miércoles, 25 de abril de 2007

la soledad del bloguero




Hoy me ha asaltado, de golpe y sin previo aviso, la soledad del bloguero. Me ha dejado atónito, perplejo y desconcertado, porque no estaba precavido. Llegó de golpe, como un ruido que sorprende en la noche, inopinado y brutal, uno de esos ruidos ante los que no puedes otra cosa que preguntarte qué daño habrá causado o qué pérdida irrecuperable habrá producido, como un espejo roto. Ha venido sin motivo concreto conocido, como las malas noticias. Irrumpiendo en mi quietud de parado de lujo a modo de aviso de navegantes, nunca mejor dicho.
Estaba yo mirando para otro lado, lo confieso. Me ha alcanzado pendiente de la continuidad del tema del parque frustrante de Esperanza Aguirre, dispuesto a abordarlo con ironía y buen talante, aunque también barajaba lanzarme de lleno a una interpretación siquiátrica de la ofensiva irracional de las conspiranoias que ando intuyendo desde hace unos días; así estaba, tranquilo, relajado y con la guardia baja, cuando me cazó un uppercut directo al hígado, esté donde esté éste, que se coló como un rayo entre mis brazos que andaban caídos por Azaña y por España.

Sabed que os lo he contado porque sé que os importa un huevo, que ya lo decía mi fatal amigo Villarín, flor de corrala y aprendizaje solitario, cuando me comentaba aquello de "a los amigos no les cuentes tus penas, que les divierta su puta madre". Sabed, también, que lo comento en alta voz porque empiezo a respetaros tan poco como vosotros hacéis con mi pertinaz esfuerzo, y eso que os quiero, que, si no...

Sospecho que confesar esta aparente debilidad ha actuado como un purgante. De hecho, ya me voy sintiendo mejor. Así que giraré obligada visita al sumidero, me ajustaré los machos, sonreiré tras una profunda inspiración y seguiré en mis trece, impasible el alemán, como si nada hubiera pasado. Porque sólo ha pasado, y ya se aleja, una jodida nube de verano que venía adelantada, a deshoras, aún más despistada que yo mismo. Lo que pasa es que las infecciones sentimentales suelen tener deje y, a lo peor, sigo blandito por un tiempo, así que contendré mis ansias de comunicación externa por el momento y miraré las páginas de otros para solazarme un rato contemplando sus vanos devaneos.
Prometo no dejarles ningún comentario.
¡Que se jodan!

3 comentarios:

Anónimo dijo...

A riesgo de meter la pata, creo que te entiendo...

Antonio Piera dijo...

Gracias, Gustavo, por tu comprensión. Y no, no metes la pata.

nieve dijo...

Si que es fustrante.... hasta que te acostumbras. Los motivos son muchos y variados, cada cuál tiene el suyo. Me ha encantado el final de este post.