¿rencores?
Me encantan los éxitos ajenos y, por ello, suelo acudir a las presentaciones de libros o discos e incluso a los estrenos de mis amigos, cuando tienen a bien invitarme. Cuando no, les suelo seguir a distancia, comprobando con satisfacción sus avances, y de este modo les observo desde la sombra discretamente, sin hacerme presente. A veces, entonces, compro su producto a escondidas y me convierto en un lector-espectador-oyente del montón y disfruto en privado sus andanzas o sus ocurrencias.
El otro día, una amiga presentó su segundo libro. Como no me invitó al acto, aunque tampoco lo hizo con su primero, acabé buscándolo entre las novedades de El Corte Inglés, que para eso lo ha hecho esta vez con una editorial de postín. Allí, inclinado sobre el anaquel, fui pasando las hojas del volumen con la sensación furtiva del que se aprovecha de unos grandes almacenes, como si esta recíproca fuera posible. Así fui comprobando el tema, los capítulos, las dedicatorias, las fotografías…, hasta dar con el índice onomástico. Debo confesarlo, me busqué. Pero no me hallé, ¡coño!, no estaba mi nombre. Sentí el cosquilleo del ninguneo planeando sobre mi cogote. ¿Cómo era esto posible?
Debo aclarar que no todos mis amigos me mencionan cuando escriben un libro. Muchos no lo hacen, y no se lo tengo en cuenta. Aviados estarían si tuvieran que incluir a todos sus conocidos. Hombre, lo que pasa es que, aunque ya esté acostumbrado, uno sigue pensando que su naturaleza no puede ser tan fugaz como para merecer el silencio con que algunos se empeñan en rodearle. Sobre todo si proviene de una persona con la que he compartido casi veinte años de vida, un hijo en común, infinitas vivencias y, sobre todo en el ámbito de quien escribe, un dilatado periodo de aprendizaje del uso del castellano escrito cuya tutoría me atribuyo sin faltar a la verdad y, en muchas ocasiones, alcanzando extremos prácticos inconfesables cuya mención precisa evitaré por mor de mi proverbial discreción.
No consigo entender qué causas puede esgrimir quien obra de esa manera, ni qué razones se aducirá a sí misma antes de hacer que desaparezca de su biografía, de un plumazo, la presencia e incluso la trascendencia literaria de quien presenció y protagonizó, en muchos casos, los albores titubeantes de una escritora en ciernes. Como no lo entiendo, tampoco le busco más explicación, al menos por ahora.
Posteriormente, Google me informó del acto de presentación al que no fui, enumerando asistentes entre los que se encontraban, como es normal, muchos amigos comunes de esos que los cronistas ponen en negrita, buena parte de los cuales lo fueron antes míos particulares, luego trascendidos (en su acepción de extenderse o comunicarse a otros ámbitos, produciendo consecuencias) al entorno de ella. A algunos de ellos me los quiero imaginar extrañados por mi ausencia. O a lo mejor, ni eso. En cualquier caso, como no soy de los que acumulan obsesivamente conocimientos famosos ni guardo o cultivo otras amistades que las que espontáneamente se mantienen sobre la línea de flotación, lo tendría merecido.
No imagino ninguna razón válida para este borrado selectivo de la cinta de vídeo de la vida. Que yo sepa, ella y yo ni siquiera hemos discutido. Así que esta ya reiterada negación del pasado, como antes la hubo del útero, sólo puedo atribuirla a la defensa de cierta mismidad, diminuta pese a que aparezca en capitulares en el titular de su último libro, construida desde la extraña deformación de una teoría.
La teoría divina de la generación espontánea.
5 comentarios:
Elegancia, distancia, humor... y renunciar a las explicaciones. La vida de los otros (la de dentro, de cabeza a ingles) es indescifrable, incomprensible... sobre todo cuando no lo es para quien la vive. Ahí reside nuestra incapacidad para comprender al otro, porque no lo es para sí mismo. Hay casos, como el que cuentas, de alucinación psicotrópica. No hay que dejar de alucinar, por ello. Como que (¡cuán raudo!) haya salido ya una crítica en el "Bobelia"... Con lo que nos costó a nosotros que saliera algo sobre Castañuela 70(y flojo, flojo), contando, al menos, con el-los mismos aliados.
Vale. Sigue así, en la distancia crítica y feliz. Lo de escribir es un don que no parece haber repartido a voleo el cielo.
Santiago.
Gracias, señorito, por tus palabras. Hazme llegar el recorte de Bobelia, si te acuerdas, porque yo sólo he podido leer la reseña de nuestro bienamado Moncho, que para esto ha sabido encontrar mejores caminos.
Duele, ¡ya lo creo que duele! El corazón no entiende de protocolo y que alguien que, al menos, te debe los buenos días se olvida de uno le hace "pupita".
Saludos
esa es la mejor manera de olvidar el ninguneo, reconocer finalmente que se es un ninguneado. a veces reirse de uno mismo es mucho mas inteligente.
me gusto su bitacora, le puse un enlace desde la mia para que mis lectores tambien puedan leerle. y le invito a leerme en:
http://nocheparaleer.blogspot.com/
Agradecido por vuestros comentarios, inegro, rubén (leeré tu bitácora..., esta noche).
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