mañana, ayer
Era por la mañana y estábamos trabajando en la zona de maquetación de ediciones Z, que estaba entonces en la calle Potosí. Álvaro Nebot tenía el transistor encendido y nos obligaba a escuchar lo que él quería, la sesión del Congreso, que para algo era el jefe. Estábamos por allí, que recuerde ahora, Chema Tello, un argentino grandote de quien no recuerdo el nombre, una mujer que era bajita y que tampoco me acuerdo del suyo, jodido alemán, y yo. Hacíamos la maquetación de Sal y Pimienta y la de Protagonistas, que eran dos separatas de Interviu.
Cuando escuchamos los tiros en el hemiciclo se produjo una alarma general y enorme revuelo, confirmada ante los comentarios susurrados por el que retrasmitía la votación, que estaba muy asustado. Casi de inmediato, entró en nuestra sala Javier Sáez, con unas tijeras en la mano, al grito de "¡Cortes de pelo a veinte duros!" Con dos cohones.
Luego cerramos la redacción y cada uno se largó hacia donde quiso. Yo llamé a casa y comenté lo que pasaba con mi entonces mujer, a la que sugerí fuera preparando una maleta con lo justo. Me fui con José Luis, colaborador de la casa y colega de otras guerras, hacia la sede de CCOO, que estaba cerrada a cal y canto pero, en los bares de los alrededores, grupos de militantes se comenzaban a organizar como en los tiempos de la más cerrada clandestinidad. Nos unimos a ellos, aseguramos los contactos y las citas de seguridad y luego, más tranquilos, nos fuimos para Neptuno. No sé que haya habido nunca ningún comentario acerca de aquella especie de larva de resistencia que se fraguó de inmediato, ni tiene importancia ninguna, pero me ha hecho ilusión contarlo
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