue de nuestro amanecer al conocimiento global, desgranaba a voces un Carrusel Deportivo que no fallaba nunca, para que pudiéramos los mortales cantar los goles de Marcelino o de Carlos Lapetra, que para mí eran Dios redivivo por mi Zaragoza del alma, o los de Gárate, Amancio, Juanito y tantos otros que conformaban nuestro exiguo panorama de estrellas. De siempre me gustó el fútbol, asombrado por el tirón de masas que desplegaba cada fin de semana, por la pasión y el fervor, la filia y la fobia que tan hondo calaba en aquellas mismas masas a las que yo pretendía redimir de su explotación revolución mediante. Es el opio del pueblo, una adormidera del proletariado al servicio de Franco, clamaban en mis orejas los popes del Partido, capaces de ver tan lejos en ese tema e incapaces de diagnosticar su propia miseria de grupúsculo inane. Nunca manifesté estar de acuerdo con ellos en su inutil condena, aunque tampoco (entonces) di la batalla por este deporte tan denostado, pero bien que me fastidiaban las citas clandestinas de los miércoles cuando había partido, normalmente de Copa o, aún peor, de Copa de Europa, y recuerdo que llegaba a ellas deseando que mi desconocido contacto se retrasase los cuatro minutos que como máximo debíamos esperar para largarme al bar más cercano y oler el sudor de mis masas agitadas alrededor del vinacho de frasca o la cañita bien tirada, la fritanga de calamares y los gritos de uyyyyyyyyy, cuando el balón se iba fuera por poco.
A su lado, os confieso, viendo con ellos el partido me sentía más suyo que cuando les veía mirarme la cara, extrañados, al entregarles tan clandestino, a la puerta de su fábrica, un panfleto contra el imperialismo.
6 comentarios:
En serio. Jamás le encontré gracia alguna a la mera contemplación de un evento deportivo de tipo que fuese, particularmente los asociados al denominado deporte rey. No por ser el opio del pueblo, ni la prolongación de la política de pan y circo ni porque sirviese para anestesiar conciencias ni todos esos maniqueismos que se enarbolan por ahí. No es eso. No. Sentarse a contemplar como otro se ejercita en un deporte siempre me ha parecido una gilipollez. Es como el placer del voyeur. Se trata de disfrutar viendo como es otro el que folla. Lo siento pero escapa a mi entendimiento.
Como decía el torero Rafael "Gallo" Ortega: hay gente pa tó
Abrazos,
Pedro de Paz
Es verdad: no tiene por qué ser contradictorio. Yo mismo hago cosas contradictorias: soy, por ejemplo, feminista, pero no me tapo los ojos ante la exuberancia de una muchacha posando ligerita de ropa. Puede que sea algo hipócrita, no me he parao a considerarlo, pero nunca antepondré eso a mis ideas contra el proxenetismo.
Saludos contradictorios.
Pues usted se lo pierde, amigo Pedro. El placer no se encuentra sólo en la acción, hasta donde yo alcanzo, sino que se extrae a menudo del disfrute y de la contemplación de la belleza ajena, aunque sea en movimiento. ¿De qué, si no, iban a existir los pintores, arquitectos, los escultores y las hermosas muchachas que le ponen a gustavo como una moto, eso sí, como una moto contradictoria?
Quite, quite. No me va usted a comparar la contemplación de alguna excelente colección de arte, una obra arquitectónica de grandiosidad y envergadura o, incluso, cualquier catálogo de lencería femenina con imágenes a todo color, con 22 energúmenos corriendo como endemoniados en pos de un objeto esférico hecho de cuero.
No hay color. Ni blanco ni negro. Simplemente, no lo hay.
Abrazos. Muchos.
Pedro de Paz
Si no existiéramos los "voyeurs" no tendría sentido escribir libros. Nuestra vida garantiza la suya, don Pedro. Y el que obtiene placer mirando, el que disfruta a través de su vista (letras o partidos de fútbol, ¿qué es mejor, el jamón o el queso?) debería ser la única referencia válida para el autor en general, o para el escribidor cual es su caso.
Visto así...
No me tome en serio, amigo.
"No es esto, no es esto", D. Antonio. Se equivoca usted. Mezcla usted el placer de observar con la calidad y validez de lo observado. Y no siempre tiene porqué ser proporcionales ni consecuentes. No me irá usted a comparar una representación de "El Cascanueces" con una pelea de bikinis en el barro. O un concurso de "Miss Camiseta Mojada".
Mucho más didáctica y estética la pelea de bikinis, ande va a parar, oiga.
Abrazos,
Pedro de Paz
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