¿qué hay de nuevo, Lucas?
No os podéis imaginar el espectáculo de un viejo malagueño, parado al borde de la carretera, sentado sobre su moto pequeña y ruidosa, intentando abrocharse el casco, al que las normas ciegas obligan, por encima de su sombrero de paja. Ni su cara de desconcierto cercano a la desesperación ante los inapropiados resultados de tan forzada intentona. Pocas veces he visto algo tan tierno y tan patético a la vez.
Málaga es tierra de contrastes, playas de arena negra como mis pulmones, repletas de piedras profusamente mezcladas (y agitadas) con restos de ladrillo y cerámica de la de alicatar, resaca continua o balsa de helado aceite, todas pobladas de producto interior bruto de alta densidad, que para ver un guiri o un top-less había que traerlo de casa o calzar catalejo del siete.
Chiringuitos atestados, en cuyas cartas aparecen melocotones donde debería decir chanquetes, que todavía se siguen comiendo con alborozo los pezqueñines sin medida, construcción desbocada, exagerada, desproporcionada, aventurada, tan brutal que el proyecto de acabar el año que viene con los pobres y agradecidos chiringuitos playeros (tan del gusto de esta nueva nomenclatura sociata colgada de la tan funesta como española manía de prohibir), se queda en una puritito roce inoperante ante las medidas de verdad que habría que tomar para proteger nuestras costas del cáncer que las aqueja ya de forma terminal y me temo que irreversible.
Benditos lugares como Benagalbón, un hermoso pueblito de interior con exquisitos cenaderos y callejuelas aromáticas de plantas floridas y hermosos seres humanos paseando con despacio por ellas, saludando al cruzarse como era de ley, sonrisa de bienvenida en el rostro.
Numerosos campos de golf surgidos de la nada en cuanto se arriman cuatro praderas, verdes a base del agua que tanta falta hace y la que hará, tantos que hasta se pueden contemplar cartelones del tamaño de plazas de toros anunciando en inglés a los escasos vientos la promoción de nuevos horrores adosados en primera línea de golf.
Aunque, por suerte para los seres humanos, aún quedan restos de la Málaga de nuestra amiga Maite, de la exquisita taberna del Pimpi, de la catedral conocida como la manquita porque no llegaron los dineros para la segunda torre, de los cubanos baños del Carmen con su té helado a la hierbabuena, del Nani y sus historias del sopa, que fuera gafe reconocido de la ciudad, o del amigo que discutía en alta voz con sus otras dos personalidades...
Os he echado de menos.
2 comentarios:
Y nosotros a ti.
Escribes bien, jodío!. Pero en tu visita a Málaga resaltas más aspectos desagradables que gratificantes. Haces más mención al negativo desarrollismo de la zona que a la calidez y la tolerancia de las gentes, entre otras cosas. Pero me ha gustado que mencionaras a Nani porque se lo merece. Besos.
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