lunes, 5 de febrero de 2007

Vuelva usted, Bécquer

Llevo un día que para qué. Por la mañana, tempranito, en mi centro de salud. Bueno, en el de la Espe, que no es lo mismo. Una amable administrativa me informa de que la petición de cita con mi cardiólogo es inviable. Motivo: al buen hombre no le quedan citas para este año. ¡Vaya éxito profesional! Le reclamo y le argumento que hace tan sólo dos meses me dijeron que las listas del citado galeno todavía no estaban abiertas. Me dice que sí, pero que eso. Le demuestro que es el doctor indicado para seguir mi tratamiento post-infarto, que se lo conoce al dedillo. Me contesta que vale, que de acuerdo, pero que qué le va a hacer ella si el citado no tiene horas libres. Que si quiero otro. Le digo que vale, que si no hay más remedio, y me da hora para primeros de julio. Espero que mis cañerías aguanten bien el dislate, porque largo me lo fían. Luego protesto, y me dice que reclame y que pase el siguiente. Voy y reclamo, por escrito, por triplicado, en la planta baja. Del siguiente, ni idea. Me dicen que me contestarán por carta. Les pregunto que cuándo. Me miran como si estuviera loco, y creo que empiezo a estarlo, así que, impasible el alemán y animado por el éxito de este primer round, me encamino a gestionar el permiso de Gallardón para aparcar en mi zona. Al haber cambiado de coche, los nuevos datos, pese a disponer de la tarjeta actualizada desde octubre, ya no entraron en el ordenador (vaya usted a saber por qué pero, desde luego, no por mi culpa), así que me mandaron la factura del año 07 a casa, pero con la matrícula del coche antiguo. De este error y/o limitación de su administración, se deriva lo siguiente: para poder pagar, tengo que presentar de nuevo el permiso de conducir, el DNI de mi señora con una autorización para que lo pueda gestionar yo, el permiso de circulación del vehículo, la etiqueta anterior... ¡Soy feliz, lo tengo todo! Además, llevo a mi santa del brazo, por si acaso. Mientras, el Faraón me cobra por aparcar en la calle más que en un aparcamiento vigilado. Tengo prisa. El funcionario masculla algo y me quedo helado. ¿Que por qué no tengo baño? ¿Qué dice? Le pido que me lo repita. Falsa alarma, me preguntaba si iba a pagar el año. Entero. Le digo que sí, que claro, mientras me seco el sudor de la frente. Por un segundo, me ha parecido que estaba en pleno castillo, y yo con estas antenas. Salimos a la calle. Llueve un poco. En el coche, de vuelta a casa, suena en la radio la versión acústica del Déjame de Los Secretos. No sé por qué, debo retirar de un manotazo algo parecido a una lágrima rebelde y triste que me escapa por el costado del ojo izquierdo. Me doy más fuerte de lo que hubiera deseado, casi en todo el ojo. Al lado, mi amada, por suerte, no se ha dado cuenta de nada. A lo mejor me ha puesto así la voz del Urquijo. Eso, o saber que ya no está por aquí, entre nosotros...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me he partido de risa con tú entrada ¡que razón tienes! me encanta ver que hay muchas más personas que ven las cosas como yo.
Gracias por haberlo escrito como lo has escrito