lunes, 24 de diciembre de 2007

yo confieso

Hoy os voy a confesar algo que casi nadie sabe de mí. Conste que no es tanto porque me haya infectado del virus espíritu navideño como porque llevo un buen rato dándole al caletre y no se me ha ocurrido más que esto. Y de chiripa, porque ya casi, casi, ni me acordaba. Igual que aquél que afirmaba "confieso que he vivido" puedo decir, y digo, que el al lado firmante grabó, en su momento, un disco DE VILLANCICOS. Ahí va. ¡Ya lo he dicho! Y casi no me ha dolido.

Bien es cierto que eran los tiempos de mi infancia algo tardía, allá por mis doce años, cuando aún el invierno se sufría en pantorrillas y muslos por culpa de aquellos malditos pantalones cortos con los que nuestras madres pretendían alargar su propia juventud facilitándole, de paso aunque sin saberlo, vía libre a aquella maldita costumbre del padre Juan de acariciarte las piernas mientras parecía confesarte, que uno no sabía si contarle un pecado de los gordos o largarse corriendo antes de que siguiera más p'arriba. Fue con la escolanía del colegio calasancio de San Antón, en Madrid, y no guardo un sólo ejemplar del resultado vinílico de aquella aventura, ay del chiquirritín que hacia Belén va una burra.

Mis familiares menos allegados se han extrañado siempre, años más tarde, de que un ateo confeso por la gracia de dios tuviera tan acendrados conocimientos del acervo popular en cuanto a cánticos navideños se refiere, sobre todo cuando lo comprobaban en veladas interminables en casa de la hermana de la mujer de un hermano donde, indefectiblemente, una anciana noventañera y pese a ello inagotable entonaba con mejor voluntad que acierto la retahíla completa (hasta repartía cuartillas ciclostiladas con los textos) a la que me unía entusiasmado y tonante al calorcillo de la reciente ingesta de los restos de alguna añada de buena fama. Incluso adeste fidelis caía, ya en los licores, y los murmullos de asombro alcanzaban sus más altas cotas.

Bien. Pues ante vosotros me desnudo y aclaro aquel malentendido que tantas lenguas desatara. Era mi pasado disquero que volvía del más allá, de la época reseñada de los pantalones cortos y las espléndidas notas repletas de matrículas de honor, época que acabó en el mismo instante en que aprendí a masturbarme y comprobamos, un banco entero de mi clase en el que me incluía, que ningún rayo divino justiciero acabó con nosotros el día en que, dit y fet, decidimos hacernos una paja al unísono mientras oíamos misa en la capilla grande. Pese a que el empirismo no ha sido nunca la mejor vía de acceso a ciencia y conocimiento, desde entonces llevo pantalones largos.

Nota: en la foto no estoy, no me busquéis. En mi escolanía no había chicas, por desgracia.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Me he reído muchísimo.Primero, imáginandote, brazos a la espalda y con pantalón corto, muy serio, cantando villancicos y segundo, haciéndote esa paja común en medio de la capilla grande. Efectivamente, quién lo diría. Pero todos tenemos, Antonio, recuerdos secretos que preferimos guardar para nosotros mismos. Aunque éstos hagan que una sonrisa torcida dibuje nuestra expresión. Y éste, pese a quié pese, es un grato recuerdo...

Anónimo dijo...

Vale, vale Antonio... Pillo por quién va la nota ;)

Seres Humanos dijo...

Això de dit i fet :-))),y que no pasase nada es muy sospechoso :-)
Seguro que no paso nada jajajaja.

Saludos y hoy me has hecho reír bastante.

Antonio Piera dijo...

Hable aquí, anónimo, de esos secretos, que no es noche de dormir. Sostengo la teoría de que todo recuerdo es grato "per se", que ya se encarga la naturaleza humana de filtrar lo que se guarda y rechazar lo que más duele.
Bueno, David, había que dar la nota y no se me dé por aludido, al menos no en exclusiva.
Me alegra haberle hecho reir, Jordi. Es gratificante. Iba a decir que lo mismo me pasó a mí en el último partido, pero no creo que usted merezca semejante acicate.

Luna Carmesi dijo...

jejeje
ya sabia yo que el traje rojo del cabron del polo norte te quedaba bien por algo!
;-)