miércoles, 31 de diciembre de 2008

tras la desproporción


Estaba escribiendo mi entrada de nochevieja cuando me dio con la maza en mitad del "bebe". Si no lo habéis probado, no os lo recomiendo, porque viene a ser como el descenso de un sinfín de sinsabores sobre tu cuerpo agobiado. Le llaman trancazo y, ¡qué razón tienen! Su variante de mayor interés, en mi caso, es la propia del sin embargo previamente inoculado, experiencia por la que aún no había transitado hasta la fecha. Gripe de vacunado, parajoda que decía aquél. Se trata sin duda de una variante interesante (otra vez las rimas ministrales, copón) en la que casi nada es lo que podría ser, ni la fiebre es enorme, ni el dolor de cabeza extra, ni las articulaciones plenamente al pil-pil, ni la tos cavernaria, ni el ahogo persistente, pero que consigue de igual manera, a base de insistencia y hasta insidia, que el conjunto de tu cuerpo te recuerde lo genuinamente perverso que puede llegar a ser un malestar general, sobre todo si le agregas, como ha sido el caso, una desmesurada urgencia de tu cuerpo a devolverle a la tierra, en connivencia con el señor Roca, todo lo recibido por boca, de inmediato e incrementado con la apestosa opinión de tu organismo acerca de su inoportunidad. O sea, que me iba patas abajo.

Ahora que parece y toco madera que las cosas vuelven por do solían, que el sol traspasa a duras penas la niebla marina que soportamos hace días y que abandono poco a poco la más insípida dieta blanda que recuerdo, no me resisto a dejar a continuación el escrito en el que estaba (titulado sólo "la desproporción") deseando de paso que el resto del año ni se atreva a guardar relación alguna con estos comienzos tan poco alentadores. Aquí os lo dejo, sin tocarlo:

No soy ningún experto en los asuntos del Medio Oriente, pero ello no quita a que me laceren profundamente el alma las dolorosas imágenes que de allí nos llegan en estos finales de año. No soy en absoluto partidario del intransigente integrismo de Hamas ni de que aprovecharan su mayoría en unos comicios para segregarse como un Estado independiente de la mayoría palestina, con su propio gobierno y todo, en la franja de Gaza. Ya me parecía peligroso para su propio pueblo cuando se produjo, y me lo sigue pareciendo ahora que revientan sobre sus cabezas misiles y bombas supuestamente selectivas en su obsesiva y sistemática tarea de destrucción, pórtico de la invasión que vendrá. Ello no quita un ápice, desde luego, a que en lo más profundo yo simpatice con la causa palestina en su resistencia contra su liquidación como pueblo, en su rechazo a las imposiciones territoriales pactadas otrora y siempre a sus espaldas y en contra de sus derechos como pobladores de unas tierras que fueran "devueltas" por las convenciones políticas a sus muy antiguos convecinos. A mi parecer, los de antes y los de ahora están obligados a entenderse, a compartir y a vivir en paz cediendo para ello cada uno buena parte de sus pretensiones por muy legítimas que les puedan parecer. Podrá parecer utópico, no lo niego, pero no hay otra.

Está claro que no era concluso el escrito, sino el prólogo a mi radical condena de la actitud sangrienta del Estado de Israel, la tan vergonzosa de quienes alientan y justifican esta agresión (y la posterior invasión) en base a lo de "ellos empezaron". Me subleva sobre todo la prepotencia sionista, me recuerda al primo de zumosol ostiando a un bajito endeble al grito de "él me pegó primero". Siempre hay una razón para un holocausto, ellos deberían saberlo bien, pero eso jamás lo ha justificado. La desproporción es tan brutal que se pierde cualquier razón esgrimida para justificarla. La desproporción en sí misma es lo que define esta acción brutal, inmoral y sangrienta, manipulaciones informativas al margen. La desproporción y el dolor y la sangre y la angustia y la indefensión y la muerte.

¿Qué dirán de ella los compadres de Ehud Barak, ministro de Defensa de Israel, en la Internacional Socialista? ¿Expulsarán de su seno al laborismo agresor? Cuánta hipocresía...

Nota.- No es un árbol de Navidad erigido sobre el hermoso atardecer de Gaza. Son bombas de racimo.

4 comentarios:

Antón Abad dijo...

Yo me pregunto y me pregunto: ¿Qué hace todavía el embajador español en Israel?; ¿está esperando a los Reyes Magos?. Pues después de mañana ya podrá volver, como "El membrillo", que siempre vuelve a casa por Navidad.

Lúzbel Guerrero dijo...

No, no pueden ser bombas de racimo, porque están prohibidas, y todos sabemos que Israel, siempre se cag..respeta, quiero decir, el orden internacional

Más claro, agua dijo...

No es un virus ni una vacuna: es la cruda realidad la que hace que nos vayamos por la pata abajo continuamente...

Antonio Piera dijo...

Al menos, si Chacón cumple lo prometido, no serán bombas de racimo españolas, espero.