requiem por la lucha de clases (I)
De un tiempo a esta parte me pasa lo que al castizo, que no sé si cortarme las venas o dejármelas largas. Me asaltan, pertinaces, dudas que toman ya la dimensión de existenciales al comprender que me he quedado sin soporte teórico.
Acabo de colegir que ya no existe la lucha de clases en España.
Os podréis reir, pero esta conclusión tan taxativa es, para mí, muy reciente. Seguro que me quedaban todavía vestigios dialécticos en el cerebelo, tal vez porque no me había planteado en serio el estado de la cuestión, hasta que llegan a mi puerta intentonas varias, y no sólo las del amigo Sabater, de regenerar los planteamientos de la izquierda para poner en pie una nueva oferta en el mercado de la política patria. Ha aparecido también sobre mi mesa un autodenominado proyecto alternativo, de nombre MAS, Movimiento Al Socialismo, como los de México, Bolivia, Venezuela o Argentina, liderado aquí con más voluntad que acierto, a mi modesto entender, por gentes ligadas al viejo Partido del Trabajo de España.
Supongo que estas idas y venidas responden, sin duda, a la insatisfacción, al drama interior de tantos outsiders de la política, que no se ven enmarcados ni en pintura dentro de las alternativas al uso. Quiero decir que estos movimientos, cuasi contras, responden a cierta base real de personas, entre las que me encuentro, que se debaten entre la perplejidad y la resignación ante el panorama desértico, cuando no infernal, que se contempla en la política española desde la barrera. Motivos hay, sin duda. Y base social, desde luego.
Lo que pasa es que uno echa en falta un previo trabajo en profundidad en el terreno de las ideas.
Miras a los sindicatos y los ves como lo que son: profesionales de la gestión laboral. Miras, por encima de ellos, a los trabajadores españoles y los ves exclusivamente movilizables por la conservación de su precario puesto de trabajo y sin más miras que el bienestar y la fiesta en paz. No aprecio por ningún lado la conciencia de clase, ni nada similar siquiera que la haya sustituido. Tan sólo se menean, cual eternos aspirantes, por las mejoras materiales o, si me apuran, contra algunos lamentables aunque evidentes retrocesos que asumen con sabia displicencia los sindicatos. Nada más. Se acabaron por eso los cinturones rojos de las grandes urbes, fin de la partida.
Entonces, si la contradicción de clase entre las mayorías explotadas y sus supuestos explotadores no es ya el motor de las transformaciones sociales…, ¿cuál o cuales son las contradicciones principales en presencia?
Seguiremos pensando en voz alta.
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