domingo, 17 de diciembre de 2006

Teoría de la Transparencia (II)

La primera parte de este desarrollo ha suscitado algún que otro comentario privado, de entre los que destacaría un apelativo, "¡¡Suicidaaaaaaaa!!", que me ha dedicado uno de mis íntimos. Animado por todos estos comentarios, prosigo...
Empecé a sentirme transparente cuando me apunté al paro, hace ya unas cuantas fechas. Hasta la exasperante funcionaria que me atendió parecía estar mirando contínuamente a través de mi persona (voluminosa, por cierto, lo que tiene sin duda más mérito), incluso cuando se dirigía a mí para recriminarme algo (con cierta displicencia no exenta de autosuficiencia, ¿y este de qué va? No tiene ni idea...), quizás evaluando críticamente la longitud de la cola que se iba formando implacable a mis espaldas, y que se incrementaba exponencialmente a medida que yo le planteaba a la buena mujer cada una de mis dudas. Aquello ya me dio mala espina, una especie de premonición de lo que se me venía encima, aunque reconozco que en aquel entonces no fui capaz de evaluar, ni siquiera de intuir, el alcance del mal que comenzaba a aquejarme.
Luego vino lo de los emilios. No parecía tener ninguna relación con lo anterior, o yo no la supe ver de primeras, pero empezaban a quedar sin respuesta envíos tan sencillos como: ¿qué haces esta noche?, o ¿quieres que vayamos juntos a esa presentación?, lo que yo atribuía inicialmente a problemas de saturación de la red, o de las agendas de mis entonces amigos. Debo confesar que tardé bastante en encontrar el nódulo de unión de estas no-respuestas, que entonces sólo me exasperaban, tanto que hasta me planteé cambiar de desodorante.
A veces, cuando las respuestas llegaban al cabo de diez días (al principio al cabo de tres, luego de cinco, y así...), desplegaban inevitablemente en su interior un ramillete de motivos, razones, excusas o explicaciones tan variado que me resultó imposible colegir de momento su común denominador. También es cierto que yo andaba algo despistado, léase concentrado para ser benévolo conmigo mismo, intentando entender las causas por las que mi número de la Seguridad Social parecía ser que se estaba multiplicando y resolver urgentemente las feroces consecuencias de este incomprensible hecho. Aunque debo reconocer, sea por fas o por nefas, que estaba entonces lejos aún de sospechar la negra mano que mecía, ya entonces, mi inocente cuna.
Continuará...

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