hartazgo
Estoy plenamente harto de la semana santa de las narices, y me fastidia sobre todo porque su existencia, sus celebraciones y sus ritos ancestrales no deberían afectarme en tanto en cuanto ciudadano agnóstico que habita en un país no confesional. Puedo respetar las tradiciones de quienes se consideran implicados, pero no admito que me la metan hasta en la sopa.
Recuerdo, sin embargo, que hubo momentos, en los albores de nuestro reciente sistema democrático, en que tuvimos la sensación de que este país se estaba alejando de la España negra, e incluso aparecieron indicios evidentes de que la derecha tecnocrática había arrasado y sepultado en el sumidero de la Historia a aquella mayoritaria derecha ultramontana que aplaudía a Franco y bendecía sus atropellos a la lógica, a la Humanidad y a cualquier género de libertad. Pues está resultando ahora que no.
Sin meterme en profundidades, debo insistir, por si no ha quedado claro, en el hecho incuestionable de que estoy harto, sobre todo, del comportamiento de la llamada televisión española y sus continuas trasmisiones de eventos religiosos que me importan un ardite, hasta las gónadas de que den la voz a monserguistas y meapilas que proclaman, en esas retrasmisiones interminables, el fervor religioso de un pueblo cuya fe se demuestra en decadencia si atendemos a las estadísticas de frecuencias sacramentales y de altas en los seminarios, pero al que, sin embargo y con el dinero de todos, la televisión estatal pretende despertar de su bien merecido letargo. Estoy harto también de las maniqueas (e interminables) películas de romanos, a pesar de Sabina, harto de Mel Gibson y, si me apuráis, hasta de Espartaco, ahora que es la derecha la que entona aquello de "el bien más preciado es la libertad" birlándoselo a los de las barricadas por el morro.
Contemplo con estupor el resurgir de la soberbia de la derecha más reaccionaria, y a Tarzán, ajeno a lo que de verdad pasa aquí y enlodado en trampear, como hacía en el seno de su partido, con las cosas de comer.
Señores, un poquito de cordura, que nos quitan la cartera y, encima, aplaudimos con las orejas. ¡Ah!, y estoy harto también de mi cobardía por no haberme atrevido a titular esta entrada ¡qué asco!, que es lo que había previsto.
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