domingo, 7 de diciembre de 2008

de siempre

Ayer hablé por teléfono con Miguel. Llamó a casa cuando estábamos desayunando y nos tiramos sus buenos tres cuartos de hora de cháchara. Teníamos mucho que comentar, ...tanto que contarnos. Y por cierto que lo hicimos, ¡vaya si lo hicimos!, desde la confianza que da conocerse de toda la vida. Ni un silencio ingrato, ningún ángel atravesando la conversación con la parálisis en sus alas, ni un espacio en blanco. Todo de prisa, de corrido, de urgencia, todo chicha. Llevábamos unos treinta años de retraso y nos acabábamos de reencontrar merced a uno de esos muchos espacios sociales de nombre en inglés que abarrotan el cyberespacio y que, por fin demostraron para mí alguna utilidad. Ahí es nada, resumir las novedades de tantos años. De su voz llegaron a este rincón otros en compañía, Oscar, que tiene un apartamento en este mismo edificio y un barco junto al mío, a lado mismo, y sigue a medias en el pueblo, con los caballos, Napo, bueno, mejor no hablamos y noticias peores, Rafa murió, murió en mis brazos, le dio una parada y se nos fue, joder qué palo, y ¿qué sabes de Isabel? ¿Os seguís viendo?, también murió, de un cáncer, coño, tío, Isabelita...

¿Por qué nos dejamos de ver? Las razones para la diáspora de los amigos siguen siendo para mí un misterio, que sólo entiendo cuando compruebo que la vida, tu propia vida, nunca la escribes tu. Las cosas pasan, te pasan, les pasan a tu gente, y las vueltas y revueltas con que se desenvuelve la trayectoria de cada uno poco tienen que ver con los deseos profundos ni con las escalas de valores que mantengas. Son culpa de los hados o del destino para los antiguos, de los dioses para los creyentes o consecuencia coherente con el hecho de ser tan multifacéticos y plurifuncionales para los dialécticos. En nosotros confluyen cada día, ante cada decisión y de forma no siempre ordenada, las tensiones que generan cada una de nuestras particularidades o facetas, el trabajo, la pareja, la familia, la conveniencia, los estudios, el aprendizaje, la casualidad, la suerte, la oportunidad, el deseo, la necesidad, la ideología, el análisis, la síntesis... Qué os voy a contar, que la vida te trae y te lleva a su antojo y que el que se crea que dirige sus propios pasos es un auténtico primavera, más tierno que el día de la madre.

Hemos hecho planes para que esto no nos vuelva a pasar, a modo de inconfeso propósito de enmienda, y también sé que casi nunca se cumplen. Sólo que, esta vez, estoy seguro de que ambos pondremos de nuestra parte para que le den por el culo a la lógica. Pensando en ello, he recordado que debía rodar por ahí una foto que nos hicieron a ambos hace tiempo, y que algo debía importarme cuando ha sobrevivido a mi lado a más de veinte mudanzas. Rebuscando en mi particular modo de archivo, por los cajones, he dado con ella y es la que he escaneado y acompaña estas líneas. La he recuperado con orgullo y mirado y remirado para que no se me escapara detalle. Es curioso. Lo que más me salta a la vista, al verla, es lo profundamente moderno y avanzado para el año 70 que resultaba nuestro aspecto. Vivía Franco y, sin embargo, algunos como Miguel y éste que os habla ya éramos así. ¡Qué cojones!

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Sándor Márai, por quién profeso una total y absoluta admiración, en "el último encuentro" (tratado sobre la amistad que ya habrían deseado escribir sesudos psicoanalistas de pro) dice que no hay nada en el mundo que pueda compensar una amistad. "Ni siquiera una pasión devoradora puede brindar tanta satisfacción como una amistad silenciosa y discreta para los que tienen la suerte de haber sido tocados por su fuerza". También dice que la amistad no puede conducir al desengaño porque en la amistad no se desea nada del otro. Creo que eso, precisamente, es lo que la diferencia de otros tipos de relación -la de pareja, por ejemplo- en la que sí se desea del otro desde un compromiso, hasta cambios en la manera de funcionar.
Reencontrarse con un amigo después de tanto tiempo moviliza el alma. El tiempo parece no haber existido, todo está igual: el amor, la confianza, la ilusión. Y, naturalmente, te invade una sensación de haber perdido algo, de haberte perdido a esa persona. Y entran unas ganas tremendas de recuperar, de que no vuelva a ocurrir.
Y ahí está. Tu amigo.

Qué entrada tan emotiva, tan tierna y tan bonita.
Qué emocionante reencuentro.
Felicidades a los dos. Estábais guapísimos. Disfrutad.

Más claro, agua dijo...

Los verdaderos amigos son aquellos que, tras años sin contacto, retoman una conversación como si la hubieran dejado pendiente ayer mismo a la salida del cine ;-)

Antonio Piera dijo...

Me agrada haber sabido trasmitir con exactitud lo que deseaba, aunque con lectores como vosotros resulta sencillo, porque lo pilláis todo a la primera.
Eso era, en efecto. Gracias.

Anónimo dijo...

Estimado D. Antonio: no hay mejor patria ni compañía más grata que la de un amigo fiel. Como decía cierto cantante "hay demasiada gente, pero muy pocas personas". No está el patio como para despreciar uno de los bienes más escasos y preciados de nuestras vidas.

Mi más sincera enhorabuena por ese reencuentro.

Abrazos,
Pedro de Paz

Anónimo dijo...

¿Un barco junto al mío? ¿Un carguero quisá??? hgjgjhgjgbbnmbmnbnm