ha pasado un ángel
Vuelvo de comer con gente encantadora, todos de una edad (algunos casi de dos, como yo). La cosa discurría sobre ruedas, conversación ágil, recuerdos compartidos, sabroso anecdotario, un salmorejo del nueve, amables críticas ácidas a los ausentes, buen vino gallego, desde luego blanco, cuando resonó en mis oídos, como un escopetazo, una frase que hizo removerse en mi interior hasta los cimientos de los palos del tenderete que me protege de forma permanente.
Dijo uno de los comensales, no sé si aprovechando el bien escaso de un silencio pasajero o porque se hizo el silencio en ese instante como cuando pasa un ángel, dijo, digo, algo así como: cuando algo me gusta, no vale. (No sé si era exactamente así la frase, pero así la recuerdo merced al jodío alemán).
Me quedé de piedra. No ya por su contenido más evidente, que yo interpreto como la demostración de su estricto conocimiento del comportamiento del mercado, y más concretamente del mercado actual de los gustos y las ideas, sino porque hice de inmediato una especie de transferencia biográfica y me vi identificado, dentro de la piel del contertulio que la pronunció, al que ya apreciaba, añadiré, antes de conocerle en esta comida.
Coño, ya hemos llegado. La dicotomía se ha apropiado de nuestras vidas hasta cortejar la esquizofrenia. Sabemos que nuestras buenas y viejas ideas, las que conforman nuestros reales gustos, nos valen y hasta entendemos que no estén en el mercado, que no vendan un pimiento... Pero, aún así, seguimos vivos. Trabajando con las que nos prestan los recién llegados, incluso aprendiendo de ellos cada día. Sabemos hacer lo que hay que hacer, incluso lo sacamos adelante mejor que nadie, aún a pesar de que eso no sea lo que nos gustaría, lo que quisiéramos ni lo que nos parece mejor. Renunciando en público a la identidad conseguida tras años de pelear con la vida y perder por goleada.
Alta la cara, correcto el producto, ofrecemos resultados pese a que nuestra realidad llora por dentro el abandono al que la hemos sometido. Seguir viviendo, se llama la figura. Sobrevivir, dirían otros. Para nada. Caminar hacia adelante como aprendimos, comerse el marrón, tirar de eficacia, no mirar los trozos del cristal roto, ni llorar por lo que perdimos.
¡Qué espléndida generación la nuestra, cojones!
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