amores y coches
Ayer tuve que lavar el coche, a mano, porque tenía más mierda que el palo de un gallinero. No sé si es en Madrid donde se reunen los pájaros más cagones del universo, pero no debe la ciudad estar lejos del Guiness de eso. Pocas veces en mi vida me ha sido dado observar tanta abundancia y además tan sañuda, que parece como si la diarrea avícola se regodeara en apuntar debidamente y en hacer blanco, es un decir pero viscoso al fin, en la carrocería de los pobres vehículos aparcados a la intemperie, especialmente en aquellos de colores oscuros, como es el caso. Será porque es más fácil valorar, incluso a distancia, desde las alturas, el éxito de cada intentona.
Pues andaba lavando el vehículo, como os decía, y en un momento de agotamiento me detuve a observar a toda aquella legión de humanos, entre quienes desde luego me incluyo, trotando alrededor de su coche, alanceándolo con agua a presión, con detergentes varios, aires, ceras, aclarándolo con agua pulverizada, mimándolo con bayetas de microfibra, sacudiendo las alfombras, limpiando meticulosamente los cristales, hasta por el interior, aspirándolo, sacándole brillo, algunos incluso con la manga de una chaqueta que parecía de cachemir (que da un brillo estupendo, por descontado), secándolo, repasándolo con esmero..., nadie escatimaba esfuerzos ni dinero, euro tras euro sin dudarlo un momento. Todo por el coche.
Recordé, de pronto, una foto que hice en un viaje, cuando coincidimos en una gasolinera con un camión que trasportaba desguaces machacados. Entonces fue cuando decidí publicarla, a modo de aviso. Chicas, chicos, en esto queda el amor de vuestros amores, a este amasijo viene a parar en unos años. Estas ruinas que ves, ¡ay, dolor..., etcétera.
No sé por qué, pero me pareció una buena metáfora de la vida.
1 comentario:
¡Adelante, hombre del 600!
¡A lavarlo, hombre del 600!
y, luego,
¡Al desguace, 600 del hombre!
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